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PALABRAS DE SALUDO
DEL CARD. TARCISIO BERTONE, S.D.B.
AL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DE SU NOMBRAMIENTO
COMO SECRETARIO DE ESTADO

Castel Gandolfo
Venerdì, 15 settembre 2006


Santísimo Padre: 

El día en que asumo el cargo de secretario de Estado de Su Santidad, mi pensamiento se dirige ante todo a usted, que me ha llamado a suceder al venerado cardenal Angelo Sodano. A usted, Santo Padre, le expreso los sentimientos de mi más filial y fiel adhesión, mientras recibo la "antorcha" que un experto y fecundo ministerio de primer colaborador del Santo Padre ha sabido mantener "encendida", de generación en generación, al servicio de la Iglesia y del mundo. Hoy llevo conmigo la cruz del cardenal Agostino Casaroli, que un ilustre prelado me ha regalado generosamente.

Emprendo una misión peculiar y diversa con respecto a las que hasta ahora se me han encomendado. Sin embargo, me alegra que su índole innegablemente pastoral dé continuidad a las misiones que ya he desempeñado y que se integre perfectamente en la evidente especificidad de este cargo. Además, confío en que las experiencias que he realizado en el pasado, guiado por la sabia mano de la divina Providencia, contribuyan de modo notable al cumplimiento de la tarea que hoy asumo.

Soy consciente de la pesada responsabilidad que implica, así como de la importancia y la complejidad de las cuestiones que deberé afrontar cada día. La única ambición que albergo es la de realizar el lema de mi servicio episcopal:  fidem custodire, concordiam servare, y me consuela la convicción de que tendré la oportunidad de contribuir de modo especial a realizar ese ideal.

Asimismo, me alienta mucho la certeza de que puedo contar, ante todo, con la guía sabia e incomparable del Santo Padre, así como con la competencia, la experiencia y la laboriosidad de los superiores de la Secretaría de Estado. Pero también tengo gran confianza en el trabajo insustituible y a menudo oculto que todo el personal de la Secretaría de Estado y de las representaciones pontificias lleva a cabo cada día con espíritu de sincera y admirable abnegación.

La comunión profunda que nos une en el compromiso común al servicio de la Iglesia —y, por tanto, también de la dignidad humana y de la convivencia pacífica entre los pueblos— no podrá por menos de traducirse en leal y fiel colaboración, reforzada en muchos de nosotros por el espíritu sacerdotal y por la caridad pastoral que debe animarnos siempre en nuestras actividades.

Desde los años de mi anterior actividad en Roma elevo cada mañana esta invocación:  "Acuérdate, Señor, del Papa con sus colaboradores presentes y futuros". Y precisamente hoy he escrito una carta a muchos monasterios de vida contemplativa pidiéndoles la ayuda permanente de la oración de intercesión.

Así  pues, desde ahora pongo con filial confianza esta colaboración y mi nuevo ministerio en las manos  de María,  Madre  de  la Iglesia. Ella nos ayudará a hacer todo lo que el Señor diga, a través de Su Santidad.

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