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RATIFICACIÓN DEL ACUERDO
ENTRE LA SANTA SEDE Y LA REPÚBLICA FEDERATIVA DE BRASIL

DISCURSO DEL MONSEÑOR DOMINIQUE MAMBERTI
SECRETARIO PARA LAS RELACIONES CON LOS ESTADOS

 

Eminencias reverendísimas;
señor embajador;
distinguidos miembros de la delegación brasileña;
reverendos monseñores:

A distancia de poco más de un año de la firma, que tuvo lugar el 13 de noviembre de 2008, el Acuerdo entre la Santa Sede y la República federativa de Brasil entra en vigor con el intercambio de los instrumentos de ratificación. A lo largo de toda la historia republicana de Brasil, pero especialmente a partir de la Constitución de 1988, la Iglesia nunca ha dejado de cumplir libremente su misión de anuncio del Evangelio, por el bien espiritual y material de todo ciudadano, en un marco de respeto mutuo, autonomía e independencia entre Estado e Iglesia. La fecha de hoy se ha de considerar como la cumbre de esas buenas relaciones, el logro de una meta marcada desde hace tiempo y el sello de las estrechas relaciones existentes entre la Iglesia católica y Brasil. Entre los elementos de mayor relieve del presente acuerdo, me complace recordar el reconocimiento definitivo de la personalidad jurídica de las instituciones eclesiásticas previstas por el ordenamiento canónico, la enseñanza de la religión católica en las escuelas, contextualmente al de otras confesiones religiosas, el análisis de las sentencias eclesiásticas en materia matrimonial, la inclusión en los planos reguladores de espacios para la construcción de edificios religiosos y el reconocimiento de los títulos académicos eclesiásticos.

Sin embargo, la entrada en vigor del acuerdo también representa un punto de partida. Comienza precisamente con el actual momento de excelentes relaciones diplomáticas bilaterales. El consenso alcanzado en materias de interés mutuo como las citadas es el signo más claro de la voluntad de seguir trabajando juntos, con un nuevo instrumento, para conseguir la formación integral de todas las personas, en cuanto creyentes y en cuantos ciudadanos.

El acuerdo no prejuzga la subsistencia y la actividad de tantas comunidades religiosas, cristianas y no cristianas, que en Brasil han encontrado acogida, y tampoco sitúa a la Iglesia católica en una posición privilegiada, como alguien erróneamente podría verse inducido a pensar. Más bien, garantiza la libertad que le compete y tiene oportunamente en consideración el papel singular que la Iglesia católica ha desempeñado en la formación de la conciencia y de la identidad cultural del país. Pienso, por ejemplo, en la figura del beato José de Anchieta, s.i., eximia figura de religioso, que llegó a Brasil desde las Islas Canarias como misionero. Manteniéndose siempre fiel a su papel de anunciador de la Buena Nueva, se convirtió en una figura de referencia de la poesía y de la literatura brasileña. Su proceso de canonización, actualmente en curso, no deja de ser un motivo más de sano orgullo para todo ciudadano brasileño.

El deseo, ciertamente compartido, que surge espontáneo es que nuestras relaciones bilaterales, ya muy cordiales, tomen desde hoy nuevo impulso para progresar e intensificarse. Gracias.

 

 

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