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HOMILÍA DEL CARD. TARCISIO BERTONE
CON OCASIÓN DEL 150 ANIVERSARIO DE FUNDACIÓN
DE «L'OSSERVATORE ROMANO»


Capilla Paulina del palacio apostólico
Viernes 1 de julio de 2011

 

Queridos hermanos y hermanas:

En esta importante fiesta litúrgica de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús tengo la alegría de celebrar esta mañana la Eucaristía para vosotros, que formáis la comunidad de trabajo de «L'Osservatore Romano». Saludo cordialmente al director responsable, profesor Vian, y al subdirector, doctor Carlo Di Cicco, así como al director general, mi hermano don Pietro Migliasso; saludo a la redacción, a los encargados de las ediciones semanales, a todos los periodistas, a los fotógrafos, a los técnicos, a toda vuestra gran familia, que este año está de fiesta por el 150º aniversario del diario. Por eso, el sentimiento con el que hoy celebramos esta santa misa es precisamente el de acción de gracias a Dios por todo el bien que ha querido difundir en la Iglesia y en la sociedad a través de «L'Osservatore Romano». Y ese reconocimiento profundo del espíritu se extiende, naturalmente, a los tipógrafos, se dirige a las personas que, desde los orígenes hasta hoy, han dirigido y realizado a diario el periódico. Por los difuntos ofrezco con gusto este sacrificio eucarístico recordando su camino en la tierra al servicio de esta gran empresa editorial. Yo mismo puedo decir que «L'Osservatore Romano» me ha acompañado durante toda mi vida. Antes de que yo naciera, ya llegaba a mi casa, en Romano Canavese, «L'Osservatore Romano», una única copia remitida a Pietro Bertone, organista, el único suscriptor del pueblo. Tras algunos años se añadió un sacerdote, don Paolo Bellono, y «L'Osservatore Romano» me acompañó a través de los años. Después pasé a ser colaborador de «L'Osservatore Romano» — podríamos reunir mis artículos—; y más adelante «L'Osservatore Romano» marcó un poco las etapas de mi vida hasta la actual como secretario de Estado de Su Santidad. Así que he caminado en mi historia personal, en la historia de la Iglesia, junto a «L'Osservatore Romano».

Considerando las lecturas bíblicas de esta solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, quiero tomar un punto de reflexión por los 150 años del periódico. Está el gran mensaje del Papa; además tendrá lugar la visita, durante la cual volverá a dirigiros su palabra. La primera lectura está tomada del capítulo 7 del Deuteronomio, en el que el Señor, por boca de Moisés, declara a Israel su amor preferencial y explica también el motivo de esa elección. Podríamos decir que los Papas han tenido un amor preferencial por «L'Osservatore Romano» y lo han expresado varias veces. El Señor dice así: «Tú eres un pueblo consagrado al Señor tu Dios; él os ha elegido, no porque seáis el más numeroso de todos los pueblos, pues sois el menos numeroso —también, entre los periódicos, tal vez el más pequeño; no sé si exactamente el más pequeño de los diarios del mundo—, sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres».

Esta Palabra del Señor ilumina el misterio de la Iglesia. Guardadas las debidas proporciones, ilumina también la realidad de un periódico como «L'Osservatore Romano», que nació y vive dentro de la realidad eclesial; es más, cerca del Sucesor de Pedro y a su servicio. Así que es consecuente que este periódico «singularísimo», como lo definió el siervo de Dios Pablo VI, por una parte esté «en el mundo», esto es, que sea un periódico como los demás, pero que por otra parte sea diferente del resto de periódicos, que sea único, singular. Esta singularidad no deriva de aspectos técnicos o materiales, sino de su misión específica, de contemplar el mundo desde el punto de vista de la Santa Sede, como dice justamente su nombre: «L'Osservatore Romano». Quien lo lea, en cualquier lugar del mundo, puede hallar la perspectiva del Papa y de la Sede apostólica en cada país, en cada región, incluso la más lejana. Ayer recibí a los representantes de las islas Maldivas, de Malawi y de otros países. Y en cualquier parte se puede tener la perspectiva del Papa y de la Sede apostólica, perspectiva pastoral, que se convierte también en cultural, moral, política en sentido alto y amplio.

Esta singular concepción exige, de quien lo dirige y de cuantos en él trabajan, una constante vigilancia espiritual y moral para poder estar en el mundo —como diría Jesús— sin ser del mundo. Al respecto, podemos referirnos a la exhortación del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma, y vosotros estáis en Roma, trabajáis aquí, en Roma, aunque no todos seáis romanos; pero podemos decir que todos somos romanos: «No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (Rm 12, 2). Considero que este es, para los fieles laicos y para todos, el desafío más entusiasmante, pero también el más comprometedor. De hecho, creo que para vosotros es una motivación siempre renovada la que os viene de tener que elaborar cada día un periódico como «L'Osservatore Romano». Y cuando digo esto pienso en todos: desde el director hasta quien hace una fotografía, o quien escribe un artículo o una crónica.

«L'Osservatore Romano» no es un periódico grande y poderoso según los criterios del mundo, pero es importante a los ojos de Dios y de gran parte de la opinión pública, porque contempla las cosas según la perspectiva del Sucesor de Pedro. Por ello os exhorto también yo a renovar siempre vuestra mentalidad según los criterios evangélicos y eclesiales, a partir de una vida personal intensa, conforme a los criterios evangélicos y eclesiales. En este campo, de hecho, nunca hay que dar por descontada nuestra fidelidad a la verdad. Es más, precisamente estar cerca del centro de la cristiandad requiere mayor vigilancia y compromiso de coherencia.

El Santo Padre Benedicto XVI es para todos nosotros un modelo de lo que significa comunicar de manera clara y profunda, razonable y fiel, el misterio, porque ante todo vive este misterio. Habéis oído y leído al menos algún pasaje de la bellísima homilía que pronunció el 29 de junio sobre la amistad, amistad con Dios antes que nada, amistad con el Señor, y amistad entre nosotros. Para todos su ejemplo es verdaderamente atrayente y preciosísimo.

Queridos amigos, permanezcamos en el Corazón de Cristo, ¡permanezcamos en su amor! Él nos ha asegurado que si permanecemos unidos a él podemos dar mucho fruto. Con el constante apoyo de la Virgen María, os deseo que viváis vuestro trabajo cotidiano como servicio concreto a la difusión de la verdad y de la caridad de Cristo, con la humilde conciencia de que, actuando así, trabajáis eficazmente para el advenimiento del reino de Dios.

 

 
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