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CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
CON LOS NUNCIOS APOSTÓLICOS DE AMÉRICA LATINA

HOMILÍA DEL CARD. TARCISIO BERTONE

Capilla del Espíritu Santo de la Domus "Sanctae Marthae"
Sábado 17 de febrero de 2007

 

En la oración Colecta, al inicio de esta santa misa, hemos pedido al Señor, nuestro Dios, "que la Iglesia se consagre, con la misma caridad sublime de la Virgen María, a la gloria de Dios y al servicio del hombre, y sea para todos los pueblos signo e instrumento de su amor".

El evangelio, que hemos leído a continuación, nos muestra, a través de un hecho concreto acontecido durante las bodas de Caná, la función que desempeña María y que, de algún modo, acompaña el camino de Cristo. María dirige a la Iglesia de todos los tiempos "la gran invitación materna" -como la definió Juan Pablo II en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (n. 21)-:  "Haced lo que él os diga" (Jn 2, 5). En las bodas de Caná el evangelio muestra precisamente la eficacia de la intercesión de María, que se hace portavoz ante Jesús de las necesidades humanas:  "No tienen vino" (Jn 2, 3).

María ha sido definida el libro, la tabla en la que está escrita la doctrina de su Hijo.

En realidad, María, a lo largo de toda la historia, se ha hecho portavoz de la necesidad de los pueblos de conocer la buena nueva y de aceptar la fe en Jesucristo. En ella se encuentran, en misteriosa fecundidad, el deseo de la humanidad y la promesa de Dios.

En efecto, en el documento del Episcopado latinoamericano de Puebla, de 1979, se especifica muy bien que "María no sólo vela por la Iglesia. Ella tiene un corazón tan amplio como el mundo e implora ante el Señor de la historia por todos los pueblos. Esto lo registra la fe popular que encomienda a María, como Reina maternal, el destino de nuestras naciones" (n. 289).

"Modelo de servicio eclesial en América Latina, la virgen María se hizo la sierva del Señor. (...) En Caná está atenta a las necesidades de la fiesta y su intercesión provoca la fe de los discípulos que "creyeron en él" (Jn 2, 11). Todo su servicio a los hombres es abrirlos al Evangelio e invitarlos a su obediencia:  "Haced lo que él os diga" (Jn 2, 5)" (n. 300).

La celebración eucarística de hoy, en la que están reunidos los nuncios apostólicos de los países de América Latina, nos brinda la ocasión para rendir homenaje a María Virgen, imagen y Madre de la Iglesia, por su ayuda eficaz a la difusión del cristianismo. Ella ha sido y es verdadera Estrella de la evangelización. El Evangelio ha sido anunciado a los pueblos latinoamericanos presentando a la Virgen María como su realización más elevada. Ella representa el gran símbolo, el rostro materno y misericordioso de la cercanía al Padre y a Cristo, con quien ella invita a estar en comunión.

Juan Pablo II, en el gran encuentro que tuvo lugar en el estadio Azteca de la Ciudad de México, pudo exclamar:  "¡América, tierra de Cristo y de María!", indicando así la identidad más profunda de estas naciones. Es tierra de Cristo porque sus hijos y sus pueblos han renacido a nueva vida en las aguas del bautismo. Y es la tierra de María porque, desde los albores de la evangelización, la Virgen ha sabido llevar a sus habitantes al encuentro con su Hijo (cf. Discurso durante el encuentro con todas las generaciones del siglo, 25 de enero de 1999:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de febrero de 1999, p. 8).

En los santuarios que han surgido en todos los países de América Latina -se cuentan más de 350- el pueblo responde a la fe y lo hace con las manifestaciones de su cultura y de sus costumbres. Por ejemplo, el santuario de Copacabana, en Bolivia, que se eleva sobre un antiguo templo dedicado al Sol y a la Luna, testimonia que la Madre de Dios quiso atraer a sí a sus hijos para acercarlos al verdadero Dios.

Conocemos la importancia del prodigio acontecido en el Tepeyac, en México, donde la Virgen de Guadalupe se presentó a sus hijos como la que viene del pueblo porque quiere abrazar a todos, indígenas y españoles, con un mismo amor de Madre. A ella la devoción del pueblo le ha atribuido los nombres más hermosos y sentidos:  "Emperatriz de las Américas", "La misionera celestial del nuevo mundo".

El pueblo brasileño considera a Nuestra Señora Aparecida como perteneciente a su misma estirpe, verdadera hermana que comparte plenamente, como mujer humilde y pobre, su misma condición.
El pueblo chileno invoca a la Virgen de Maipú como "verdadera estrella de Chile", estrella donde resplandecen las virtudes que hacen posible y fecunda la convivencia.

Juan Pablo II, peregrino en numerosos santuarios de América Latina, dijo en cierta ocasión:  "Un mismo nombre, María, modulado con diversas advocaciones, invocado con las mismas oraciones, pronunciado con idéntico amor. En Panamá se la invoca con el nombre de la Asunción; en Costa Rica, Nuestra Señora de los Ángeles; en Nicaragua, la Purísima; en El Salvador se la invoca como Reina de la paz; en Guatemala se venera su Asunción gloriosa; Belice ha sido consagrada a la Madre de Guadalupe y Haití venera a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Aquí, en Honduras, el nombre de la Virgen de Suyapa tiene sabor de misericordia por parte de María..." (Homilía en el santuario de Nuestra Señora de Suyapa, Tegucigalpa, martes 8 de marzo de 1983, n. 1:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de marzo de 1983, p. 14).

Cada nación latinoamericana merecería una mención especial. No podemos menos de pensar en Nuestra Señora de Luján, en Argentina; en el santuario de Chiquinquirá, en Colombia; en la Virgen de la Caridad del Cobre, en Cuba; en Nuestra Señora de El Quinche, en Ecuador; y de Caacupé, en Paraguay; en Nuestra Señora de la Merced, en Perú y en la República Dominicana; en Nuestra Señora de la Providencia, en Puerto Rico; en la Virgen de los Treinta y Tres, en Uruguay; en el santuario de Coromoto, en Venezuela; y tantos otros, conocidos y menos conocidos.

Efectivamente, en María y en todos los santuarios marianos se vuelven a proponer las palabras evangélicas fundamentales:  la elección de los humildes como predilectos de Dios, el anuncio de salvación que María nos da juntamente con la vida de su Hijo, la purificación que orienta el camino del hombre, la búsqueda de la luz que ilumina la vida terrena, la valentía del sufrimiento que abre de par en par los corazones a la esperanza, el encuentro con lo sagrado tan presente entre nosotros y al alcance de todos.

Pero durante esta celebración hagamos nuestra esta súplica contenida en la oración de consagración de la República de Panamá al Corazón Inmaculado de María:  "Tú has caminado siempre con nosotros desde los albores de la primera evangelización, brindándonos tu amparo maternal bajo la advocación de Nuestra Señora de la Antigua. (...) Alienta, oh Madre, nuestro caminar y ayúdanos a realizar con eficacia la tarea de la nueva evangelización".

En su designio de amor, el Señor ha querido que todas las gentes formen el único pueblo de los que han renacido a la vida de Cristo y de su Evangelio. Con una hermosa expresión, que nos sugiere el Salmo, podemos honrar a la Virgen María, imagen y Madre de la Iglesia, artífice de este renacimiento de personas y pueblos a la fe cristiana:  "Todas mis fuentes están en ti" (Sal 86, 7).

 
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