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INTERVENCIÓN DE MONS. ALFIO RAPISARDA,
REPRESENTANTE DE LA SANTA SEDE
EN LA XXIV SESIÓN ORDINARIA
DE LA ORGANIZACIÓN DE ESTADOS AMERICANOS (OEA)*

Belém do Parà, Brasil, 8 de junio de 1994



Señor presidente de la Asamblea;
señoras y señores:

1. La Santa Sede tiene el honor de dirigir su palabra a esta Asamblea por segunda vez en el curso de este año. Es motivo de especial satisfacción hacerlo en Belém do Parà, la ciudad natal del hasta hoy secretario general de la Organización de Estados americanos, doctor João Baena Soares, que ha dedicado con gran empeño a la cooperación continental durante estos últimos años de su vida. Al mismo tiempo que se congratula con el doctor Baena Soares, la Santa Sede quiere felicitar también al nuevo secretario general, doctor César Gaviria Trujillo, manifestándole sus mejores deseos de éxito en la continuación de una tarea de servicio tan fecunda.

2. En el umbral del tercer milenio, el continente americano está frente a un horizonte lleno de esperanzas, pero cargado también de incertezas y problemas, que constituyen un desafío a la cooperación continental. Con grandes esfuerzos las naciones americanas están saliendo de la vorágine inflacionaria y de los conflictos civiles, que durante los últimos años debilitaron sus fuerzas y perturbaron su vida social. Las economías vuelven a crecer, la democracia tiende a consolidarse, y se difunden las iniciativas de complementación e integración regional, Sin embargo, en la última asamblea extraordinaria de la OEA, los miembros de la comunidad americana estuvieron de acuerdo en afirmar que aún quedan por resolver muchos problemas antiguos, debidos a la crisis económica, agravada por la deuda externa y por las dificultades internas, que se presentan como nuevos desafíos igualmente preocupantes.

3. En efecto, no se puede decir que ya se consiguió contener el proceso de empobrecimiento. Además, las medidas de ajuste estructural descubrieron cargas tremendas, que el desorden inflacionario ocultaba, y crearon nuevas situaciones de marginación. Los índices de desempleo y subempleo siguen siendo elevados. En muchas zonas se nota el desorden casi total de la seguridad social, y la corrupción continúa minando tanto la función pública como la actividad económica privada.

A pesar del progreso económico logrado, parece agravarse el terrible contraste entre los que poseen todo y viven en el consumismo desenfrenado, y los que no tienen casi nada.

Además de esto, como testimonian los informes anuales de la Comisión americana de derechos humanos, no se puede afirmar que se garanticen a todos los habitantes del continente la justicia y la paz. A esos problemas se suman hoy los grandes movimientos migratorios internos y más allá de las fronteras, la contaminación ambiental, el peligro de la destrucción del patrimonio ecológico, y la aparición de un gran número de ancianos excluidos del ámbito económico-social.

Por último, y se trata indudablemente de un problema no menos importante entre los nuevos desafíos, se observa una carencia generalizada del sistema educativo y una desarticulación del núcleo familiar, causadas tanto por la pobreza extrema como por la incorporación acrítica de estilos de vida extraños a las tradiciones del hemisferio. Todo esto forma parte del gran desafío que se presenta hoy a la cooperación en América y en el Caribe.

4. La OEA se creó en el lejano 1948, como respuesta a la necesidad de garantizar la seguridad y la paz continentales. Veintiún años después, el pacto de San José de Costa Rica la consagró en su misión de defender y promover los derechos humanos, y, finalmente en los últimos años, gracias al impulso del secretario general que hoy nos deja, desempeñó como tarea primordial la promoción de la democracia representativa y la lucha contra la pobreza extrema. La Organización de los Estados americanos se ha mostrado así como ejemplo de percepción del conjunto de los problemas y de la necesidad de soluciones concertadas, y como foro privilegiado para afrontar la problemática continental.

5. La Santa Sede ve con agrado los esfuerzos por lograr la armonía y la integración americana promovidos por la OEA. Como sujeto soberano de derecho internacional, la Santa Sede, considerando el carácter religioso y moral de sus objetivos, mantiene un amplio diálogo con todos los que tratan de construir una convivencia más justa entre los pueblos, y desea dar su contribución a los proyectos comunes de esos países. Al recordar las palabras que el Santo Padre Juan Pablo II dirigió al Cuerpo diplomático en Santo Domingo, el 11 de octubre de 1992, quiero seguir alentando también hoy el impulso decidido a la integración en curso, que permitirá (que todos los pueblos del continente ocupen el lugar que les corresponde en el escenario mundial (cf. Discurso al Cuerpo diplomático, Santo Domingo, 11 de octubre de 1992, n. 3).

