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INTERVENCIÓN DEL P. ROGER HECKEL, S.J.,
MIEMBRO DE LA DELEGACIÓN DE LA SANTA SEDE,

EN LA SESIÓN ESPECIAL SOBRE DESARME
DE LA ASAMBLEA GENERAL DE LAS NACIONES UNIDAS

Viernes 16 de junio de 1978

 

 

Casi todas las intervenciones han subrayado la relación que existe entre el desarme y el desarrollo. Muchos han sostenido la creación, el mantenimiento y la consolidación de zonas de desnuclearización y de zonas de paz. Proponiendo algunas breves reflexiones sobre estos dos temas, la Delegación de la Santa Sede no pretende inmiscuirse en el orden de la prioridad que esta sesión especial tiene el propósito de programar.

Estas dos preocupaciones no entran en la línea de las prioridades. Pero las desarrollan y las penetran por completo. Constituyen un medio concreto para desarrollar ese "equilibrio de la confianza" al que apela el Mensaje del Santo Padre y que es el único que puede impedir al equilibrio de las fuerzas degenerar en equilibrio del terror y acabar en guerra.

El desarme, llevado a efecto, pondría inmensos recursos humanos y materiales a disposición del desarrollo, si bien una operación de tal envergadura no puede analizarse sencillamente en términos de traspaso. Pero si se capta bien el movimiento que va del desarme al desarrollo, ¿se da suficiente relieve al movimiento que va del desarrollo al desarme?

La eliminación del hambre, del analfabetismo y de las desigualdades injustas entre los pueblos afianza la paz dentro de las naciones. Más aún, poniendo en el primer plano de sus preocupaciones y realizaciones un amplio proyecto de desarrollo mundial, la Comunidad de las Naciones libera una dinámica de cooperación constructiva capaz de hacer que retroceda la lógica del miedo y de la carrera a los armamentos.

Un factor determinante que ha llevado a las grandes potencias a la distensión ¿no ha sido acaso, más que el miedo, la aspiración de sus pueblos a nuevos progresos económicos y sociales, bloqueados por un esfuerzo militar excesivo? ¿Por qué semejante dinamismo no podrá surgir también de una experiencia de desarrollo solidario de la humanidad entera?

Pon esta razón, sin negar el carácter específico de la finalidad del desarme respecto al cual esta sesión especial ha sensibilizado muy oportunamente a la comunidad mundial, será conveniente incluir explícitamente sus distintas etapas dentro del proyecto más amplio de desarrollo y de nuevo orden internacional al que las Naciones Unidas, sin vacilación alguna, deben dar nuevo impulso.

La constitución y la consolidación de zonas de desnuclearización y de zonas de paz son un medio excepcional para demostrar la seriedad de todos los demás esfuerzos por el desarme y por abrir un horizonte de esperanza gracias a realizaciones ejemplares.

Las grandes potencias tienen mayores dificultades para reducir los armamentos en los sitios donde los han dejado acumular. Razón de más para no extender el espacio de la proliferación de las armas nucleares o de otra especie. Ha habido ya cierta toma de conciencia por lo que se refiere a los espacios extraterrestres —por ejemplo, al fondo de los océanos—o respecto a algún continente. Es menester perseverar en este esfuerzo. La seguridad de todos saldrá ganando. Y es de justicia para los pueblos que no tienen medios ni  deseo de hallarse implicados en las controversias entre las grandes potencias y a los cuales se debe garantizar el derecho de ver su espacio protegido sobre todo contra la presencia y el empleo de las armas de destrucción en masa. Esto supone sin duda que los pueblos interesados en tales zonas de desnuclearización y de paz refuercen ellos mismos, desde dentro, las condiciones de la paz que quieren sea allí respetada.

Aquí hay un campo de aplicación realista de la idea portadora de autocontrol y de autocontrol colectivo: aplicar todas sus energías a la edificación de sociedades más justas, resolver de modo pacífico las controversias heredadas de la época colonial o surgidas después, poner a punto estructuras eficaces para el arreglo pacífico de tales controversias. Estas responsabilidades más inmediatas no prejuzgan de ningún modo la responsabilidad que tienen todos los países de crear juntos las condiciones comunes para la paz en el mundo; antes al contrario, la solución de estos problemas regionales proporciona mayor peso de experiencia y de autoridad política y moral para participar en los debates más universales.

Las Naciones Unidas pueden prestar ayuda eficaz a los esfuerzos regionales; avivar, partiendo de ellos, la confianza en la misión universal de paz que los ha hecho nacer y cuya generosa ambición no debe ser abandonada o reducida al espectáculo de los fracasos y de las dificultades pasadas.

La idea de paz, cuando no cristaliza en dimensiones concretas de paz, corre el riesgo de ser ineficaz. Mas, incorporada en tales espacios, encuentra un punto de arranque hacia la conquista de extensiones más vastas para su benéfica lógica.

La experiencia positiva y feliz de la paz será siempre un incentivo más dinámico y eficaz para actuar en su favor que el simple miedo a la destrucción, que a menudo inhibe imaginaciones y energías.

 

 

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