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  Señora María Suárez HAMM,
Intervención sobre los Temas 105:
Adelanto de la Mujer, y 106: Aplicación de los resultados
de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer*

 21 de octubre de 1997



Gracias, señor presidente:

Como consecuencia de la serie de Conferencias internacionales que se han celebrado recientemente, y de forma especial en el seguimiento de la IV Conferencia mundial sobre la mujer, ha surgido un esfuerzo común para mejorar las condiciones de vida de la mujer. Cualquier esfuerzo para lograr la auténtica mejoría de la condición humana es siempre bienvenido. De forma particular, la Iglesia católica acoge y apoya toda iniciativa que se haga en pos del verdadero bienestar de la mujer. Según ha dicho Su Santidad Juan Pablo II, «es verdad que las mujeres en nuestro tiempo han dado pasos importantes en esta dirección, logrando estar presentes en niveles relevantes de la vida cultural, social, económica, política y, obviamente, en la vida familiar. Ha sido un camino difícil y complicado y, alguna vez, no exento de errores, aunque sustancialmente positivo, incluso estando todavía incompleto por tantos obstáculos que en varias partes del mundo se interponen a que la mujer sea reconocida, respetada y valorada en su peculiar dignidad», (cf. Mensaje de Su Santidad Juan Pablo II para la Jornada mundial de la paz, 1 de enero de 1995, n. 4).

En varios de los recientes esfuerzos que se han hecho para ayudar a la mujer, se ha empezado a hablar de «derechos». No obstante, durante el período subsiguiente a la Conferencia de Pekín, mi delegación considera que debe darse más atención a aquellos derechos naturales que están relacionados con un aspecto particular de la vida de las mujeres: los derechos que emanan de la maternidad y del papel de la mujer dentro de la familia. Mi delegación desea ofrecer su pensar sobre estos derechos específicos, basado en la experiencia vivencial de millones de mujeres de todas partes del mundo. Estas mujeres quieren que estos derechos se respeten y que se les dé la misma importancia que se atribuye a sus funciones en la vida pública de sus países. Estos derechos han sido reconocidos en la Declaración universal de derechos humanos que estipula en el articulo 25 número 2: “La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales”. De hecho, el párrafo 29 de la Plataforma de acción de Pekín se dedicó precisamente a este punto cuando señala que «las mujeres desempeñan una función decisiva en la familia», que «las mujeres dan una gran contribución al bienestar de la familia y al desarrollo de la sociedad, cuya importancia todavía no se reconoce ni se considera plenamente», y que, «la maternidad, la condición de progenitor y la función de la mujer en la procreación no deben ser motivo de discriminación ni limitar la plena participación de la mujer en la sociedad».

Según indica el Documento de Pekín, el papel que desempeña la mujer en su familia, y en especial en la vida de sus hijos, constituye una contribución indispensable al bienestar y estabilidad de la sociedad. Además, para la mayoría de las mujeres, el papel de esposa y madre es central en su identidad, felicidad y vida. Por lo tanto, existen derechos naturales inherentes a la maternidad, que deben ser reconocidos y apoyados.

Obviamente, un derecho básico que se relaciona con la maternidad es la libertad de tener hijos. Esta libertad no debe ser negada, especialmente a través de la esterilización o abortos forzados. Esto significa que debe permitirse a los padres decidir libre y responsablemente el número y espaciamiento de sus hijos. Por lo tanto, cualquier política que pretenda regular el número de hijos, sea por medidas de coerción y otras formas de presión, debe ser reconocida por lo que es: una violación de los derechos de la mujer y de los padres, y un ultraje a la familia, unidad básica de la sociedad. Este es el caso, en especial, de las mujeres que se encuentran en situaciones difíciles y vulnerables, tales como las que viven en campos de refugiados.

