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VIGILIA DE PLEGARIA
EN LA SOLEMNIDAD DE NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT

HOMILÍA DEL CARDENAL TARCISIO BERTONE,
SECRETARIO DE ESTADO DE SU SANTIDAD


Monasterio Santa María di Montserrat
Lunes 26 de abril de 2010

 

La meva cordial salutació al Senyor Cardenal Arquebisbe de Barcelona, al Senyor Cardenal Arquebisbe emèrit, als Germans en l’Episcopat i en el sacerdoci que ens acompanyen, al Reverend Pare Abat i al Pare Abat emèrit, a la Comunitat de monjos del Monestir, als religioses i a les religioses, a l’Escolania i a tots els presents, molt especialment a vosaltres, joves, que heu vingut a aquesta Vetlla de Santa Maria, madona de Montserrat, com avantguarda vigilant en la solemnitat en honor de la Patrona de Catalunya, que tan entranyablement és invocada en aquesta terra i també en altres llocs d’Espanya i de tot el món.

[Saludo cordialmente al Señor Cardenal Arzobispo de Barcelona, al Señor Cardenal Arzobispo emérito, a los hermanos en el Episcopado y en el sacerdocio que nos acompañan, al Reverendo Padre Abad y al Padre Abad emérito, a la Comunidad de monjes del Monasterio, a los religiosos y religiosas, a los escolanos y a todos los presentes, muy especialmente a vosotros, los jóvenes que habéis venido a esta Vetlla de Santa Maria, Nuestra Señora de Montserrat, como vanguardia vigilante ante la solemnidad en honor de la Patrona de las diócesis de Cataluña, tan entrañablemente invocada en estas tierras, y también en otras muchas otras partes de España y del mundo entero.]

En efecto, no es la primera vez que he subido a esta santa montaña y he venido a este santuario. Cuando tenía la responsabilidad pastoral de la Archidiócesis de Génova, vine con grupos de sacerdotes jóvenes en peregrinación a este hermoso santuario. Siempre fuimos acogidos con esa generosa y delicada hospitalidad característica de la tradición benedictina. Por eso, puedo decir que aquí me siento como en casa. En casa de María, nuestra Madre común, de la cual los hijos espirituales de san Benito son celosos custodios, como lo son en tantos otros lugares donde han sembrado un espíritu de paz y conciliación, han vivido y anunciado el Evangelio de Cristo, han promovido la cultura y la educación, han cultivado la tierra y respetado la naturaleza, creando ámbitos de espléndida armonía entre la dedicación a Dios en la oración y la liturgia, la siembra de concordia entre los hombres y los pueblos, y la apacible existencia en un mundo creado por Dios y confiado a nuestros cuidados. Puede decirse ciertamente que san Benito, fundador del monacato en Occidente, ha iniciado una identidad europea con raíces cristianas y humanistas.

Esta Vigilia tiene una antiquísima tradición, y de ella han quedado testimonios conmovedores, como nos recuerda dom Anselmo María Albareda en su conocida historia: «... la gran devoción de los peregrinos ablandaba las incomodidades de los primeros tiempos. De día asistían a las funciones del culto, visitaban las joyas de la sacristía,... subían a visitar las ermitas; por la noche, se reunían en la iglesia, y la pasaban en vela ante la imagen amada, rezando y cantando, escuchaban los oficios nocturnos que celebraban los monjes, o descansaban algunos ratos» (Història de Montserrat. PAM 1988, pag. 143). La imagen de la «Moreneta» en esta espléndida montaña ha suscitado siempre gran devoción, y a ella han acudido numerosos santos y santas para poner a sus pies sus propósitos y proyectos. He venido aquí precisamente después de celebrar ayer en Barcelona la beatificación del Padre Tous, un gran devoto de la Virgen de Montserrat. Sí, poner a los pies de la Virgen María las propias preocupaciones y alegrías, los ideales y aspiraciones, es un camino seguro para obtener la luz necesaria para discernir, la fuerza que requieren las grandes empresas y la protección eficaz de las buenas iniciativas.