La OEA, precursora de muchas otras iniciativas integradores, sigue siendo una instancia privilegiada para conseguir lo que el Papa definió como condición necesaria de la integración: un cambio de mentalidad que lleve a descubrir lo que une a todos como un beneficio propio, y permita superar los conflictos, los antagonismos y la desconfianza recíproca (cf. Discurso al Cuerpo diplomático, Santo Domingo, 11 de octubre de 1992, n. 4).

6. En su capítulo VII, la Carta de la Organización de los Estados americanos compromete a todos sus miembros a buscar el desarrollo integral, que abarque los campos económico, social, educativo, cultural, científico y tecnológico, y procure el bien material y espiritual de las personas (Carta de la OEA, cap. VII, arts. 29-51). Cómo no notar la consonancia entre estos postulados y cuanto afirma la Santa Sede, cuando exhorta a un desarrollo que no sólo multiplique los bienes materiales, sino que también los ponga al servicio de la persona y de su libertad, y aumente el respeto de las identidades culturales y la apertura a la trascendencia (cf. Sollicitudo rei socialis, 32; Centesimus annus, 51). Ambas concuerdan también en que la potenciación de los recursos humanos, factor clave del progreso de los pueblos es condición indispensable del desarrollo. Se necesitan grandes inversiones en la educación de la infancia y de la juventud, a fin de asegurar un futuro mejor para todos (cf. Juan Pablo II, Discurso al Cuerpo diplomático, Santo Domingo, 11 de octubre de 1992, n. 5; Carta de la OEA, arts. 46-50).

7. Sin embargo, las inversiones en favor del hombre del mañana requieren que se preste hoy especial atención a la familia. Sólo la solidez de los hogares garantizará la eficacia de los esfuerzos de los gobiernos en la promoción de las nuevas generaciones. Este año, que las Naciones Unidas han declarado Año internacional de la familia, se celebra la 24a sesión de la Asamblea general de la OEA y, para orientar sus trabajos, resulta por tanto muy oportuno recordar que la Convención americana de los derechos humanos —el pacto de San José de Costa Rica del 22 de noviembre de 1969— no duda en proclamar en su artículo 17 que “la familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad, y debe ser protegida por la sociedad y por el Estado”, (cf. Pacto de San José de Costa Rica, art. 17).

De hecho, la historia enseña que todos los éxitos políticos y sociales logrados a lo largo de la vida americana se consiguieron a partir de una concepción del hombre firmemente insertado en el ámbito familiar. La Santa Sede, al reafirmar su gran afecto por estas tierras, desearía que los nuevos desafíos económicos y sociales que se presentan, se afronten en el marco del respeto a la familia y a los modos peculiares de vida de las sociedades americanas. En su multisecular experiencia en humanidad, puede permitirse confirmar que el respeto a los hogares será el mejor antídoto contra las nuevas fuerzas disgregadoras, como la corrupción y el narcotráfico, una ayuda eficaz para que los beneficios del desarrollo económico se compartan solidariamente, y un camino para que el bienestar llegue a los lugares más recónditos de estas tierras.

8. La amplia agenda de las asambleas ordinarias de la OEA se ocupa todos los años de los principales problemas políticos, jurídicos, sociales y económicos del continente, desde el punto de vista de la integración continental. Al concebir los diversos modos de cooperación, los representantes de los Estados americanos no deben olvidarse de que el desarrollo integral del continente es mucho más que una expresión de deseos: es un compromiso solemne de derecho internacional.

Por tanto, el progreso debe realizarse en el respeto a cada hombre y a cada mujer concretos, en la protección de los niños y de los ancianos, y también en la protección del derecho a la vida desde el instante de la concepción, como se han comprometido jurídicamente los Estados americanos al firmar el pacto de San José de Costa Rica (art. 4. 1). Sin el cumplimiento de estos deberes de justicia, se corre el riesgo de que no haya desarrollo.

Formulo votos para que los representantes de los Estados aquí reunidos afronten los antiguos y los nuevos problemas con una mentalidad innovadora y valiente, y estén dispuestos siempre a defender los valores de la cultura americana. Los habitantes de este continente merecen soluciones audaces, capaces de armonizar el progreso de la economía con los ideales del desarrollo que los Estados americanos expresaron en la carta constitutiva de la OEA; merecen y esperan un desarrollo que no sólo logre objetivos de progreso y de bienestar material, sino que también lleve a la realización de todos los valores y potencialidades de cada hombre y de cada mujer, y considere debidamente sus tradiciones, creencias, esperanzas y expectativas. La Santa Sede desea ofrecerse como atento interlocutor, para contribuir a que los gobiernos del continente y las organizaciones zonales encuentren los medios adecuados a la promoción de sus sociedades, y dispongan de la fuerza y de los instrumentos necesarios para ponerlos en práctica.

Muchas gracias.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n°27, p.22.


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