The Holy See
back up
Search
riga

CARTA DEL SECRETARIO DE ESTADO
CARDENAL AGOSTINO CASAROLI,
EN NOMBRE DEL SANTO PADRE,
AL ALTO COMISARIO DE LAS NACIONES UNIDAS
 PARA LOS REFUGIADOS*

 21 de octubre de 1980

 

Al Señor Don Paul Hartling,
Alto Comisario de las Naciones Unidas para los refugiados
Ginebra (Suiza).

Señor Alto comisario:

La Alta Comisaría de las Naciones Unidas para los refugiados que usted dirige, organiza en Ginebra del 21 al 23 de octubre de 1980 una mesa redonda sobre el tema «El niño refugiado». Porque el Papa Juan Pablo II comparte su interés por alertar la opinión pública internacional sobre este grave problema que ocupa la atención de la Santa Sede desde hace mucho tiempo, me ha encargado de expresarle su complacencia por esta iniciativa de la Alta Comisaría y sus deseos de que tenga éxito, y decirle a la vez la gran solicitud de la Iglesia por cuanto pueda mejorar la suerte de estos niños, marginados con demasiada frecuencia.

¿Cómo no manifestar antes de nada la gran inquietud de ver aumentar el número de refugiados? Era ya relevante en el pasado, pero ha adquirido proporciones enormes estos últimos años, sea por causas naturales como la sequía, o más frecuentemente por razones políticas, conflictos internos o invasiones.

Es evidente que el niño es víctima de estas situaciones de modo particular. Es verdad que se resiente menos directamente y menos brutalmente que los adultos de los sufrimientos del desarraigo y de las dificultades de la inserción en una sociedad nueva; pero no podemos dudar que las repercusiones son profundas en su desarrollo físico y psíquico.

Los niños se ven privados de seguridad y estabilidad y se sienten traumatizados al encontrarse desarraigados de su entorno habitual y de cuanto les es querido, precisamente en el momento en que más necesitarían calma y serenidad. Situación que todavía resulta más difícil cuando se arranca a los niños de su familia y sobre todo de sus padres.

Finalmente, con frecuencia los niños se encuentran privados de la formación religiosa, moral e intelectual debidas, en el período que es cabalmente el más favorable para recibirla. A este handicap moral se suman casi siempre carencias físicas, falta de alimentos y de cuidados, que originan en los niños trastornos que les acompañan toda la vida.

Por ello, si no es siempre posible remediar totalmente los sufrimientos de los niños refugiados, sobre todo desde el punto de vista psicológico y moral, es deber de la sociedad paliar al menos las principales dificultades de su situación. Ha de hacerse todo lo posible por ayudarles a formar su personalidad y a encontrar un puesto en la sociedad, evitando así que ante la falta de interés hacia ellos se inclinen a una vida marginada, privada de cultura y casi asocial.

El primer esfuerzo en este sentido hay que enderezarlo a los niños separados de sus padres. Hay que tratar de llenar el vacío de éstos en la medida do lo posible, procurando al mismo tiempo no desarraigar al niño de su ambiente familiar, en espera de poder incorporarlo a su familia en cuanto lo permita la situación, o al menos encontrarle una familia adoptiva, pues lo más grande que se puede hacer por un niño abandonado es darle la posibilidad de que siga pronunciando el nombre de “mamá».

La escuela por su parte asume importancia en la orientación de las energías del niño y para evitar que se encierre en sus incertidumbres y ansiedad. Una actividad escolar adecuada junto con las relaciones sociales que de ella derivan, podrá ayudar grandemente al niño a integrarse en la sociedad, hasta hacerle capaz incluso de ayudar a sus padres a adaptarse mejor a las nuevas realidades.

Los problemas planteados en todos estos campos en relación con el niño refugiado, no son simples ni de solución fácil, por el hecho de que entrañan implicaciones sociales, morales y económicas. Sin embargo, no podemos ignorarlos ni quedarnos impasibles ante la tragedia que afecta a tantos pequeños sacudidos por la desgracia.

Por fidelidad a la enseñanza de su Fundador divino, de su parte la Iglesia ha creído siempre que la educación y formación de los niños es uno de sus deberes principales. Con mayor razón piensa que tiene deberes con los niños refugiados, más merecedores todavía de atención a causa de su misma situación.

Pero los deberes de la sociedad para con ellos incumben a todo el género humano. Precisamente por esto la Santa Sede mira con simpatía y gratitud a todos los organismos públicos y privados que se esfuerzan en ayudarles con todos los medios a disposición. Entre estos organismos, la Alta Comisaría de las Naciones Unidas para los refugiados pone a su servicio no sólo medios importantes, sino también su competencia y dedicación. El niño refugiado, tema de la próxima mesa redonda dedicada a él, estará físicamente ausente de ella. Así, pues, no podrá hacer oír su voz, sino sólo a través de los participantes, del corazón de éstos, y de su profundo sentido de responsabilidad. Seguro de vuestra entrega total al servicio de tantas víctimas inocentes, el Santo Padre desea todo lo mejor para el desarrollo de las sesiones de dicha mesa redonda y pide al Señor que alcance resultados provechosos para el porvenir del «niño refugiado”.

Complacido de transmitirle este mensaje, le ruego acepte, Señor Alto Comisario, mis votos personales y la expresión de mi consideración más distinguida.

 

Cardenal Agostino CASAROLI
Secretario de Estado

 


*L' Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, 7 de junio de 1981,  n. 23, pp. 5. 8.

 

top