Como consecuencia de la contribución vital que recibe de la maternidad, la sociedad debe asumir varias obligaciones en orden a sostener a las mujeres que son madres. En particular, para poder desempeñar el deber de formar a sus hijos, las madres tienen derecho a que la sociedad apoye y proteja la institución de la familia, basada en el matrimonio de un hombre y una mujer. Este apoyo ofrece asistencia para formar una unión estable que protege y ayuda a las madres en sus compromisos dentro de la familia. Además, los padres requieren asistencia para ejercer sus derechos, deberes y responsabilidades al elegir la forma y contenido de la educación de sus hijos, sobre todo en lo que se refiere a los valores religiosos y morales, al igual que a los elementos positivos que la maternidad ofrece a la mujer y a la sociedad. Ciertamente, según nos muestra la experiencia, cuando a los niños se les ofrece afecto y modelos sanos desde los primeros años de su edad formativa, ellos crecen más seguros de sí mismos y de su futuro, y más capacitados para defender sus derechos.

Una vez que una mujer ha dado a luz, el apoyo de la sociedad debe reflejarse en brindarle opciones legítimas que tomen en consideración las múltiples funciones e intereses de las mujeres, según lo exhorta el Programa de acción de la cumbre mundial del desarrollo social (38, j). Esto quiere decir que debe reconocerse el valor de la labor de las madres que han elegido permanecer en sus hogares, para educar a sus hijos como su trabajo a tiempo completo. Para poder asegurar la promoción de la mujer, la sociedad debe eliminar toda forma de discriminación contra tales madres, que contribuyen con su trabajo no remunerado en el hogar y en la familia. Por ejemplo, en muchos países, la mujer que trabaja en su hogar no recibe pensión alguna, o muy poca. Y en casos de enfermedad, usualmente no existen medios de compensación. Es decir, los beneficios que los asalariados han negociado por medio de la política están fuera del alcance de muchas mujeres, porque su labor en el hogar no es reconocida por la sociedad. Finalmente, la sociedad debe asegurar que las madres tengan libertad de elegir trabajar en el hogar, tratando de garantizar el ingreso familiar del único asalariado, para que las madres no se vean forzadas a trabajar fuera del hogar. A la vez que se reconoce la contribución que aporta a la sociedad el trabajo que muchas mujeres deciden, y que será para el provecho de personas de toda edad y condición política o social.

En suma, la mujer que elige trabajar fuera del hogar tiene el derecho de forjar su carrera sin que se le discrimine por ser madre. Como afirma el Papa Juan Pablo II, «la verdadera promoción de la mujer exige que el trabajo se estructure de manera que no deba pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio y en perjuicio de la familia en la que como madre tiene un papel insustituible» (Laboren exercens, 19). El derecho al apoyo de la sociedad significa que las condiciones del lugar de trabajo deben estar estructuradas para que la mujer pueda avanzar y competir sin sufrir consecuencias negativas por su papel de madre. Verdaderamente debemos aceptar que muchas mujeres estarán en condiciones de procrear durante los años en los que se establecen profesionalmente. Deben hacerse los arreglos necesarios, que incluyan protección social de la maternidad, licencia de paternidad, horarios flexibles y formas de empleo a medio tiempo para mujeres con múltiples funciones y responsabilidades. Debe desarrollarse también una nueva cultura sobre el papel del padre, para asegurar que éste asuma completamente sus responsabilidades y deberes en la vida doméstica, en la crianza y en la educación de los hijos.

Señor presidente, la promoción de este aspecto de la vida de la mujer, según lo clama la Declaración universal de derechos humanos y la Conferencia de Pekín, está aún lejos de ser alcanzada. En muchos aspectos parece ser que vamos marcha atrás, devaluando la importancia de la maternidad ante la mujer y la sociedad, en un tiempo en el que muchas mujeres desean armonizar de una forma más favorable sus responsabilidades profesionales y familiares. El progreso en el estado de vida de la mujer que es madre, sea que trabaje en su hogar o fuera de este, requiere cambios profundos en la voluntad y actitud política. Algunos argumentan que lo que aquí se requiere son demasiados gastos. Pero, ¿acaso no vemos que el costo de la disolución de la familia es aún mayor, tanto económica como socialmente? En resumen, el fortalecimiento de la familia y la defensa de los derechos de miles de mujeres que son madres son la forma más segura y práctica de mejorar el estado de la mujer en el mundo entero.


