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SANTA MISA CON OCASIÓN DEL V CENTENARIO DE LA FUNDACIÓN
DEL CUERPO DE LA GUARDIA SUIZA PONTIFICIA

HOMILÍA DEL CARD. ANGELO SODANO

Capilla Sixtina
Domingo 22 de enero de 2006 
 

 

Venerados concelebrantes y distinguidas autoridades;
queridos miembros del Cuerpo de la Guardia suiza pontificia;
hermanos y hermanas en el Señor: 

En la antífona de entrada hemos exclamado con palabras del salmo 95:  "Cantad al Señor un cántico nuevo; cantad al Señor toda la tierra; honor y majestad le preceden, fuerza y esplendor están en su templo".

El coro entonó después, bajo las estupendas bóvedas de esta capilla Sixtina, el "Exsultate Deo" de Scarlatti. Todo ello ha sido una invitación a glorificar a Dios en este día de fiesta, alabándolo y dándole gracias por su presencia continua entre nosotros.

La gloria de Dios

El autor del salmo proclamaba ya que en presencia del Señor hay honor y majestad, que hay fuerza y esplendor en su santuario.

Se trata de una exclamación que aflora espontáneamente a nuestros labios en este día de fiesta, mientras nos hallamos reunidos en oración para cantar la gloria del Señor. En efecto, la liturgia de hoy se realiza en esta capilla Sixtina, donde todo invita a cantar la grandeza de Dios todopoderoso y a celebrar su continua presencia entre nosotros.

A este respecto, es oportuno recordar la enseñanza de un gran teólogo de vuestra tierra, el recordado Hans Urs von Balthasar, que nos invitaba a contemplar siempre la gloria de Dios, sobre todo con su célebre obra "Herrlichkeit". Se ha traducido ese término como "la gloria de Dios", pero "Herrlichkeit" es una palabra compleja que indica toda la magnificencia y el esplendor del culto cristiano. Es decir, indica algo muy hermoso y maravilloso que Dios pone ante nosotros. Y es lo que hoy podemos contemplar en la capilla Sixtina en esta hora de gracia.

La palabra de Dios

Inmersos en este luminoso clima, hemos escuchado la palabra que Cristo nos ha dirigido:  "El tiempo se ha cumplido  y  el reino de Dios está cerca; convertíos  y  creed en la buena nueva" (Mc 1, 15).

Es una exhortación a la renovación interior, a la que invitaba también el profeta Jonás en la primera lectura de este día del Señor.

Es una exhortación que la Iglesia os repite también a vosotros, queridos Guardias suizos, porque cada día debemos purificarnos y renovarnos en el servicio del Señor y en la fidelidad a su santa Iglesia. Por lo demás, vuestro lema, "acriter et fideliter" ("tapfer und treu"), os remite cada día a ese programa de vida.

A este respecto, me viene siempre a la mente el juramento solemne que pronunciáis en voz alta cada 6 de mayo, en el Vaticano, prometiendo "servir con fidelidad, lealtad y honradez al Sumo Pontífice  y a sus legítimos sucesores con todas las fuerzas, incluso, si fuese necesario, sacrificando la vida por su defensa".

Que esta fidelidad sea siempre vuestro distintivo.

Con ojos de fe

Queridos amigos, hoy comenzamos oficialmente las celebraciones del V Centenario de la presencia en el Vaticano de la Guardia suiza. Un día como hoy, el 22 de enero de 1506, los primeros 150 suizos entraban en la ciudad eterna, por la plaza del Popolo, y enarbolaban su gloriosa bandera bajo la guía del capitán Kaspar von Silenen, del cantón de Uri. El Papa Julio II, que con insistencia los había llamado a prestar ese servicio, los acogió con su bendición. Así comenzó la larga serie de jóvenes generosos y fuertes que han querido venir aquí para defender la Cátedra de Pedro.

Este ideal religioso que impulsó a los primeros alabarderos en su servicio fue magníficamente destacado por el mismo Ulrich Zuinglio, que en aquel año aún no se había alejado de la Iglesia católica. En esa ocasión escribió a su amigo Vadian:  "Los suizos ven la triste situación de la Iglesia de Dios, la Madre de la cristiandad, y consideran grave y peligroso que cualquier tirano pueda agredir impunemente, por afán de botín, a la Madre común de la cristiandad".

El mismo Papa Pío XII, de venerada memoria,  quiso  recordar estas significativas  palabras  al  celebrar, en 1956, el 450° aniversario de la Guardia suiza (cf. Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santitá Pio XII, vol. XVIII, Vaticano 1967, p. 166).
 
Son palabras que recuerdan también hoy a los guardias suizos la inspiración superior que debe animar su servicio, viendo, con los ojos de la fe, en cada Romano Pontífice el principio de la unidad visible de la santa Iglesia de Dios.

Un himno de gratitud

En este contexto de fiesta, por último, quisiera invitaros a dar gracias a Dios por su continua asistencia a nuestra santa Iglesia, suscitando en ella Pastores que, de acuerdo con las necesidades de los tiempos, son guías seguros en el camino de los creyentes. Al inicio fue san  Pedro; luego, vinieron san Lino, san Cleto, san Clemente, y así sucesivamente, hasta llegar a nuestros días, hasta Benedicto XVI, cada Papa con su propio  carisma y con su propia personalidad.

Hoy, al conmemorar el V Centenario de la Guardia suiza, queremos dar gracias a Dios por los dones que concedió al Papa Julio II, que, entre sus muchos méritos, tuvo el de llamar a Roma a los primeros soldados suizos, para que fueran "defensores Ecclesiae libertatis", como los definió el mismo Pontífice.

La grandeza de espíritu de ese gran Papa del Renacimiento está muy bien simbolizada por la figura del Moisés que Miguel Ángel quiso esculpir como recuerdo fúnebre de su Mecenas. Aquí, en este lugar privilegiado, todo habla de Julio II, del Papa Juliano della Rovere, que  quiso embellecer esta capilla "con el fin —escribió— de que superase en grandeza  y  belleza  a  cualquier otra cosa del mundo" (Bullarium Vaticanum, II, 349).

No está fuera de lugar recordar que, en este año 2006, se celebra también el V Centenario del inicio de los trabajos de construcción de la actual basílica de San Pedro, que, precisamente en 1506, Julio II quiso encomendar al genio de Bramante, para que el nuevo y grandioso templo cantara eternamente la gloria de Dios en el lugar del martirio del Príncipe de los Apóstoles.

No quiero olvidar que también en el campo pastoral fue grande la figura de Julio II, que contribuyó tanto a la reforma interior de la Iglesia, con la convocación, en 1512, del V Concilio ecuménico de Letrán. Además, se preocupó inmediatamente del nuevo mundo, recién descubierto por Cristóbal Colón, erigiendo en Santo Domingo, ya en 1511, la primera diócesis de América Latina.

Por todo lo que hizo Julio II en su tiempo, como por todo lo que a lo largo de los siglos han realizado los Romanos Pontífices para la defensa y la promoción de la santa Iglesia de Dios, hoy queremos cantar nuestro sentido "Te Deum".

Amar a la Iglesia

Queridos miembros de la Guardia suiza, como recuerdo de esta celebración, os invito a amar cada vez más a la Iglesia de Cristo. Con el salmista, que contemplaba extasiado la ciudad de Sión, podemos repetir con mayor razón:  "Gloriosa dicta sunt de te, civitas Dei", "¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!" (Sal 87, 3).

Esta es la Iglesia que también nosotros hoy queremos amar; esta es la Iglesia a la que también nosotros queremos servir hoy. Amén

 

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