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XXII SESIÓN ESPECIAL DEL CONSEJO DE DERECHOS HUMANOS

INTERVENCIÓN DEL ARZOBISPO SILVANO TOMASI,
OBSERVADOR PERMANENTE DE LA SANTA SEDE
ANTE LA OFICINA DE LAS NACIONES UNIDAS
E INSTITUCIONES ESPECIALIZADAS EN GINEBRA*

Ginebra
Lunes 1 de septiembre de 2014

Medidas concretas para detener la agresión a los cristianos iraquíes

 

Señor presidente:

En diversas regiones del mundo existen centros de violencia —el norte de Irak especialmente— que desafían a las comunidades locales e internacionales a renovar sus esfuerzos en la búsqueda de la paz. Incluso antes de las consideraciones del derecho humanitario internacional, del derecho bélico, y cuales sean las circunstancias, un requisito indispensable es el respeto de la dignidad inviolable de la persona humana, que es el fundamento de todos los derechos humanos. La trágica incapacidad de respetar estos derechos fundamentales es evidente en la autoproclamada entidad destructiva, el así llamado grupo «Estado islámico» (EI). Las personas son decapitadas cuando afirman su fe; las mujeres son violadas sin piedad y vendidas al mercado como esclavas; los niños son obligados a combatir; los prisioneros son masacrados, contra toda norma jurídica.

La responsabilidad de la protección internacional, especialmente cuando un Gobierno no es capaz de garantizar la seguridad de las víctimas, se aplica seguramente a este caso, y es necesario adoptar, con urgencia y decisión, medidas concretas para detener al injusto agresor, para restablecer una paz justa y para proteger a todos los grupos vulnerables de la sociedad. Se necesita dar pasos adecuados para alcanzar estos objetivos.

Todos los agentes regionales e internacionales deberían condenar de modo explícito el comportamiento brutal, bárbaro e incivil de los grupos criminales que combaten en el este de Siria y en el norte de Irak.

La responsabilidad de proteger debe ser asumida de buena fe, en el marco del derecho internacional y del derecho humanitario. La sociedad civil en general, y las comunidades religiosas y étnicas en particular, no se deben convertir en instrumento de juegos geopolíticos regionales e internacionales. Ni deben ser vistas como un «objeto de indiferencia» debido a su identidad religiosa o porque otros jugadores las consideran una «entidad irrelevante». La protección si no es eficaz no es protección.

Las competentes estructuras de las Naciones Unidas, en colaboración con las autoridades locales, deben ofrecer una ayuda humanitaria adecuada, alimento, agua, medicinas y refugio a quienes huyen de la violencia. Esta ayuda, sin embargo, debe ser una ayuda temporánea de emergencia. Los cristianos, los yasidíes y los otros grupos desplazados violentamente, tienen el derecho de regresar a sus casas, recibir asistencia para reconstruir sus viviendas y lugares de culto y vivir con seguridad.

Detener el flujo de armas y el mercado clandestino del petróleo, así como el apoyo político indirecto al así llamado grupo «Estado islámico» ayudará a poner fin a la violencia.

Los autores de estos crímenes contra la humanidad deben ser perseguidos con determinación. No se les debe permitir actuar con impunidad, con el riesgo de que se repitan las atrocidades ya cometidas por el así llamado grupo «Estado islámico».

Señor presidente:

Como ha destacado el Papa Francisco en su carta al secretario general Ban Ki-moon: «Los ataques violentos [...] no pueden no despertar las conciencias de todos los hombres y las mujeres de buena voluntad a acciones concretas de solidaridad, para proteger a quienes son golpeados o amenazados por la violencia y para asegurar la asistencia necesaria y urgente a las numerosas personas desplazadas, así como su regreso seguro a sus ciudades y a sus casas». Lo que hoy sucede en Irak ya ocurrió en el pasado y podría ocurrir mañana en otros lugares. La experiencia nos enseña que una respuesta insuficiente o, peor aún, la inacción total, con frecuencia lleva a un ulterior aumento de la violencia. Si no se protege a todos los ciudadanos iraquíes, permitiendo que sean víctimas inocentes de estos criminales en un clima de palabras vacías, que corresponde a un silencio global, tendrá consecuencias trágicas para Irak, para los países colindantes y para el resto del mundo. Será también un fuerte golpe a la credibilidad de los grupos e individuos que buscan promover los derechos humanos y el derecho humanitario. De manera particular, los líderes de las distintas religiones tienen la especial responsabilidad de hacer entender que ninguna religión puede justificar estos crímenes crueles y bárbaros moralmente reprensibles y recordar a todos que, como una sola familia humana, somos custodios de nuestros hermanos.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n.37, viernes 12 de septiembre de 2014, p.4.