*The Holy See at the United Nations 1987-1998, New York, Pro Manuscripto, Part II p.605-607.

 

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Statement on Agenda item 105: Advancement of women and Agenda item 106: Implementation of the outcome of the Fourth World Conference on women**

 

Thank you Mr. Chairman.

In the wake of the recent series of International Conferences, and especially following the Fourth World Conference on Women, there has been a concerted effort to improve the conditions on the status of women. Efforts to work for the authentic betterment of all peoples are of course always welcome. But in a special way the Catholic Church welcomes and will support all initiatives which are for the true good of women. As His Holiness Pope John Paul II has stated, “In our day, women have made great strides in this direction, attaining a remarkable degree of self-expression in cultural, social, economic and political life, as well as, of course, in family life. The journey has been substantially a positive one, even if it is still unfinished, due to the many obstacles which, in various parts of the world, still prevent women from being acknowledged, respected, and appreciated in their own special dignity “(Message of His Holiness Pope John Paul II For the Celebration of the World Day of Peace, January 1, 1995).

Many of the recent endeavours to assist women have adopted a language of “rights.” However, in the period following the Beijing Conference, my Delegation feels that more attention must be given to those natural rights which are related to one particular aspect of the lives of women. That is, those rights flowing from Motherhood and the role of women within the family. My Delegation wishes to offer its vision of these particular rights based upon the experience of millions of women in all parts of the world. Those women want these rights to be more respected and given the same importance as that which is attributed to their role in the public life of their countries. These rights have been recognized by the Universal Declaration on Human Rights which states in Article 25, 2, “Motherhood and childhood are entitled to special care and assistance.” In fact, Paragraph 29 of the Beijing Platform for Action was dedicated to precisely this point since it notes that “Women play a critical role in the family,” that “Women make a great contribution to the welfare of the family and to the development of society, which is still not recognized or considered in its full importance,” and that “Maternity, motherhood, parenting and the role of women in procreation must not be a basis for discrimination nor restrict the full participation of women in society.”

As the Beijing Document points out, the role of women in the family and especially in the lives of their children makes an indispensable contribution to the good and stability of society. In addition, for most women, the role of wife and mother is central to their identity, happiness and life. Therefore, inherent to motherhood are natural rights which must be recognized and supported.

Obviously, a basic right related to motherhood is the freedom to have children. This freedom may not be denied, especially through either forced sterilization or abortion. That means that parents must be able to decide freely and responsibly on the number and spacing of their children. Therefore, any policy which seeks to regulate the number of children, either by coercive measures or by other forms of pressure, must be recognized for what it is, a violation of the rights of women and of parents, and an invasion of the family which is the basic unit of society. And this is especially true for women in situations of exceptional difficulty and vulnerability such as those living in refugee camps.

As a consequence of the vital contribution which it receives from maternity, society must assume various obligations in order to support the women who are mothers. In particular, to fulfil their duty of forming their children, mothers have a right to society’s support and protection for the institution of the family itself, based as it is in the marriage of a man and a woman. This support provides assistance in forming the stable union which protects and assists mothers in their work for the family. Further, parents must be helped to exercise their rights, duties and responsibilities in choosing the form and the content of the education of their children, most especially with regard to their religious and moral values as well as to the positive elements which motherhood contributes to women and to society. Indeed, as experience shows, when children are given affection and sound role models in their earliest and formative years, they become more confident about themselves and their future, and more able to defend their rights.

Once a woman has given birth, the support of society should translate into legitimate options for her, taking into account the multiple roles and concerns of women as called for in the Program of Action of the World Summit for Social Development (38, j). This means that recognition must be given to the value of the work of mothers who choose to remain in the home, with the education of their children as their full-time job. To further the advancement of women, society must eliminate all forms of discrimination against such mothers who contribute unremunerated work at home and in the family. For example, in many countries, women who work in the home get little or no public pension. And in case of illness there are often no means of compensation. In short, the benefits that wage-earners have negotiated politically are beyond the reach of many women because their work in the home is not recognized by society. Finally, society must ensure that mothers have the freedom to choose to work at home by striving to guarantee a family income to one wage-earner so that mothers are not forced to work outside the home, while still recognizing the contribution to society made by the work that many women freely decide to undertake and which will be to the advantage of persons of every age, people and condition of political or social life.