Si nos preguntamos el porqué de todo esto, podemos recordar las palabras del Evangelio que hemos escuchado hoy: desde la cruz, lugar de la humillación y de la glorificación de Jesús, el nuevo Adán designó a la nueva Eva, que era su Madre, María, como Madre de todos los creyentes. Como madre, la honramos, la queremos y la invocamos. Y Ella nos ama como hijos, cuida de nosotros, nos consuela y protege. Ella, que participó a los pies de la cruz de los sufrimientos de Jesús, es Madre del consuelo y suaviza con su ejemplo y su intercesión nuestras penas. Ella, que perseveró con fe hasta recibir el anuncio pascual de Jesucristo, enciende nuestra esperanza. Sabe como nadie lo que es ver su corazón traspasado, sin perder por ello la esperanza, se hace solidaria con nuestras preocupaciones y las presenta a su Hijo. Este Santuario de Montserrat es testigo secular de esta confianza del pueblo cristiano hacia la Madre de Dios.

María, además, es la primera creyente, la que se puso enteramente en manos del designio que Dios tenía para Ella. «Dichosa tú, porque has creído» le dijo Isabel; y el mismo Jesús, comenta San Agustín, la llama bienaventurada, más por su obediencia a la Palabra de Dios y por haber custodiado fielmente al mismo Verbo, que por haberlo engendrado en sus entrañas (cf. Tratados sobre el Evangelio de san Juan, 10,3). Por eso, en su amor materno, no deja de mostrarnos a Cristo, como se representa en la bella imagen que aquí se venera, de llevarnos ante Él. Podemos recordar también hoy aquellas palabras de María a los servidores de las bodas de Caná –«Haced lo que él os diga» (Jn 2,5)–, y acoger la invitación a escuchar con el corazón abierto la palabra de Cristo, a ponerla en práctica con diligencia, porque Él ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (cf. Jn 10,10). Queridos hermanos y hermanas, la devoción a María nos lleva a Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6). Por eso los peregrinos acuden desde siglos a este Santuario y, a los pies de la «Moreneta», disipan sus dudas, se cercioran del proyecto que Dios tiene para ellos y se fortalecen sus pasos para seguirlo fielmente, abriéndose así a una existencia que vale la pena vivir y que perdura.

Tenir la Mare de Déu de Montserrat com a Patrona és certament un honor i una benedicció per els Bisbats de Catalunya, pels seus Pastors i per a tots els fidels, i fa brollar espontàniament en els seus cors aquella invocació de la coneguda Visita Espiritual a Nostra Senyora de Montserrat, del venerable Bisbe de Vic, Josep Torras i Bages: “Alcanceu per als vostres catalans aquella fe que enfonsa les muntanyes, omple les valls i fa planer el camí de la vida”. És un do i una benedicció tan gran, que es vol portar als altres i compartir amb tothom, com es demana en una altra de les peticions de la pietat popular, com és la Corona a la Verge de Montserrat, i que manifesta l’esperit gran i evangelitzador dels devots quan preguen “per tots aquells que mai han conegut el vostre dolcíssim nom”.

[Tener a la Santísima Virgen de Montserrat como Patrona es ciertamente una honra y una bendición para las diócesis de Cataluña, para los Pastores y para todos los fieles, y hace evocar espontáneamente en sus corazones esa invocación de la tan conocida Visita Espiritual a Nostra Senyora de Montserrat, del venerable obispo de Vic, Josep Torras i Bages: «Alcanzad para vuestros catalanes esa fe que abaja las montañas, rellena los valles y allana el camino de la vida». Es un don y una bendición tan grande, que se desea llevar a los demás y compartir con todos, como se expresa en otra de las peticiones de la piedad popular, como es la Corona a la Virgen de Montserrat, y que manifiesta el espíritu grande y evangelizador de los devotos cuando ruegan «por todos aquellos que nunca han conocido vuestro dulcísimo nombre».]

Desde la montaña, que apunta hacia lo alto, Nuestra Señora tiene puestos los ojos en el corazón de sus hijos y siente su palpitar. El de los que suben con entusiasmo y energía, el de los que acusan cansancio y desánimo, e incluso el de los que ni siquiera se sienten capaces de ponerse en pie y levantar la vista. A unos les dice que lo verdaderamente «alto» es «la ciudad de nuestro Dios, su monte santo, altura hermosa, alegría de toda la tierra, el monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran rey» (Sal 47,2). A otros, que no se rindan, porque el Señor les espera pacientemente en su camino, como esperó a la Samaritana en el pozo de Jacob (cf. Lc 4,6). Y a otros, en fin, les susurrará que su postración no es fatalidad irremediable, pues con la venida de su Hijo al mundo, nadie queda desamparado: «los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia» (Lc 7,22).

