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INTERVENCIÓN DE MONS. DOMINIQUE MAMBERTI,
SECRETARIO PARA LAS RELACIONES CON LOS ESTADOS,
DURANTE EL ENCUENTRO CON
EL CUERPO DIPLOMÁTICO
ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE*

Aula vieja del Sínodo
Jueves 5 de septiembre de 2013

 

Saludo a su excelencia, el señor decano y a los excelentísimos embajadores presentes y les agradezco su presencia, que aprecio particularmente porque la invitación se ha enviado con poca antelación.

El encuentro de hoy pretende ser una nueva expresión de la solicitud de Su Santidad el Papa Francisco y de la Santa Sede por la paz en el mundo, con especial atención a Oriente Medio y en particular a Siria, una solicitud de la que hemos visto un ejemplo muy elocuente y conmovedor precisamente durante la intervención del Santo Padre con ocasión de la oración del Ángelus del domingo pasado.

El dolorido llamamiento del Papa se hace intérprete del deseo de paz que se eleva de toda parte de la tierra, del corazón de cada hombre de buena voluntad. En la concreta situación histórica marcada por violencias y guerras en muchos lugares, la voz del Papa se eleva en un momento particularmente grave y delicado del largo conflicto sirio, que ha visto ya demasiado sufrimiento, devastación y dolor a los que se han añadido las muchas víctimas inocentes de los ataques del 21 de agosto pasado, que han suscitado en la opinión pública mundial horror y preocupación por las consecuencias del posible empleo de armas químicas. Ante hechos similares no se puede callar, y la Santa Sede desea que las instituciones competentes arrojen claridad y que los responsables den cuentas a la justicia. Tales actos deplorables han suscitado las sabidas reacciones también en ámbito internacional. El Santo Padre, por su parte, ha hecho presente con gravedad y firmeza que «hay un juicio de Dios y también un juicio de la historia sobre nuestras acciones, del que no se puede escapar» (Ángelus, 1 de septiembre de 2013), subrayando que jamás es el uso de la violencia lo que lleva a la paz, es más, ¡que la violencia llama violencia!

Desde el inicio del conflicto, la Santa Sede ha sido sensible al grito de ayuda que llegaba del pueblo sirio, en particular de los cristianos, sin dejar de manifestar inmediatamente, con claridad, su postura caracterizada, como en otros casos, por la consideración de la centralidad de la persona humana —prescindiendo de su etnia o religión— y por la búsqueda del bien común de toda la sociedad. Basta con recordar ante todo los pesarosos llamamientos de Benedicto XVI con ocasión de los Mensajes Urbi et orbi y de los discursos al Cuerpo diplomático. Varias veces invitó a «poner fin a un conflicto que no verá vencedores, sino sólo vencidos» (Discurso al Cuerpo diplomático, 7 de enero de 2013), recordando la necesidad de abrir un «diálogo constructivo» entre las partes y favorecer la ayuda humanitaria a las poblaciones. Además, hay que recordar el deseo por él expresado de enviar una delegación de obispos y cardenales a Siria para manifestar su solicitud, con ocasión del Sínodo de los obispos, iniciativa que, sin embargo, después hubo de ser sustituida por una visita del cardenal Robert Sarah, presidente del Consejo pontificio «Cor Unum», a la región.

Desde el inicio de su pontificado, también el Papa Francisco ha hecho referencia en varias ocasiones a la situación en Siria, ya a partir de su primer mensaje pascual Urbi et orbi, menos de un mes después de su elección, en el que preguntaba «¿cuánto dolor se ha de causar todavía, antes de que se consiga encontrar una solución política a la crisis?». El Papa expresó después nuevamente sus preocupaciones, en particular en el discurso a los participantes en el encuentro de coordinación entre los organismos caritativos católicos que trabajan en el contexto de la crisis en Siria, el 5 de junio de 2013, así como en el Ángelus del pasado 25 de agosto, elevando la voz «para que se detenga el ruido de las armas» en una «guerra entre hermanos», que ha visto «la multiplicación de matanzas y de actos atroces». De la cuestión el Santo Padre ha podido hablar también con diversos líderes religiosos y políticos de varios países, el último de ellos el Rey Abdullah II de Jordania.

