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HOMILÍA DEL CARDENAL TARCISIO BERTONE
EN EL FUNERAL DE CHIARA LUBICH


Basílica papal de San Pablo extramuros
Martes 18 de marzo de 2008

 

Eminencias reverendísimas;
excelencias reverendísimas; 
ilustres autoridades;
queridos miembros del Movimiento de los Focolares;
queridos hermanos y hermanas:
 

La primera lectura ha propuesto a nuestra meditación el conocido pasaje del libro de Job. El justo, duramente probado, proclama, más aún, grita:  "Yo sé que mi redentor está vivo (...). Yo mismo lo veré. Mis ojos le mirarán, no ningún otro" (Jb 19, 25. 27). Mientras damos la última despedida a Chiara Lubich, las palabras del santo Job evocan en nosotros el recuerdo del ardiente deseo de encontrarse con Cristo que marcó toda su vida, y aún más intensamente sus últimos meses y días, cuando se agravó la enfermedad, arrebatándole sus energías físicas, en una gradual subida al Calvario, que culminó en el dulce regreso al seno del Padre.

Chiara recorrió la etapa final de su peregrinación terrena acompañada por la oración y el afecto de los suyos, que se unieron a ella en un grande e ininterrumpido abrazo. En el corazón de la noche pronunció, con voz débil pero decidida, su último "sí" al místico esposo de su alma, Jesús, "abandonado-resucitado". Ahora verdaderamente todo está consumado:  el sueño de los inicios se ha hecho realidad, el anhelo apasionado se ha cumplido. Chiara se ha encontrado con Aquel a quien amaba sin ver y, llena de alegría, ha podido exclamar:  "Sí, mi redentor está vivo".

La noticia de su muerte ha suscitado un eco muy amplio de condolencia en todos los ambientes, entre miles de hombres y mujeres de los cinco continentes,  creyentes y no creyentes, poderosos y  pobres de la tierra. Benedicto XVI, que inmediatamente envió su confortadora bendición, ahora por mi medio renueva la seguridad de su participación en el gran dolor de su familia espiritual.

Exponentes de otras Iglesias cristianas y de diversas religiones se han unido al coro de admiración, estima y profunda participación. También los medios de comunicación social han puesto de relieve todo lo que hizo para difundir el amor evangélico entre personas de cultura, fe y formación diversas. En efecto, podemos afirmar con razón que la vida de Chiara Lubich es un canto al amor de Dios, a Dios que es Amor.

"Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 4, 16). ¡Cuántas veces Chiara meditó en estas palabras y cuántas veces las recogió en sus escritos, por ejemplo en las "palabras de vida" que centenares de miles de personas han aprovechado para su formación espiritual! No hay otro camino para conocer a Dios y para dar sentido y valor a la existencia humana. Sólo el Amor, el Amor divino, nos capacita para "engendrar" amor, para amar incluso a nuestros enemigos. Esta es la novedad cristiana; aquí radica todo el Evangelio.

Pero, ¿cómo vivir el Amor? Después de la última Cena, en la conmovedora despedida de los Apóstoles —lo acabamos de escuchar—, Jesús ruega "para que todos sean uno". Por consiguiente, la oración de Cristo es la que sostiene el camino de sus amigos de todas las épocas. Es su Espíritu quien suscita en la Iglesia testigos de Evangelio vivo. Es él, el Dios vivo, quien nos guía en los momentos de tristeza y de duda, de dificultad y de dolor. Quien se abandona a él no teme nada, ni la fatiga de surcar mares tempestuosos, ni los obstáculos y las adversidades de todo tipo. Quien construye su casa sobre Cristo, construye sobre la roca del Amor que todo lo soporta, todo lo supera, todo lo vence.

El siglo XX está salpicado de astros brillantes de este amor divino. Por tanto, no sólo se lo recordará por las maravillosas conquistas logradas en el campo de la técnica y de la ciencia, y por el progreso económico, que sin embargo no ha eliminado, sino más bien acentuado, la injusta repartición de los recursos y de los bienes entre los pueblos; no sólo pasará a la historia por los esfuerzos realizados para construir la paz, que lamentablemente no han impedido crímenes horrendos contra la humanidad, conflictos y guerras que no dejan de ensangrentar vastas regiones de la tierra.

El siglo pasado, a pesar de sus múltiples contradicciones, es el siglo en el que Dios suscitó innumerables hombres y mujeres heroicos que, mientras aliviaban las llagas de los enfermos y de los que sufrían, y mientras compartían el destino de los pequeños, de los pobres y de los últimos, repartían el pan de la caridad que sana los corazones, abre las mentes a la verdad, restituye confianza y esperanza a vidas rotas por la violencia, la injusticia y el pecado. La Iglesia señala ya como santos y beatos a algunos de estos pioneros de la caridad:  don Guanella, don Orione, don Calabria, la madre Teresa de Calcuta, y otros muchos.

