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HOMILÍA DEL CARDENAL TARCISIO BERTONE
EN LA MISA CELEBRADA EN EL MONASTERIO
DE LAS MONJAS CARMELITAS DE VIEDMA


Domingo 11 de noviembre de 2007

 

Queridos hermanos y hermanas: 

Celebramos hoy la memoria de san Josafat, obispo y mártir. Este santo, cuyo nombre significa "Dios es mi juez", buscó en su vida  agradar a Dios antes que a los hombres. Así, por no traicionar su fe, no dudó en derramar su sangre.

Este preclaro pastor nació en Vladimir, en 1580, y en el bautismo recibió el nombre de Juan. De joven trabajaba en una tienda de Vilna y, en sus tiempos libres, estudiaba el eslavo eclesiástico, para poder así recitar el oficio divino del rito bizantino.

En 1601 entró en el monasterio de la Santísima Trinidad de Vilna tomando el nombre de Josafat. Comenzó a trabajar para promover la unión entre la Iglesia rutena (ucrania) y reformar la observancia de los monasterios rutenos. En 1609 fue ordenado sacerdote y rápidamente se extendió su fama de buen predicador. En 1614 fue nombrado abad de dicho monasterio.

En 1617 fue consagrado obispo de Vitebsk y, a los pocos meses, pasó a regir la sede arzobispal de Polotsk. Con una vida ejemplar y un amplio programa pastoral, hizo renacer el catolicismo en aquella extensa arquidiócesis. En 1620, personas contrarias a Roma impusieron un arzobispo paralelo en Polotsk, lo cual provocó muchos desórdenes. San Josafat tuvo que hacer frente a la oposición, a las críticas y a la falta de comprensión de algunos católicos de su grey, que se dejaron arrastrar por la violencia, para alejarse así de la disciplina y exigencias morales del renacimiento católico impulsado por este insigne prelado.

En 1623, ante una turba enfurecida que quería matarlo, el santo dijo:  "Sé que queréis matarme y que me acecháis en todas partes... Pero yo estoy entre vosotros como vuestro pastor y quiero que sepáis que me consideraría muy feliz de dar la vida por vosotros. Estoy dispuesto a morir por la sagrada unión, por la supremacía de san Pedro y del Romano Pontífice". El 12 de noviembre, la plebe entró en su casa, pidiendo su muerte y apaleando a sus criados. San Josafat salió al encuentro del populacho diciendo:  "¿Por qué golpeáis a mis criados, hijos míos? Si tenéis algo contra mí, aquí estoy; dejadlos a ellos en paz". El gentío entonces comenzó a gritar:  "¡Muera el papista!", y san Josafat cayó atravesado por una alabarda y herido por una bala. Su cuerpo fue arrojado al río Divna.

El martirio de san Josafat generó un movimiento favorable a la unidad católica, poniendo de manifiesto que el perdón, como nos enseña el Evangelio de hoy, ha de ser el distintivo de los seguidores de Cristo. Fue canonizado en 1867 por Pío IX. En 1923 el Papa Pío XI lo declaró patrono de la unidad entre ortodoxos y católicos. Por deseo del beato Juan XXIII, en 1963, su cuerpo fue trasladado al altar de san Basilio, en la basílica de San Pedro en el Vaticano, donde reposa actualmente.

La fecundidad del martirio de este celoso pastor me mueve, queridas hermanas carmelitas, a suplicarles que en sus plegarias pidan a Dios, por intercesión de san Josafat, que pronto veamos cumplidos sus deseos de que las Iglesias de Oriente y de Occidente lleguen a la tan esperada unidad en la verdad y en el amor.

Les ruego, además, que pidan también al Señor por aquellos países en donde actualmente se anuncia el Evangelio en medio de no pocas adversidades para los misioneros. En efecto, son muchos los que, en diversas partes del mundo, viven en su propia carne lo que el apóstol san Pablo escribía a los Filipenses:  "A vosotros se os ha concedido la gracia no solamente de creer en Cristo, sino también de padecer por él" (Flp 1, 29).

Queridas hermanas, les ruego que acompañen con su plegaria humilde y perseverante, y con el ofrecimiento de sus sacrificios, a todos los discípulos del Señor que dan un valiente testimonio de su fe, a pesar de que esto les ocasione desprecios, incomprensiones y persecuciones. Ellos son para nosotros un modelo a imitar. Que su actitud ejemplar en el combate de la fe ilumine nuestra vida. Que su perseverancia nos anime a buscar siempre la perfección en el amor.

Muchos cristianos en nuestros días, por manifestar sus creencias, experimentan también burlas y humillaciones en el propio ambiente, incluso entre sus familiares. Estos hermanos nuestros afrontan esas pruebas con serenidad y alegría, sabiendo que "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 5, 29). Su entrega y amor a Cristo es un modelo para toda la Iglesia. Que su fidelidad al Señor despierte en muchos jóvenes el deseo de seguir a Cristo en el ministerio sacerdotal, en la vida consagrada o en la formación de un hogar bendecido por el sacramento del matrimonio.

Que el ejemplo de los mártires y de los cristianos perseguidos produzca abundantes frutos de vida cristiana y eclesial. Que su testimonio impulse a los demás a ser también sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5, 13-16).

Queridas hermanas:  que su vida sencilla y transparente, su oración constante, sus renuncias y sacrificios, sean una ofrenda agradable a Dios y, como santa Teresa del Niño Jesús, un punto de apoyo para tantos evangelizadores, abiertos a una esperanza firme:  "Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos" (Mt 5, 12).

En esta Eucaristía queremos asociar al sacrificio de Cristo a todos los que son perseguidos a causa de su fe, porque de ellos es el reino de los cielos (cf. Mt 5, 11). En la oración queremos recordar también a cuantos, en la vida contemplativa, han escondido su existencia con Cristo en Dios, para que continúen irradiando la alegría de la fe a tantos misioneros y misioneras que se apoyan en su intercesión.

Que santa María, Reina de los mártires, y san Josafat, testigo elocuente de la unidad, acompañen a la Iglesia que peregrina en Argentina y en el mundo. Amén.

 
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