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CARTA DEL CARDENAL DOMENICO TARDINI, EN NOMBRE DEL PAPA JUAN XXIII, AL ASESOR ECLESIÁSTICO GENERAL DE "PAX ROMANA" Del Vaticano, 13 de julio de 1961. Excelencia: A los cuarenta años de su fundación en Friburgo, "Pax Romana" ha querido celebrar, en el mismo lugar de su nacimiento, un congreso extraordinario; reuniendo a las dos grandes ramas internacionales del movimiento, los intelectuales y estudiantes católicos; en dos jornadas de acción de gracias, de estudios y reflexión. En esta ocasión me es muy grato transmitir a vuecencia —que cumple con tanto tacto y autoridad las importantes funciones de asesor eclesiástico general—, con las felicitaciones del Sumo Pontífice por el excelente trabajo realizado desde hace tantos años por el equipo dirigente y los militantes de "Pax Romana", sus paternales estímulos y su invitación a continuar una acción siempre puesta al servicio de la Iglesia de Cristo. El Padre Santo se ha complacido en poner de relieve, en el programa de las jornadas jubilares que se le ofreció filialmente, el lugar reservado por los universitarios católicos comprometidos en el mundo de hoy al examen de sus responsabilidades. No hay duda de que se establecerán entre los participantes en esas reuniones, procedentes tanto de África, de América y de Asia como de los países europeos —lo cual demuestra la aceptación que ha hallado "Pax Romana" en todas las partes del mundo—, beneficiosos intercambios de ideas, muy propias para suscitar una fecunda colaboración en orden a realizar los objetivos que se propone vuestro movimiento. Su cometido es doble, espiritual y apostólico primero, pero también temporal y social. Pues si, en cuanto católicos, los universitarios tienen el deber de trabajar con todas sus fuerzas por la salvación de las almas y la extensión del reino de Dios, también les corresponde, como ciudadanos solidariamente responsables del bien común de la sociedad terrena, hacer todo lo posible, mediante la irradiación del pensamiento cristiano, por la instauración de una sociedad humana que favorezca el desarrollo de las personas y en la que todas las naciones vivan en la justicia y en la paz. Esta doble misión obliga a los militantes a un incesante esfuerzo de formación religiosa, no menos indispensable que el conocimiento profundo de los problemas del mundo de hoy, para permitirles llevar eficazmente la luz del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo. Pues éstos necesitan oír proclamar el eterno mensaje de salvación en un lenguaje que comprendan personas de probada competencia profesional, así como sus profundas convicciones y abnegación desinteresada. Sacando de la inagotable herencia de la sabiduría cristiana los tesoros de verdad que encierra, los intelectuales católicos sabrán llevar, con la ayuda de Dios, al mundo que aspira a su unidad, el mensaje de la perfecta fraternidad humana, que tiene su fuente en Cristo Jesús, nuestro hermano, que es el Hijo de Dios. Haciendo esto serán así buenos artífices de la verdadera paz; de esta paz cristiana cuyo ideal los reúne y cuya realización tienen que procurar sin descanso en el nombre y por la virtud del Evangelio, "Evangelium pacis" (Eph., 9, 15). Los universitarios católicos han de calar más y más en esto: su apostolado es el de la inteligencia. Que alimentados por una fe viva, irradiante de esperanza y animada de caridad, sepan hacer partícipes de sus convicciones a los que los rodean y conducirlos al amor de Jesucristo, el único que sabrá dar respuesta a sus aspiraciones, a la felicidad y a la paz. Que "Pax Romana", que reúne razas, culturas, lenguas y nacionalidades en la unidad de una misma fe, sea cada vez más un vivo testimonio de la universalidad y de la eterna juventud de la Iglesia de Jesucristo, que repite sin descanso las palabras evangélicas portadoras de vida y de luz y proyecte la luz de la revelación divina sobre los difíciles problemas personales y sociales con que se enfrenta el hombre de hoy. Tal es la tarea escogida de "Pax Romana", digna de suscitar la ambición de sus militantes y capaz de suscitar en ellos sacrificios, sin los que no se hace nada grande. Que cada uno de ellos tienda a realizarla cada día con todas sus fuerzas y que Dios bendiga este esfuerzo. Este es el más ardiente deseo de Su Santidad que en prenda de su realización concede a todos los participantes en el Congreso de Friburgo, y especialmente a sus presidentes y a su consiliario, una paternal bendición apostólica. Dichoso de transmitirle este precioso mensaje, formulo los mejores votos por el completo éxito de esta asamblea y me reitero, excelencia, cordialmente su. devotísimo en Cristo. D. CARDENAL TARDINI Secretario de Estado |