También fue un siglo donde surgieron nuevos Movimientos eclesiales, y Chiara Lubich ocupa un lugar en esta constelación con un carisma muy peculiar, que caracteriza su fisonomía y su acción apostólica. La fundadora del Movimiento de los Focolares, de forma silenciosa y humilde, no crea instituciones de asistencia y promoción humana, sino que se dedica a encender el fuego del amor de Dios en los corazones. Suscita personas que sean ellas mismas amor, que vivan el carisma de la unidad y la comunión con Dios y con el prójimo; personas que difundan "el amor-unidad" convirtiéndose a sí mismas, sus casas y su trabajo, en un "hogar" donde el amor ardiente se contagia e incendia todo lo que está a su alrededor.

Esta misión es posible a todos, porque el Evangelio está al alcance de cada uno:  obispos y sacerdotes, adolescentes, muchachos y adultos, consagrados y laicos, esposos, familias y comunidades, todos llamados a vivir el ideal de la unidad:  "Que todos sean uno". En la última entrevista que concedió, publicada precisamente en los días de su agonía, Chiara afirma que "la maravilla del amor mutuo es la savia vital del Cuerpo místico de Cristo".

El Movimiento de los Focolares se compromete así a vivir a la letra el Evangelio, "la más poderosa y eficaz revolución social"; y de él surgen los movimientos "Familias nuevas" y "Humanidad nueva", la casa editorial Città Nuova, la ciudadela de Loppiano y otras ciudadelas de testimonio en los distintos continentes, y ramas laicales como, por ejemplo, los "Voluntarios de Dios".

En el clima de renovación suscitado por el pontificado del beato Juan XXIII y por el concilio Vaticano II encontró un terreno fértil su valiente apertura ecuménica y la búsqueda del diálogo con las religiones. En los años de las protestas de los jóvenes, el movimiento "Gen" catalizó a miles y miles de jóvenes atrayéndolos con el ideal del amor evangélico, ampliando luego su radio de acción con "Jóvenes por un mundo unido".

La propuesta del Evangelio sin descuentos Chiara también quiso hacerla a los niños y a los muchachos, para los cuales fundó el movimiento "Muchachos por la unidad". En Brasil, para salir al encuentro de las condiciones de quienes vivían en las periferias de las metrópolis, lanzó el proyecto de una "economía de comunión en la libertad", elaborando una nueva teoría y praxis económica basada en la fraternidad, para un desarrollo sostenible en beneficio de todos. Quiera el Señor que muchos estudiosos y agentes económicos hagan suya la economía de comunión como un recurso serio para programar un nuevo orden mundial compartido. Asimismo, ¡cuántos otros encuentros mantuvo con representantes de diversas religiones, con exponentes políticos y del mundo de la cultura!

Chiara decidió llamar "Mariápolis", ciudad de María, a los encuentros y las propuestas de una sociedad renovada por el amor evangélico. ¿Por qué "ciudad de María"? Porque para Chiara la Virgen es "la llave preciosísima para entrar en el Evangelio". Tal vez precisamente por eso fue capaz de poner de relieve en la Iglesia, de modo eficaz y constructivo, su "perfil mariano". A María decidió encomendar su obra, dándole precisamente su nombre:  "Obra de María". Por eso, la Obra, afirma Chiara, "será en la tierra como otra María:  todo Evangelio, nada más que Evangelio y, por ser Evangelio, no morirá". Y ¡cómo no imaginar que es precisamente la Virgen quien acompaña a Chiara en su paso a la eternidad!

Queridos hermanos y hermanas, prosigamos la celebración eucarística llevando al altar nuestra acción de gracias por el testimonio que nos deja esta hermana en Cristo, por sus intuiciones proféticas que precedieron y prepararon los grandes cambios de la historia y los acontecimientos extraordinarios que vivió la Iglesia en el siglo XX.

Nuestra acción de gracias se une a la de Chiara. Teniendo presentes los numerosos dones y gracias recibidos, Chiara decía que cuando se presentara ante Dios y el Señor le preguntara su nombre, simplemente respondería:  "Mi nombre es "Gracias". Gracias, Señor por todo y para siempre".

A nosotros, y especialmente a sus hijos espirituales, corresponde la tarea de proseguir la misión que ella inició. Desde el cielo, donde nos alegra pensar que ha sido acogida por Jesús, su esposo, seguirá caminando con nosotros y ayudándonos. Hoy, mientras la despedimos con afecto, volvamos a escuchar de su voz estas palabras que solía repetir con frecuencia:  "Quisiera que la Obra de María, al final de los tiempos, cuando, compacta, vaya a presentarse en presencia de Jesús abandonado-resucitado, le repita, haciendo suyas las palabras del teólogo belga Jacques Leclercq, que siempre me conmueven:  "En tu día, Dios mío, yo iré hacia ti. (...) Iré hacia ti, Dios mío (...) y con mi sueño más grande:  llevarte el mundo entre mis brazos"".

Este es el sueño de Chiara. Que este sea también nuestro anhelo incesante:  "Padre, que todos sean uno, para que el mundo crea". Amén.

 

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