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HOMILÍA DEL CARDENAL ANGELO SODANO
EN LA MISA DE FUNERAL DE MONS. GABRIEL MONTALVO,
NUNCIO APOSTÓLICO*

Hermanos y hermanas en el Señor:

Nuestro querido arzobispo Gabriel nos ha abandonado. El ángel del Señor pasó por la casa de las Hermanas de la Misericordia, que lo habían acogido con tanto amor, y dijo a nuestro querido hermano. "Tempus non erit amplius", "Se acabó el tiempo" (Ap 10, 6).

Nos hemos reunido hoy para darle nuestra despedida, para dar gracias al Señor por haber suscitado en su santa Iglesia esta extraordinaria figura de apóstol de los tiempos modernos, y, por último, para encomendarlo a la misericordia del Padre, a fin de que lo acoja entre los santos del cielo.

Al mismo tiempo, acompañamos con afecto a las queridas hermanas del Arzobispo fallecido, las señoras Cristina y Teresa, así como a sus demás familiares, a las beneméritas Religiosas de Alma, que lo acogieron en su casa cuando la enfermedad llamó a su puerta. Y nos unimos también en oración con los embajadores, los señores cardenales, los obispos y los sacerdotes, que recuerdan con afecto y gratitud a nuestro hermano difunto.

Una vida al servicio de la Iglesia

Queridos hermanos, a la vez que meditamos en la página evangélica de las Bienaventuranzas, que se acaba de proclamar en nuestra asamblea litúrgica, queremos recorrer idealmente las diversas etapas de la vida del nuncio apostólico monseñor Gabriel Montalvo, marcada desde el inicio por una viva conciencia de la presencia de Dios, que le había transmitido la familia, auténticamente cristiana, en la que creció: su padre fue también embajador ante la Santa Sede. El joven Gabriel, ordenado sacerdote en 1953 en su ciudad natal, Bogotá, entró en el servicio diplomático de la Santa Sede cuatro años después; trabajó en varias representaciones pontificias y sucesivamente en el entonces Consejo para los asuntos públicos de la Iglesia, donde atendió en particular los problemas referentes a la Iglesia en los países de Europa oriental, todavía sometidos a la dura influencia comunista.

Un buen pastor

Mons. Montalvo fue un hombre de paz también en las relaciones interpersonales, que cultivaba con gran discreción y respeto. "Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra", dice Jesús. La mansedumbre de nuestro querido hermano se traducía en atención a las razones de los demás, en apertura y voluntad de diálogo, en espíritu de comprensión y conciliación. Por esto, entre otras razones, fue un diplomático fino y competente al servicio de la causa del Evangelio en varias naciones: Honduras, Nicaragua, Argelia, Túnez, Libia, Yugoslavia, Bielorrusia y, por último, Estados Unidos.

También mostró mansedumbre, sabiduría humana y profunda espiritualidad cuando el Santo Padre Juan Pablo II lo llamó a ser formador de jóvenes sacerdotes como presidente de la Academia eclesiástica pontificia. Sabía escuchar y, a su debido tiempo, aconsejar con rara capacidad de penetración psicológica, que se traducía en juicios ponderados y precisos.

Para todos nosotros fue un ejemplo de discreción, recordándonos lo que el profeta Isaías decía del futuro Mesías: "No vociferará ni alzará el tono" (Is 42, 2). Prefirió el método del trabajo discreto y respetuoso, siempre tratando de llevar la levadura del Evangelio a la vida de las personas y de las naciones.

En las situaciones difíciles en que se encontró, tanto en América central como en Europa oriental, se esforzó siempre por llevar una palabra de esperanza y de paz.

Artífice de paz

"Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios". En realidad, en todas sus misiones diplomáticas, trató siempre de merecer esta bienaventuranza. Pienso, en particular, en los difíciles pasos que dio juntamente con el inolvidable mons. Agostino Casaroli en los contactos con las Iglesias y los países del este de Europa, así como en su contribución a las negociaciones dirigidas por el cardenal Antonio Samoré para la solución pacífica de la controversia entre Argentina y Chile sobre el canal de Beagle.

Durante mi permanencia en Chile como nuncio apostólico, fui testigo directo de su celo por la paz entre los pueblos, que en él brotaba de una profunda experiencia de Dios y se traducía en coherente santidad de vida. "Fides, spes, caritas" era el lema de su escudo episcopal: las tres virtudes teologales fueron siempre las referencias trascendentes que inspiraron su servicio eclesial.

Que, en este momento tan difícil para tantos hermanos nuestros trágicamente implicados en el doloroso conflicto de Oriente Próximo, mons. Gabriel Montalvo interceda desde el cielo por todos los que promueven la paz, para que acabe pronto esa inútil matanza y los hombres vuelvan a ser hermanos entre sí, hijos del mismo Padre que está en el cielo.

Testigo del Evangelio

Y ahora, antes de terminar, permitidme que recuerde también el espíritu de fe que lo sostuvo durante el calvario de su enfermedad y el ejemplo de su unión con Dios en la oración. Hasta el final quiso celebrar la santa misa; hasta el final fue fiel al rezo del Breviario y a la plegaria mariana del santo rosario. Haciendo realidad las consoladoras palabras que el Santo Padre Benedicto XVI le dirigió en el mensaje autógrafo del pasado día 16 de mayo, mons. Gabriel Montalvo dejó que fuera "él, el Señor Jesús, al que -dice el autógrafo pontificio- diariamente nos unimos en la santa Eucaristía, quien hiciera fecundos también los actuales sufrimientos por el bien de la Iglesia y la salvación del mundo".

Celebramos su funeral en la víspera de la fiesta de la Transfiguración del Señor, en un sábado particularmente vinculado a la Virgen santísima, porque se celebra la memoria litúrgica de la Dedicación de la basílica de Santa María la mayor. A la vez que damos gracias al Señor por el bien que este querido hermano nuestro realizó al servicio de la Iglesia, pidamos a la Virgen María, Madre de la esperanza, que lo acoja en el cielo. Allí nuestro querido don Gabriel podrá contemplar por toda la eternidad el rostro transfigurado de Cristo, el rostro que él supo reconocer y honrar en tantos hermanos con quienes se encontró durante su peregrinación terrena.

Que el Señor lo acoja en el gozo del cielo. Amén.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n°35 p.3, 4.

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