Queridos hermanos y hermanas, queridos jóvenes, ¿acaso no vale la pena reivindicar esta esperanza? Como dijo el venerable Papa Juan Pablo II aquí mismo, durante su visita a Montserrat, la virtud del peregrino es la esperanza (Homilía en Montserrat, 7 noviembre 1982, n. 2). Las glorias y experiencias del pasado dejan de ser meras reliquias inermes cuando se reviven, se muestran, se cuentan y transmiten a las nuevas generaciones. Entonces es cuando se convierten en fuente de vida. Es propio del peregrino hablar de su experiencia con entusiasmo, y su conversación termina frecuentemente con una invitación contagiosa: ¿Por qué no vienes también tú? «Ven y verás» (Jn 1,46). Precisamente en los momentos más difíciles y oscuros, cuando tantas fuerzas tratan de acapararnos para su propia causa o interés, cerrando los ojos a horizontes verdaderamente grandes, se hace especialmente importante vivir con entereza la fe y la esperanza en Cristo. Y vivirla sin recelo en la comunidad de la Iglesia, que sirve a Jesucristo y nos mantiene unidos a Él, muy especialmente por el anuncio auténtico de su Palabra y por la gracia de los sacramentos.

Estimats, demanem amb fervor a Maria, en aquesta Vetlla commovedora, que ens acompanyi en les nostres dificultats, que ens ajudi en el nostre propòsit d’esser deixebles fidels i generosos de Crist. Encomanem a Ella l’Església universal i les nostres parròquies i comunitats. Preguem per les intencions del Sant Pare Benet setze, que aquest any vindrà a Barcelona per consagrar el Temple de la Sagrada Família, i que m’ha demanat molt especialment que us faci arribar el seu afecte i proximitat. Preguem també pels Bisbes que tenen encomanada una gran tasca, no sempre fàcil, de guiar aquella porció del Poble de Déu que els ha estat confiada. I, en aquest Any Sacerdotal, posem sota la protecció amorosa de Maria tots els sacerdots, la seva santedat de vida i la seva entrega fidel i generosa a la missió de proclamar el missatge salvador de Jesús. Que la mirada bondadosa de la Mare de Déu arribi i consoli també els fills i filles de Catalunya i de tota Espanya, com també els d’aquells llocs i pobles on és invocada amb el nom de Montserrat, que bellament va cantar el sacerdot i poeta mossèn Cinto Verdaguer:

«Rosa d’abril, Morena de la Serra,
de Montserrat estel,
Il·lumineu la catalana terra,
guieu-nos cap al cel».

Mare Santíssima de Montserrat, prega pels teus fills ara i sempre. Amén.

[Queridos todos, pidamos con fervor a María en esta conmovedora Vigilia que nos acompañe en nuestras dificultades, que nos ayude en nuestro propósito de ser discípulos fieles y generosos de Cristo. Encomendemos a Ella la Iglesia universal y nuestras propias parroquias y comunidades. Roguemos por las intenciones del Santo Padre Benedicto XVI, que este año vendrá a Barcelona para consagrar el Templo de la Sagrada Familia, y que me encargó muy especialmente que os hiciera llegar su afecto y cercanía. Oremos también por los Obispos que tienen encomendada la gran tarea, no siempre fácil, de guiar la porción del Pueblo de Dios que se les ha encomendado. Y, en este Año Sacerdotal, pongamos bajo la amorosa protección de María a los sacerdotes, su santidad de vida y su entrega fiel y generosa a la misión de proclamar el mensaje salvador de Jesús. Que la mirada de bondad de la Madre de Dios alcance y consuele también a los hijos e hijas de Cataluña y de toda España, así como de aquellos lugares y países donde se la invoca con el título de Montserrat, que tan bellamente cantó el sacerdote y poeta Jacinto Verdaguer:

«Rosa d’abril, Morena de la Serra,
de Montserrat estel,
Il·lumineu la catalana terra,
guieu-nos cap al cel».

[Rosa de abril, Morena de la Sierra,
de Montserrat lucero
que ilumina la tierra catalana,
guíanos hacia el cielo]

Madre Santísima de Montserrat, ruega por tus hijos ahora y siempre. Amén.]

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