Además no han faltado repetidas intervenciones de los observadores permanentes de la Santa Sede ante la Organización de las Naciones Unidas, tanto en Nueva York como en Ginebra, así como otras declaraciones de la Oficina de Prensa, que han retomado la postura clara expresada por los Pontífices. Igualmente el nuncio apostólico en Damasco, monseñor Mario Zenari, ha recalcado varias veces la posición de la Santa Sede y permaneciendo en el lugar manifiesta la solicitud y la cercanía del Santo Padre a la querida población siria.

Son conocidas de todos las dramáticas consecuencias del conflicto, que ha provocado más de 110.000 muertos, innumerables heridos, más de 4 millones de desplazados internos y más de dos millones de refugiados en los países vecinos.

Frente a esta trágica situación se revela absolutamente prioritario hacer que cese la violencia, que continúa sembrando muerte y destrucción y que corre el riesgo de involucrar no sólo a los demás países de la región, sino también de tener consecuencias imprevisibles en varias partes del mundo.

Al llamamiento a las partes a no cerrarse en los propios intereses, sino a emprender con valor y con decisión la vía del encuentro y de la negociación, superando la ciega contraposición, se añade aquél a la Comunidad internacional a que realice todo esfuerzo para promover, sin ulterior demora, iniciativas claras por la paz en esa nación, basadas siempre en el diálogo y en la negociación.

Junto al compromiso por el cese de la violencia, se revela de suma importancia recordar la exigencia y la urgencia del respeto del derecho humanitario.

Se revela urgente, además, la asistencia humanitaria a gran parte de la población y en este aspecto agradezco la generosidad de muchos de vuestros Gobiernos a favor de la población siria que sufre. La Iglesia católica, por su parte, está comprometida en primera línea con todos los medios a su disposición en la asistencia humanitaria a la población, cristiana o no.

Menciono algunos elementos que la Santa Sede considera importantes para un eventual plan para el futuro de Siria y que encuentran también en el documento que les ha sido entregado.

Entre los principios generales que deberían orientar la búsqueda de una solución justa al conflicto, señalo los tres siguientes:

1. Es ante todo indispensable emplearse en la reanudación del diálogo entre las partes y en la reconciliación del pueblo sirio.

2. Es necesario además preservar la unidad del país, evitando la constitución de zonas distintas para los diversos componentes de la sociedad.

3. Finalmente, hay que garantizar, junto a la unidad del país, también su integridad territorial.

Será importante pedir a todos los grupos —en particular a los que contemplan desempeñar puestos de responsabilidad en el país— que ofrezcan garantías de que en la Siria del mañana habrá sitio para todos, también y en particular para las minorías, incluidos los cristianos. La aplicación concreta de dicho principio podrá asumir varias formas, pero en cualquier caso no puede olvidarse la importancia del respeto de los derechos humanos y, en especial, la libertad religiosa. Asimismo, es importante tener como referencia el concepto de ciudadanía, en base al cual todos, independientemente de la pertenencia étnica y religiosa, son por igual ciudadanos de par dignidad, con iguales derechos y deberes, libres «de profesar públicamente la propia religión y de contribuir al bien común» (cf. Benedicto XVI, Discurso al Cuerpo diplomático, 7 de enero de 2013).

Finalmente, es causa de particular preocupación la presencia creciente en Siria de grupos extremistas, a menudo procedentes de otros países. De aquí la relevancia de exhortar a la población y también a los grupos de oposición a tomar distancia de tales extremistas, aislarlos y oponerse abierta y claramente al terrorismo.


.L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española. Año XLV, número 37,

 

 

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