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PALABRAS DEL CARDENAL TARCISIO BERTONE
EN LA INAUGURACIÓN DE LA EXPOSICIÓN
CON MOTIVO DE LOS 145 AÑOS DEL
L'OSSERVATORE ROMANO


Martes 24 de octubre de 2006

 

Señor presidente de la Provincia de Roma;
ilustres miembros de la Junta y del Consejo provincial;
eminencias reverendísimas;
excelencias reverendísimas;
señor director de
L'Osservatore Romano;
autoridades presentes;
señores y señoras: 

Me alegra mucho participar en esta significativa manifestación, que pone de relieve la colaboración entre la Administración de la Provincia de Roma y la Santa Sede, y agradezco la oportunidad que se me brinda de dirigir a los presentes la palabra. Doy las gracias, en primer lugar, al presidente, doctor Enrico Gasbarra, que nos acoge. He escuchado con atención sus palabras de bienvenida, así como la intervención del profesor Mario Agnes, director de L'Osservatore Romano. La interesante exposición que hoy se inaugura quiere conmemorar precisamente el 145° aniversario de este periódico. ¡Cómo no reconocer el mérito de quienes la han ideado, organizado y preparado! A todos expreso mi aprecio y mi felicitación.

A este propósito, conviene destacar el hecho de que este acontecimiento tenga lugar en un edificio de las instituciones cívicas de Roma. ¡Cuánto han cambiado los tiempos desde que, por la iniciativa y el celo de los abogados Nicola Zanchini, de Forlí, y Giuseppe Bastia, de Bolonia, nació L'Osservatore Romano, en un clima de enfrentamiento y de abierto desafío entre los promotores del Risorgimento italiano y los defensores de la necesidad del Estado pontificio!

Este diario, creado para defender la religión católica y al Romano Pontífice, se convirtió en el órgano oficioso de la Sede apostólica, la cual, habiendo comprendido su valor, lo transformó en instrumento para la difusión de las enseñanzas del Sucesor de Pedro y para la información sobre los acontecimientos de la Iglesia. Por otra parte, no se puede por menos de subrayar que pudo dar sus primeros pasos gracias a algunos fieles laicos, impulsados por una fuerte motivación misionera, iniciando con valentía su actividad para presentar el rostro auténtico de la Iglesia y los ideales de libertad que propone y encarna.

Han pasado desde entonces 145 años. Esta exposición abarca un largo período de tiempo, y justamente recoge sobre todo las vicisitudes de nuestros tiempos. La sucesión de los acontecimientos históricos muestra que la Iglesia, tanto en el pasado como en el presente, para difundir el mensaje evangélico en todos los ámbitos de la sociedad, para promover y defender los ideales de la auténtica libertad, de la verdad, de la justicia y de la caridad, necesita la laboriosidad, la creatividad y el carisma de los laicos.

Por tanto, en el itinerario que recorre esta exposición a través de la historia del periódico podemos volver a contemplar todo el camino de la Iglesia, que en este período siempre se ha esforzado por difundir el Evangelio y defender el valor del hombre y la intangibilidad de su dignidad y de sus derechos.

La exposición documenta todo esto y nos ayuda a familiarizarnos con la acción pastoral de once Romanos Pontífices. El beato Pío IX, que concedió el asentimiento a la fundación de L'Osservatore Romano; el largo y complejo pontificado de León XIII, con los profundos cambios sociales de aquellos años; san Pío X, el párroco del mundo, el Papa de las grandes reformas realizadas en el seno de la Iglesia; Benedicto XV, que promulgó la mayor colección de leyes eclesiásticas y que, precisamente en el diario vaticano, publicó la apremiante Nota a los jefes de los pueblos beligerantes; Pío XI, que condenó los totalitarismos de todo color político, como hizo también su sucesor, el siervo de Dios Pío XII.

No olvidemos que precisamente durante la segunda guerra mundial L'Osservatore Romano fue una de las pocas voces libres ―especialmente con las famosas "Acta diurna"― y documentó la ingente labor humanitaria realizada por Pío XII y por la Santa Sede. L'Osservatore Romano describió luego la primavera que floreció en la Iglesia con la obra del beato Juan XXIII y el soplo del concilio Vaticano II. El diario de la Santa Sede se hizo fiel intérprete de este excepcional acontecimiento eclesial, así como de la sabia y providencial acción del siervo de Dios Pablo VI, que guió a la Iglesia en el período conciliar y en los años no fáciles del posconcilio.

