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HOMILÍA DEL CARDENAL TARCISIO BERTONE
DURANTE LA MISA EN EL ENCUENTRO DE LOS OBISPOS NOMBRADOS EN LOS ÚLTIMOS DOCE MESES


Pontificio Ateneo "Regina Apostolorum"
Martes 18 de septiembre de 2007

Queridos hermanos en el episcopado:

Reunidos en torno al altar, quiero ante todo saludaros y dar gracias al Señor por el don que, en su misericordiosa bondad, ha querido concederos a cada uno de vosotros y, a través de vosotros, a la Iglesia al llamaros a ser guías y pastores de su grey. Todo don implica también una responsabilidad; por eso, me uno de buen grado a vosotros para invocar la ayuda del Espíritu Santo a fin de que podáis llevar a cabo la misión que os ha sido encomendada.

En estos días de oración común, de reflexión y de intercambio de experiencias, tenéis la posibilidad de entablar entre vosotros relaciones de conocimiento y amistad recíprocos, y, al mismo tiempo, podéis recibir informaciones y consejos que seguramente os resultarán útiles y oportunos para vuestro ministerio episcopal.

Procedéis de diversos continentes, trayendo en vuestro corazón las expectativas y las esperanzas, así como los desafíos y las preocupaciones, de las comunidades encomendadas a vuestra solicitud pastoral. Todo lo ponemos hoy sobre el altar, como en cada celebración eucarística, para que, escuchando la palabra de Dios y comulgando el Cuerpo y la Sangre de Cristo, podamos recibir la luz interior y el apoyo sobrenatural indispensables para ser, como suele repetir el Santo Padre Benedicto XVI, "humildes servidores" de la viña del Señor.

Las lecturas que se acaban de proclamar nos ayudan en gran medida a profundizar en el valor y la importancia de nuestra misión.

La primera lectura, tomada de la primera carta de san Pablo a Timoteo, nos presenta una lista de las cualidades requeridas para los que han sido llamados a tareas de responsabilidad en el seno del pueblo de Dios: "obispos" y "diáconos". Se trata de una lista calcada de un esquema estereotipado del ambiente greco-helenístico, que servía para el retrato del candidato a cargos públicos, y que corresponde al ideal del hombre honrado y apreciado.

Así, tenemos un conjunto de valores humanos, que podemos situar en tres ámbitos fundamentales: el de la madurez o la honradez personal; el de las relaciones sociales; y, por último, el de la responsabilidad pública. En definitiva, se trata de cualidades humanas fundamentales: el "obispo" —advierte el Apóstol— debe ser un hombre honrado, de recto juicio, sociable y apreciado. No se pretende que tenga grandes capacidades administrativas, ni las cualidades propias de un gran líder, ni títulos académicos o de prestigio.

En el texto que la liturgia ofrece a nuestra meditación, san Pablo admite después que el obispo tenga mujer (cf. 1 Tm 3, 2), y alude explícitamente a una vida conyugal y familiar ejemplar. Sabemos muy bien que la tradición eclesial sucesiva llegó a definir la ley eclesiástica del celibato como uno de los ejes de la disciplina y de la espiritualidad del presbítero y del obispo.

En la antigüedad cristiana, muchos Padres y escritores eclesiásticos, testimoniaron que tanto en Oriente como en Occidente se generalizó la práctica libre del celibato en los ministros sagrados. Por lo que concierne a la Iglesia de Occidente, ya desde inicios del siglo IV, mediante la intervención de los diversos concilios provinciales y de los Sumos Pontífices, se extendió y se confirmó esta práctica. Fueron sobre todo los Pastores supremos quienes promovieron, defendieron y restauraron el celibato eclesiástico en las sucesivas épocas de la historia, incluso cuando se manifestaban oposiciones en el mismo clero y las costumbres de la sociedad no eran favorables a ese estilo de vida.

En una época como la nuestra, en la que de vez en cuando se quisiera volver a poner en tela de juicio esta disciplina eclesial, ya secular, es muy oportuno reafirmar el valor y la importancia del celibato, y comprender sus razones profundas, para vivirlo de modo sereno y convencido, ciertamente contando con la constante ayuda divina.

A este propósito, me parecen particularmente significativas dos referencias muy autorizadas. La primera la tomo de la carta encíclica Sacerdotalis caelibatus del inolvidable siervo de Dios Pablo VI, que sobre el celibato escribió páginas de extraordinaria profundidad espiritual y pastoral en un período histórico bastante turbulento, incluso en el seno de la Iglesia.

"Nuestros queridísimos sacerdotes —afirma Pablo VI refiriéndose precisamente al celibato— tienen el derecho y el deber de encontrar en vosotros, venerables hermanos en el episcopado, una ayuda insustituible y valiosísima para la observancia más fácil y feliz de los deberes contraídos. (...) Toda la ternura de Jesús por sus Apóstoles se manifestó con toda evidencia cuando él los hizo ministros de su cuerpo real y místico; y también vosotros, en cuya persona "está presente en medio de los creyentes nuestro Señor Jesucristo, sumo pontífice", sabéis que lo mejor de vuestro corazón y de vuestras atenciones pastorales se lo debéis a los sacerdotes y a los jóvenes que se preparan para serlo" (nn. 91-92).

