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ENTREVISTA DEL CARDENAL TARCISIO BERTONE
TRAS SU VISITA A MÉXICO CON MOTIVO DEL VI ENCUENTRO
MUNDIAL DE LAS FAMILIAS

 

El cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, viajó a México del 15 al 19 de enero. Como legado pontificio, presidió los momentos más destacados del VI Encuentro mundial de las familias, y se reunió con el mundo de la cultura de México y con el presidente de la República mexicana, Felipe Calderón Hinojosa. A su regreso al Vaticano, concedió una entrevista conjunta a L'Osservatore Romano, Radio Vaticano y Centro Televisivo Vaticano, en la que hace un balance de su visita.

Eminencia, su visita a México ha sido muy diversa de los demás viajes anteriores:  además de su participación como legado del Papa, se tuvo la impresión de un nuevo inicio de relaciones entre la Iglesia, la Santa Sede y la sociedad mexicana. ¿Qué es lo que sucedió en realidad?

Mi viaje tuvo una dimensión pastoral, como legado pontificio para el VI Encuentro mundial de las familias, y también política, naturalmente, por los encuentros con el presidente de la República y otras autoridades. Conviene recordar que en estos últimos tiempos ya había  viajado  a México monseñor Dominique Mamberti, con ocasión del 15° aniversario del restablecimiento de las relaciones diplomáticas, un gran viraje de México, que Juan Pablo II había marcado con una etapa en 1993 con motivo de su viaje a la Jornada mundial de la juventud en Denver. Ahora es el secretario de Estado quien ha ido a México como legado pontificio, pero también como secretario de Estado, para poner el acento precisamente en este restablecimiento de relaciones positivas. No se trata aún de laicidad positiva —este es un tema que se debatió en el encuentro de Querétaro—, sino de encuentros y de relaciones más positivas en México entre el Estado y la Iglesia. Una Iglesia en gran recuperación, una Iglesia mártir como la de México. Se trató de una ocasión excepcional en la que el Papa se hizo presente con dos mensajes, con su bendición grabada en vídeo, y en la que resonó el insistente y gozoso estribillo de los mexicanos:  "Está presente el legado pontificio, pero Benedicto XVI está aquí presente:  Benedicto XVI está aquí presente". Es una convicción que expresaba un gran deseo de la presencia del Papa, pero también de sentido de plena comunión y de presencia con el Papa, con el Obispo de Roma.

Familia y cultura fueron los dos polos de mayor atención en sus diferentes intervenciones. ¿Por qué tanta insistencia en hablar de la familia y de la cultura?

Porque, en realidad, la familia es la primera agencia de transmisión de los valores y de la cultura para las nuevas generaciones, para los niños, para los jóvenes en crecimiento:  la familia es transmisora de valores. Es un dato confirmado, a pesar de todas las dificultades que marcan el camino, la experiencia de la vida familiar, no sólo en Europa sino también en América Latina. Recuerdo una conferencia, un debate que tuvimos en Roma, en la basílica de San Juan de Letrán, con el profesor Barbiellini Amidei, precisamente sobre la familia capaz o incapaz hoy de socialización, de transmisión de valores ante todas las demás agencias, y llegamos a la conclusión —y esta es una convicción de los Papas:  de Juan Pablo II, del Papa Benedicto XVI en particular, reafirmada también en los dos mensajes dirigidos a México— de que la familia es la primera protagonista en la transmisión de valores, en la formación humana y cristiana. Transmite la identidad:  la identidad propia de la familia, la identidad cultural, espiritual, moral, de un pueblo. El Estado nace luego del conjunto, de la comunión de las familias, y el Estado debe tener esta misión de consolidar el sentido de identidad de un pueblo fundado en sus propias raíces, en los orígenes que han determinado el desarrollo tanto de la comunidad política como de la comunidad eclesial.

De algún modo, usted dio la impresión de alentar una refundación de la cultura católica mexicana. ¿Con qué objetivo?