De Pablo VI no podemos por menos de recordar el alto y apremiante llamamiento en favor de la liberación de Aldo Moro y las conmovedoras palabras que pronunció en su funeral:  "Me dirijo a vosotros, hombres de las Brigadas Rojas...". El Papa Montini, herido en su corazón pero manteniendo intacta la fuerza de su fe, indicó a la nación italiana el camino del perdón, de la reconciliación y de la renuncia a toda violencia como única senda para la pacificación de nuestro país.

L'Osservatore Romano se hizo intérprete del breve pontificado del siervo de Dios Juan Pablo I y, en los años más cercanos a nosotros, del renovado diálogo de la Santa Sede con el mundo, que caracterizó el largo pontificado del siervo de Dios Juan Pablo II. Siguió su actividad diaria, sus múltiples iniciativas y sus viajes apostólicos, que marcaron una fase nueva en la historia del Papado y de la Iglesia.

El diario vaticano, por último, nos informa de las vicisitudes de nuestros días, en los que la Iglesia camina guiada con sabiduría por Benedicto XVI.

Sería interesante analizar la difusión y el influjo de L'Osservatore Romano en las regiones del mundo y en los ambientes sociopolíticos y culturales más diversos, así como en los países y en las familias más sencillas y fieles al Papa. Yo, por ejemplo, recuerdo que en mi pueblo natal, Romano Canavese, durante muchos años llegaban dos ejemplares de L'Osservatore Romano:  uno a nombre de don Paolo Bellono, sacerdote que vivía allí, y otro a nombre de mi abuelo y, luego, de mi padre Pietro Bertone.

Permítaseme otra observación. La historia de L'Osservatore Romano está vinculada a la historia de Roma, nuestra ciudad. No por casualidad, como hecho destacado, el diario registra también la unificación administrativa realizada con la constitución de la Provincia de Roma. De esta ciudad, que constituye la cuna de la civilización occidental y el corazón del catolicismo, el diario de la Santa Sede sigue registrando hechos de crónica diaria y fermentos de cristiandad. Se llama "L'Osservatore Romano" como para indicar la solicitud con la que el Pastor universal de la Iglesia, Obispo de Roma, mira a la comunidad que le ha sido encomendada, para que esta ciudad, bendecida por la sangre de tantos mártires y por el paso de innumerables santos, cumpla con esmero su misión de faro de civilización y de espiritualidad evangélica.

En el fondo, el único y constante anhelo de la Iglesia y de su supremo Pastor, del que este diario se hace portavoz atento y fiel, es comunicar el Evangelio urbi et orbi, a Roma y al mundo entero. Se trata de una valiosa herencia, que es necesario acoger y proseguir. Desde los primeros pasos valientes, dados en el ya lejano 1 de julio de 1861 gracias a la intuición y a la entrega de un grupo de laboriosos fieles laicos que se constituyeron en asociación, hasta las modernas tecnologías de nuestros días, que permiten una comunicación cada vez más rápida y capilar, el espíritu y el estilo con que se trabaja siguen siendo siempre los mismos.

De la cooperación entre una institución pública, la Provincia de Roma, y nuestro periódico ha surgido un signo ulterior de colaboración y trabajo común al servicio de las grandes causas de la dignidad humana y la paz, como usted, señor presidente, ha recordado oportunamente en sus palabras iniciales. Roma ―tanto la Roma civil como la cristiana― lleva inscrito en su destino el signo del amor y de la paz. Esta exposición, en definitiva, evoca el constante mensaje de esperanza, la misión moral que une a las instituciones civiles y religiosas de Roma.

Todos ―tanto las Administraciones públicas como la Iglesia―, respetando las prerrogativas particulares y las tareas propias de cada uno, estamos llamados a una fecunda colaboración mutua para el bien de esta ciudad, para que esté al servicio del hombre, especialmente del pobre y del que sufre, para que promueva la justicia y la paz en un contexto social en el que nadie se sienta marginado o excluido.

El Papa Benedicto XVI, en la reciente IV Asamblea de la Iglesia italiana celebrada en Verona, exhortó a los católicos, presentes en todos los ámbitos de la sociedad, a "abrirse con confianza a nuevas relaciones, a no descuidar ninguna de las energías que pueden contribuir al crecimiento cultural y moral de Italia".

Que este sea también el fruto de la presente iniciativa:  partiendo de la gloriosa memoria del pasado, volver a impulsar y proyectar con espíritu profético un instrumento de comunicación de la Iglesia universal, eficaz y convincente, para que crezca el pueblo de los hombres y las mujeres de buena voluntad, decididos a trabajar juntos para construir un futuro de esperanza para todos, para nuestra ciudad y para el mundo entero.

 

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