En segundo lugar, deseo recordar, por su importancia y profundidad, las palabras que el Santo Padre Benedicto XVI dirigió a la Curia romana, en diciembre del año pasado, durante el tradicional intercambio de felicitaciones con ocasión de la Navidad. "El verdadero fundamento del celibato —dijo en esa ocasión— sólo puede quedar expresado en la frase: "Dominus pars", Tú eres el lote de mi heredad. Sólo puede ser teocéntrico. No puede significar quedar privados de amor; debe significar dejarse arrastrar por el amor a Dios y luego, a través de una relación más íntima con él, aprender a servir también a los hombres". "El celibato —añadió— debe ser un testimonio de fe: la fe en Dios se hace concreta en esa forma de vida, que sólo puede tener sentido a partir de Dios. Fundar la vida en él, renunciando al matrimonio y a la familia, significa acoger y experimentar a Dios como realidad, para así poderlo llevar a los hombres. Nuestro mundo, que se ha vuelto totalmente positivista, en el cual Dios sólo encuentra lugar como hipótesis, pero no como realidad concreta, necesita apoyarse en Dios del modo más concreto y radical posible".

Y concluyó: "Por eso precisamente hoy, en nuestro mundo actual, el celibato es tan importante, aunque su cumplimiento en nuestra época se vea continuamente amenazado y puesto en tela de juicio. Hace falta una preparación esmerada durante el camino hacia este objetivo; un acompañamiento continuo por parte del obispo, de amigos sacerdotes y de laicos, que sostengan juntos este testimonio sacerdotal. Hace falta la oración que invoque sin cesar a Dios como el Dios vivo y se apoye en él tanto en los momentos de confusión como en los de alegría" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de diciembre de 2006, p. 7).

El mismo Benedicto XVI, en la hermosa exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis, dice: "Es necesario reafirmar el sentido profundo del celibato sacerdotal, considerado con razón como una riqueza inestimable (...). En efecto, esta opción del sacerdote es una expresión peculiar de la entrega que lo configura con Cristo y de la entrega exclusiva de sí mismo por el reino de Dios. El hecho de que Cristo mismo, sacerdote para siempre, viviera su misión hasta el sacrificio de la cruz en estado de virginidad es el punto de referencia seguro para entender el sentido de la tradición de la Iglesia latina a este respecto. Así pues, no basta comprender el celibato sacerdotal en términos meramente funcionales. En realidad, representa una especial configuración con el estilo de vida del propio Cristo. Dicha opción es ante todo esponsal; es una identificación con el corazón de Cristo Esposo que da la vida por su Esposa" (n. 24).

Pasemos ahora a la página evangélica que hemos escuchado atentamente, y quién sabe cuántas veces la hemos comentado en nuestras homilías. Es uno de los episodios, descritos con abundancia de detalles y con gran humanidad por el evangelista san Lucas, que muestran con extraordinaria evidencia la bondad y el poder de Jesús (cf. Lc 7, 11-17). El Señor va a una ciudad de Galilea llamada Naím y, cuando ya está cerca de las puertas de la ciudad, se encuentra con un cortejo fúnebre: llevaban a sepultar a un muchacho, hijo único de una madre viuda.

Es una situación realmente dolorosa, que provoca en Jesús una reacción de profunda compasión. En el texto original, para expresar los sentimientos de Cristo, san Lucas usa el verbo esplanchnísthe, cuya raíz significa "entrañas, corazón"; por eso, podríamos traducir: "Se le conmovieron las entrañas".Ese mismo verbo aparece en otros pasajes del Evangelio, por ejemplo, en la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10, 33); en el relato de la multiplicación de los panes (cf. Mt 14, 14; Mc 6, 34); en la curación del leproso (cf. Mc 1, 41); en el cántico de Zacarías (cf. Lc 1, 78), al que también hace referencia el Papa en su reciente libro, "Jesús de Nazaret", escribiendo: "El Evangelio utiliza la palabra que en hebreo hacía referencia originalmente al seno materno y la dedicación materna" (p. 238).

Así pues, ese verbo indica el amor apasionado de Dios y de Jesús al hombre. Esta es la actitud característica de Jesús: siente una profunda compasión por quienes se encuentran en medio del dolor. Y precisamente es esta misma compasión la que nosotros, sus colaboradores, estamos llamados a testimoniar con nuestra vida y nuestra misión.

En la exhortación apostólica postsinodal Pastores gregis, el siervo de Dios Juan Pablo II escribió: "En el rostro del obispo los fieles han de contemplar las cualidades que son don de la gracia y que, en las Bienaventuranzas, constituyen como un autorretrato de Cristo (...). Los fieles han de poder ver también en su obispo el rostro de quien vive la compasión de Jesús con los afligidos"(n.18).

Este es, queridos hermanos, el estilo con el que debemos cumplir la ardua misión que nos ha sido encomendada. Siguiendo las huellas de Cristo, cultivemos, por tanto, un corazón que sepa amar: un amor "virgen", es decir, totalmente modelado por Cristo, y un amor "misericordioso", que sea capaz de tratar a todos, en todo momento, con sus mismos sentimientos.

Nos estimula, una vez más, la palabra y, mucho más, el ejemplo del Santo Padre Benedicto XVI. En la encíclica Deus caritas est señala la caridad, que tiene origen en Dios y se derrama sobre los hermanos, como la fuente genuina de todo el comportamiento cristiano. A esta luz también debemos ver y ejercer nuestro ministerio pastoral como un peculiar "servicio de la caridad" (n. 19): un amor exclusivo a Dios, que se refleje en la acogida generosa ante todo con respecto a nuestros colaboradores más íntimos, los presbíteros y los diáconos, y que llegue luego a todas las personas con las que nos encontremos en nuestro ministerio diario.

Cultivemos, por eso, un clima interior constante de contemplación y contacto con Cristo, e invoquemos con confianza la intercesión de la Virgen María, Madre misericordiosa de la Iglesia y Reina de los Apóstoles. La Virgen, que en el Cenáculo sostuvo la oración del Colegio apostólico, nos obtenga la gracia de no fallar nunca en la entrega de amor que Cristo nos ha encomendado, para la salvación de toda la humanidad. Así sea.

 

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