En México ha habido grandes tradiciones culturales:  hay muchas universidades, hay muchas instituciones educativas, y existe el peligro de que estas realidades, que han renacido después de un espacio de libertad devuelto a la Iglesia, permanezcan todavía marginadas. Hay un fuerte tinte de laicismo, hay fuerzas que se oponen a la Iglesia, que se contraponen a la misión educativa, a la misión formadora de la Iglesia, a la función de la Iglesia de hacer cultura. Recordemos que la Iglesia inventó, creó las universidades; nacieron en el seno de la Iglesia, y se dice que en México hay más de dos mil universidades, entre estatales y privadas. Muchas universidades católicas pertenecen también a institutos religiosos. Son un recurso inmenso que es preciso explotar; que, por decirlo así, es necesario hacer presente y activo, de modo que pueda influir en la cultura del pueblo y que pueda demostrar que también las universidades de matriz católica y de inspiración católica —es el problema de la evangelización de la cultura— pueden realizar, hacer progresar la ciencia y, por tanto, crear nuevos ámbitos, nuevas formas de desarrollo cultural, en concreto para la nación mexicana. Por eso, traté de alentar este desarrollo y dar este impulso.

En el encuentro con el mundo de la cultura y de la educación, usted insistió en el éxito limitado de la cultura católica del último siglo en México. ¿No es un juicio duro, en presencia de  una  Iglesia que ha sufrido una persecución incluso sangrienta?

En realidad, es un juicio duro. Cité exactamente a un autor, Gabriel Zaid, el cual recordó la relación con un obispo europeo que le preguntó:  "¿Es posible en México tener una cultura católica o un influjo cultural por parte de la Iglesia católica?". Cuando este obispo europeo, que era un obispo holandés, le preguntó qué se podía esperar de México, Zaid, desolado, confesó:  "No le podéis dar la más mínima esperanza". En México, más allá de las huellas de tiempos mejores y de la cultura popular, la cultura católica había terminado. Notad que hablamos de la década de 1970. Había quedado al margen, en uno de los siglos más importantes de la cultura mexicana:  el siglo XX. ¿Cómo pudo suceder eso? Responde Zaid. "Me lo pregunto yo también".

Este diagnóstico, ciertamente, es pesimista. Lo he puesto de relieve porque desde luego ha habido impulsos y aspectos muy significativos, y sería injusto subrayar, compartir plenamente ese diagnóstico. Sin embargo, la observación del escritor y la pregunta de ese obispo exigen respuestas, son estimulantes. Que la cultura sea necesaria en la obra de la Iglesia y, más aún, en la de la humanidad misma, lo había afirmado, en un gran discurso a la Unesco, el Papa Juan Pablo II, cuando exclamó:  "El futuro del hombre depende de la cultura. La paz del mundo depende del primado del espíritu. El porvenir pacífico de la humanidad depende del amor". Así pues, puso en correlación cultura, paz y amor. Para la Iglesia, la promoción cultural es una realidad connatural, está inscrita en su ADN, en su historia:  es una exigencia urgente, necesaria, por el hecho mismo de que el Evangelio, de por sí, es creador de cultura y, por tanto, el anuncio del Evangelio es creación de cultura.

En realidad, la Iglesia mexicana ha sido muy perseguida, ha tenido muchos mártires. Es una Iglesia heroica. He recibido y venerado la reliquia de un muchacho de quince años, más maduro de lo que podría parecer a su edad, José Sánchez del Río, el cual participó en un círculo cultural de Acción católica. Siendo tan joven, fue detenido, apresado y luego martirizado. Antes de morir escribió:  "¡Viva Cristo Rey!", el grito de los mártires mexicanos.

Así pues, la Iglesia en México es ciertamente una Iglesia mártir, pero también una Iglesia un poco marginada de la vida pública. Ha sido una Iglesia que ha practicado siempre una gran religión del culto, muy significativa, importante, que es la fuente de la fidelidad a Cristo y también del entusiasmo de la fe, pero que desde el punto de vista cultural estaba un poco embotada. Entonces era necesario y es preciso volver a impulsar toda la promoción cultural que, como he dicho, es connatural a la misión de la Iglesia, de modo particular en México.

