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MENSAJE DEL CARDENAL AGOSTINO CASAROLI
A UN CONGRESO SOBRE EL TEMA
«EL MINUSVÁLIDO, UNO DE NOSOTROS»
ORGANIZADO POR EL INSTITUO DE CIENCIAS SOCIALES
«NICOLÓ REZZARA»

 

Mons. Arnoldo Oisto,
obispo de Vicenza (Italia).

Excelentísimo monseñor:

El Santo Padre ha recibido con complacencia la noticia del próximo congreso organizado por el instituto de cieñcias sociales "Nicoló Rezzara" en Recoaro Terme, sobre "El minusválido, uno de nosotros".

La incidencia social del problema elegido y las implicaciones humanas complejas y delicadas que entraña, no pueden dejar de suscitar vivo interés; por ello, al expresarle el aprecio que le merece esta iniciativa, el Santo Padre desea subrayar que responde a las interpelaciones que brotan del Evangelio donde están presentes de forma varia personas marcadas por defectos físicos o síquicos. La actitud de Cristo hacia ellos es norma para cuantos creen en El y a El miran como a revelador supremo del amor del Padre al hombre.

Jesús se acerca a estas personas con la ternura y cordialidad que reserva a todo ser humano que padece una prueba, les alienta en sus desánimos y les cura las enfermedades. En un contexto social que marginaba de distintas maneras a las personas minusválidas, Jesús reconoce en cada uno la dignidad íntegra de la persona (cf. Lc 13, 16; 19, 9; Jn 9, 3) y se preocupa de instaurar con ellos siempre relaciones de respeto y apertura a la confianza y a la esperanza.

Su mensaje es acogido fácilmente por aquellos seres probados que acuden a El de todas partes; y El deja que le rodeen y estrechen hasta confundirse con ellos. El Evangelista Mateo, testigo de estas escenas habituales, ve en ellas la actuación de la antigua profecía: "El tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias" (Mt 8, 17; cf. Is 53, 4). E incluso es Jesús mismo quien en esta participación en el sufrimiento humano y en la acción encaminada a hacerlo desaparecer, señala el criterio preanunciado por el Profeta Isaías (35, 5; 61, 1) para reconocer su verdadera identidad de Mesías (cf. Lc 7, 21 ss.).

El cristiano debe asumir como elemento característico del propio comportamiento aquel que es peculiar de la acción de Cristo; como su Maestro, el cristiano debe acudir al hermano que sufre algún defecto para ayudarle a superarlo y librarse de él, en la medida de lo posible. En un mundo como el actual que presenta todavía tantas formas de marginación, el cristiano debe comprometerse —según una palabra muy significativa de Cristo (cf. Lc 14, 31 ss.)— a actuar para que se haga sitio en la mesa de la vida también a los hermanos menos afortunados. Pues éstos, por estar animados de espíritu inmortal, poseen una dignidad única e irrenunciable que los sitúa en la cumbre de los valores creados. ¡Son personas humanas! Como a tales se las debe mirar.

Solamente quien sabe colocarse por encima de la belleza física, de la prestancia del cuerpo y del rendimiento económico; en una palabra, sólo quien sabe ir más allá de los valores externos para llegar al centro interior del ser humano, santuario donde resplandece la imagen de sí mismo que Dios ha impreso (cf. Gén 1, 27), sólo él es capaz de entablar la relación debida con estos hermanos, superando toda tentación abierta o disfrazada, individual o colectiva, de interponer barreras marginadoras. Porque, ¿acaso no son ellos, portadores de cualidades específicas personales, quienes esperan ser liberados de los impedimentos que los aprisionan, para poder desarrollarse en beneficio de la persona y de toda la comunidad?

Por tanto, es deber de las familias, de las instituciones privadas y públicas, y de la sociedad en su conjunto, por una parte, poner en práctica formas de intervención unidas e integradas armónicamente que prevengan en lo posible el surgir de los defectos mediante el diagnóstico precoz y el tratamiento dé las causas; y, por otra parte, ocuparse de combatir con competencia en cada caso los obstáculos ya declarados, procurando con decisión la recuperación humana total y la debida integración social de quien los padece.

Al alentar estos propósitos nobles, el Santo Padre augura que de la confrontación entre expertos de las distintas disciplinas surjan propuestas clarividentes y valerosas que sin descuidar la preocupación por la eficiencia organizativa, jamás sacrifiquen la atención debida a la persona de los minusválidos. Con tal fin Su Santidad implora la protección divina sobre los trabajos del congreso, a la vez que confía a Vuestra Excelencia el encargo de transmitir su saludo lleno de buenos deseos a los organizadores y relatores, y a todos los congresistas, e imparte a todos su bendición propiciadora como signo de estima y afecto.

Cardenal Agostino CASAROLI

 

 

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