The Holy See
back up
Search
riga

INTERVENCIÓN DEL CARD. TARCISIO BERTONE
CON OCASIÓN DEL 80° CUMPLEAÑOS
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

 

Tengo la alegría y el honor de expresar a Su Santidad mi más cordial felicitación por su 80° cumpleaños y por el segundo aniversario de su elección a la Sede de Pedro. Lo hago ante todo en mi nombre, pero también en nombre de los colaboradores de la Secretaría de Estado, que se unen con afecto, en este singular aniversario, a Aquel que la Providencia divina eligió para llevar la barca de Pedro a través de las olas, con frecuencia agitadas, del océano de nuestro mundo.

Me dirijo a él, a Benedicto XVI, desde las columnas de su Diario, que desde 1861 informa cada día sobre la actividad del Sucesor de Pedro y da a conocer sus enseñanzas a la opinión pública mundial.

Dios ha querido que estos dos felices acontecimientos —su cumpleaños y el aniversario de su elección a la Cátedra de Pedro— se sucedan en el brevísimo lapso de sólo tres días, en este período del año en el que la Iglesia está de fiesta por la santa Pascua, para que queden iluminados por la luz de Cristo resucitado.

¡Ochenta años de vida! Del corazón de todos los católicos se eleva un himno de acción de gracias a Dios, que en el año 1927 llamó a la existencia a nuestro amado Pontífice. El pensamiento va, naturalmente, a sus padres y sus familiares, que desde el cielo participan en nuestra fiesta de familia. La mirada se ensancha y abarca todo el arco de los ocho decenios transcurridos. ¡Cuántos encuentros, cuántas personas conocidas, cuánto trabajo realizado en ochenta años!

Esta feliz meta, aunque en nuestros días no es algo excepcional, hace pensar en un largo camino y en una especial benevolencia del Señor para quien llega a ella, mucho más si, como en este caso, lo hace con buena salud. ¡Cómo no alegrarse y reconocer que todo proviene  de  la bondad del Dador celestial  de todo bien! Y ¿qué decir de las múltiples dotes humanas y espirituales que suscitan cada vez mayor aprecio  por  su ministerio al servicio de la Iglesia?

Para quien ha tenido y tiene la suerte de estar al lado de Benedicto XVI —y a mí se me ha concedido este singular privilegio— su ejemplo y sus enseñanzas constituyen una constante lección de vida. Conservo el recuerdo de muchos momentos significativos vividos trabajando a su lado en la Congregación para la doctrina de la fe, que ponen de manifiesto la atracción que ha ejercido siempre sobre adultos y jóvenes, y de modo especial sobre estos últimos.

A menudo me tocó acompañarlo, durante la jornada de trabajo, mientras cruzaba la plaza de San Pedro dirigiéndose hacia su residencia en la plaza de la Ciudad Leonina. Muchas personas se acercaban a él para saludarlo, para besarle el anillo y pedirle su bendición. Accedía siempre con gran cordialidad.

Recuerdo un episodio:  un día, ya de noche, un grupo de unos cuarenta jóvenes alemanes se dio cuenta de que quien cruzaba la plaza de San Pedro era el cardenal Ratzinger. Lo rodearon con gran afecto y le propusieron cantarle un canto en su honor. En medio del silencio de la plaza se elevó un hermoso canto polifónico con voces mixtas. Observé que en la ventana iluminada del despacho papal se desplazó levemente la cortina y se asomó discreta y tímidamente curiosa la figura blanca del Papa, que escrutaba la plaza. Exclamé:  "El Papa nos está escuchando". Fue uno de los muchos momentos en que se manifestó la especial sintonía que existía entre Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger, una sintonía de amor y de benevolencia —evocada por ese canto— hacia los jóvenes; y es evidente que esa sintonía sigue existiendo.

En él se unen dones de naturaleza y de gracia, valorizados por la humildad y la sencillez que caracterizan su trato personal exquisito. De ahí deriva una autoridad moral reconocida, gracias a la aguda genialidad del investigador y teólogo, valiente e intrépido defensor de la verdad del Evangelio, unida a la conciencia de ser un "humilde servidor en la viña del Señor", siempre dispuesto a la escucha y al diálogo, testigo incesante de la alegría y profeta de Dios que es Amor.

En estos dos años de pontificado, los rasgos de su personalidad, antes sólo conocidos por sus amigos, van conquistando cada vez más la simpatía de cercanos y lejanos, adultos y jóvenes, atentos a escucharlo, impresionados por la claridad y la fuerza de sus discursos. Baste considerar los Ángelus dominicales y las audiencias generales de los miércoles, en los que participan multitudes cada vez más numerosas. Además, al terminar, se detiene a saludar a las personas que pueden acercarse a él; se entretiene con cada uno, tomándose todo el tiempo necesario, sin prisa, como si fuera amigo de siempre.

Muchos jóvenes me han referido que en su casa descargan de internet sus discursos, los leen y los meditan para convertirlos en experiencia de vida. Por ejemplo, un joven dirigente de un Banco vino a hablar conmigo y me dijo:  "Me han impresionado los llamamientos de Benedicto XVI. No puedo dejarlo solo. He decidido renunciar a la promoción en el Banco y entrar en el seminario". No pude por menos de congratularme con él y de bendecir su nuevo camino.

A una persona que le preguntó por qué dedicó su primera encíclica a la caridad —Deus caritas est—, le respondió:  "Quería manifestar la humanidad de la fe". En efecto, en su pontificado existe la idea de una religión alegre, sentida en todas partes, vivida con los sentidos y con la razón. Es una perspectiva creíble si lo que guía todo su servicio eclesial es el himno de la caridad del apóstol san Pablo. La acción práctica no basta si en ella no se hace presente el amor al hombre.

Esta indicación suya de la ruta segura, suscitada por el Espíritu que sopla donde quiere, no sólo afecta a nuestras historias personales, sino también a la vida de la Iglesia e incluso al ordenamiento de la sociedad civil. A Ratzinger, estudioso y teólogo, siempre le ha gustado Pentecostés, que, a diferencia de la torre de Babel, símbolo bíblico de una globalización técnica sin alma que lleva a la desesperación humana, inaugura una globalización capaz de hacer hablar a las personas sin negar su singularidad de historia y de cultura.

En calidad de secretario de Estado suyo, puedo atestiguar que lleva el peso que Dios ha puesto sobre sus hombros, un peso que supera las fuerzas humanas:  el mandato de gobernar la grey de Cristo como Pastor de la Iglesia  universal, gracias a su firme arraigo en Cristo, sostenido por una intensa vida de oración y de unión personal con Dios.

A dos años de distancia, vuelvo a pensar en el solemne inicio de su pontificado. Escucho resonar en la plaza de San Pedro la aclamación de la multitud al responder a la letanía de los santos:  "Tu illum adiuva". ¡Oh Dios, sigue ayudando al sucesor de san Pedro! La Iglesia entera, unida y concorde, se abraza hoy a su amado y venerado Padre en la fe como la primera comunidad hizo en los momentos importantes con el apóstol san Pedro e, invocando la intercesión materna de la Virgen santísima, suplica al Señor que "conservet eum, vivificet  eum et beatum faciat eum in terra".

Hoy, con renovado entusiasmo, queremos manifestar una vez más el deseo y el compromiso de escucharlo atentamente, servirlo dócilmente y acompañarlo fielmente.

¡Felicidades, Santo Padre!

Card. Tarcisio BERTONE, s.d.b.
Secretario de Estado

 

(L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de abril de 2007)

 

top