Otro punto en el que insistió fue el de abrirse o recuperar la cultura del mestizaje: ¿no es un concepto bueno no sólo para México, sino también para los países occidentales donde con dificultad se acepta este concepto?

El mestizaje es un pensamiento, una realidad muy bella, porque indica que la evolución de la cultura se produce a través del encuentro de las culturas, un encuentro que no debe ser exclusión. En México, pero se puede hablar de cualquier otro país —por ejemplo, para Occidente, el código de la cultura occidental es la Biblia—, la Biblia o también podemos decir las raíces cristianas a veces son puestas de lado, son descartadas, como código de la vida, de la experiencia, de la evolución cultural de Europa o de Occidente. En México, el barroco mexicano y toda la inspiración del mestizaje de la Virgen de Guadalupe, corren el peligro de ser excluidos, tanto por quienes propugnan sólo la cultura indígena, como por quienes propugnan en cambio una superioridad, por decirlo así, de la cultura europea que habría cancelado las raíces, las fuentes indígenas.

Así pues, se corre el riesgo de esta contraposición entre la cultura indígena y la cultura europea, sin un verdadero diálogo, sin una sinergia de las dos culturas y una síntesis que tome de las dos culturas y que forme esta nueva cultura que es la característica de identidad del pueblo mexicano y de muchos otros pueblos de América Latina.

Pero esta exclusión, este gran divorcio, es el divorcio que se ha producido entre la cultura popular y la cultura de las élites, muy influenciada por la cultura europea. Entonces, frente a este divorcio, la gran síntesis barroca y mestiza es el signo de la identidad del pueblo mexicano. Hay que evitar esta separación y volver a la síntesis entre las culturas, la transformación de las culturas en un diálogo efectivo, fecundo, en un diálogo fructuoso. En México está representado precisamente por el arte y por la presencia misteriosa, extraordinaria que el Papa Juan Pablo II subrayó en la figura de la Virgen de Guadalupe, diciendo que es en cierto sentido el símbolo de la inculturación de la evangelización. El rostro mestizo de la Virgen de Guadalupe, desde el inicio de la historia del nuevo mundo, ha demostrado que hay una unidad de la persona, pero en la variedad de las culturas y en el encuentro entre las culturas.

¿Cómo valora su encuentro con el presidente de la República?

Fue un encuentro muy cordial, diría muy bello, muy rico:  poco más de una hora, una hora y diez minutos. Un encuentro con un hombre que es católico y que dirigió un gran discurso a la asamblea del Encuentro mundial de las familias, que tiene la voluntad de recuperar las raíces cristianas de la cultura mexicana, y que plantea también preguntas precisas a la Iglesia. Subrayó también la relación entre religión y vida, la exigencia de la coherencia de la pertenencia a la religión católica. Recordemos que, según las estadísticas más recientes, el 87% de los mexicanos se declaran católicos, pero lamentablemente, como sucede en todas partes, a veces el hecho de declararse católicos no significa que vivan de forma coherente con el Evangelio o con las indicaciones de la Iglesia.

Por consiguiente, hablamos con mucha sinceridad, tratamos diversos temas, como el problema de la educación en México. También tratamos el tema de las escuelas católicas, que son el 5% —me parece— de todas las escuelas mexicanas; o sea, un porcentaje muy bajo, pero que llevan a cabo una gran labor de índole educativa, hasta los grados máximos de la instrucción. También hablamos de la enseñanza de la religión católica con vistas a la formación integral de los muchachos y de los jóvenes, y al desarrollo de su personalidad. Aduje como ejemplo el Acuerdo firmado entre la Santa Sede y Brasil, que contempla esa materia; se trata de un gran país latinoamericano, un país moderno. Saludé complacido a todos los componentes de su hermosa familia, con tres niños:  uno se llama Juan Pablo, probablemente en recuerdo de las visitas de Juan Pablo II a México.

¿Qué concepto se ha formado sobre la Iglesia en México después de su encuentro con los obispos, los seminaristas y los fieles en oración?

Creo que es una Iglesia muy viva. La Iglesia católica en México no es una institución en crisis. Hay un buen episcopado; me he encontrado con los obispos, como hago, por lo demás, en todas las visitas y los viajes internacionales que realizo. También con los obispos mantuvimos un debate muy franco. Vi una Iglesia en crecimiento, desde muchos puntos de vista, con todas las dificultades de los tiempos modernos y de los países de América Latina. Obviamente, por ejemplo, tienen el problema de la agresividad de las sectas. Pero es una Iglesia en crecimiento que da protagonismo a los laicos:  los laicos tienen un gran deseo de colaboración tanto en el campo de la cultura como en el de la economía, y en todos los demás ámbitos típicos de la actividad de los laicos, como en la política. Piden a la Iglesia orientaciones, estímulos y propuestas de coparticipación y de mayor presencia. Los obispos, precisamente en el mes de noviembre, tuvieron una reunión de la Conferencia episcopal con la participación de 120 representantes del laicado católico con muy buenas disposiciones e intenciones, y por tanto capaces de colaborar y de dar nuevo impulso a la presencia de la Iglesia en la sociedad mexicana.

Las vocaciones son siempre numerosas; los seminarios están completamente llenos, con diferencias de número entre una diócesis y otra, pero hay diócesis que tienen centenares de seminaristas. Sigue existiendo el problema de la formación, pero son una fuerza inmensa. Pensemos que en México hay 92 diócesis; México puede ser un recurso misionero para los demás países circundantes.

Sus intervenciones y las de Benedicto XVI han mostrado una singular armonía, casi como dos momentos de una única trama de coloquio con la Iglesia mexicana. ¿Qué significa esto y cuál es el objetivo de esta sintonía?

Ante todo, debo decir que el Papa conoce bien a la Iglesia que está en México, porque la Conferencia episcopal, es decir, todos los obispos de México, han venido en visita "ad limina" pocos meses después de la elección de Benedicto XVI, el cual, como sucede en toda visita "ad limina" de episcopados del mundo, se prepara bien, estudia las relaciones de las diócesis, de los nuncios y de las Conferencias episcopales, y mantiene un diálogo personal con cada obispo. Esto, naturalmente, permite tomar el pulso de la vida de la Iglesia y también lanzar mensajes pertinentes, idóneos, concretos, que tocan la experiencia vital de la Iglesia en ese país determinado. El primer colaborador del Papa está en perfecta sintonía con él. Naturalmente, el secretario de Estado conoce los discursos del Papa, y se prepara para estos viajes con una armonización de las intervenciones sobre los temas que más preocupan al Santo Padre y a la Santa Sede.

El tema de la familia, de la cultura —especialmente en el encuentro de Querétaro con el mundo de la cultura— son temas que interesan mucho al Papa. Conocemos un poco toda la articulación del pensamiento de Benedicto XVI; por eso, no es difícil ponerse en sintonía con su pensamiento:  sostener a los obispos, al mundo católico, a los laicos mexicanos en esta comunión plena, concreta, no sólo en la oración, en el afecto, incluso público, entusiasta, hacia el Santo Padre, sino también en una participación en los proyectos culturales, pastorales, que le interesan.

He tratado de alentar a este gran país católico —este es el objetivo— a ser un país líder, un país modelo también para América Latina y para el Caribe, sobre todo por las fuerzas, por los recursos extraordinarios que encierra en sí:  porque posee una gran riqueza humana y grandes recursos materiales, morales, culturales. Por eso, puede ser líder para los demás países de América Latina. Este es el deseo que formulo después de mi viaje a México, y que pongo a los pies de la Virgen de Guadalupe.

 

(Tomado de L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de febrero de 2009)

 

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