In addition, women who choose to work outside the home should be able to pursue a career without being discriminated against because they are mothers. As Pope John Paul has stated, “the true advancement of women requires that labour should be structured in such a way that women do not have to pay for their advancement by abandoning what is specific to them and at the expense of the family, in which women as mothers have an irreplaceable role” (Laborem Exercens, 19). Simply stated, the right to support from society means that the conditions of the work place itself should be structured so that women are able to advance and compete without suffering negative consequences for their roles as mothers. Indeed it must be accepted that many women will be child-bearing during the years when they establish themselves professionally. Necessary accommodations, including social protection for maternity, parental leave, flexible working arrangements and forms of part-time employment, must be made for women’s multiple roles and responsibilities. A new culture of the role of fathers must also be developed, to ensure that they fully assume their responsibilities and duties in domestic life, in child rearing and in education.

Mr. Chairman, it is clear that advancement of this aspect of the lives of women as called for in the Universal Declaration on Human Rights and at the Beijing Conference is still far from complete. Indeed, in some ways we seem to be moving backwards, undervaluing the importance of motherhood to women and to society at a time when many women wish to be able to better reconcile professional and family responsibilities. Advancement of the status of women who are mothers working either at home or outside the house will require massive political will as well as attitudinal changes. Some would argue that what is called for here will be too expensive. But do we not see that the cost of disrupted families is higher, both economically and socially? In short, the strengthening of families and defending the rights of the millions of women who are mothers is one of the surest and most practical ways of bettering the status of women all over the world.


**The Holy See at the United Nations 1987-1998, New York, Pro Manuscripto, Part II p.608-609.

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Intervention sur le point 105-106 de l'ordre de jour***

 

 

A la suite de la série de Conférences internationales qui se sont récemment déroulées, et notamment après la IVe Conférence mondiale sur la Femme, est apparu un effort commun pour améliorer les conditions de vie de la femme. Tout effort visant à l’amélioration authentique de la condition humaine est toujours le bienvenu. L’Eglise catholique accueille et soutient de façon particulière toute initiative qui a pour but le véritable bien-être de la femme. Comme l’a dit Sa Sainteté le Pape Jean-Paul II: «En vérité, les femmes ont accompli à notre époque des pas significatifs dans ce sens; elles sont arrivées à s’exprimer à des niveaux importants dans la vie culturelle, sociale, économique et politique, sans parler évidemment de la vie familiale. La progression sur cette voie a été difficile et complexe, non sans erreurs parfois, mais positive pour l’essentiel, même si elle reste encore inachevée à cause des nombreux obstacles qui empêchent, en bien des régions du monde, que la femme soit reconnue, respectée et valorisée dans sa dignité propre, (Message de Sa Sainteté le Pape Jean-Paul II pour la Journée mondiale de la Paix, 1er janvier 1995, n. 4, cf. ORf n. 50 du 13 décembre 1994).

Au cours d’initiatives récentes organisées en faveur de la promotion de la femme, on a commencé à parler de “droits”. Cependant, après la Conférence de Pékin, ma délégation considère que l’on doit accorder une plus grande importance aux droits naturels qui sont liés à un aspect particulier de la vie des femmes: les droits découlant de la maternité et du rôle de la femme au sein de la famille. Ma délégation désire soumettre sa réflexion sur ces droits spécifiques, à partir de l’expérience de vie de millions de femmes de toutes les parties du monde. Ces femmes demandent que ces droits soient respectés et qu’on leur attribue la même importance que celle attribuée aux fonctions qu’elles remplissent dans la vie publique de leurs pays. Ces droits ont été reconnus par la Déclaration universelle des Droits de l’Homme, qui précise dans son article 25, numéro 2: «La maternité et l’enfance ont droit à une attention et une assistance spéciales”. En effet, le paragraphe 29 de la Plate-forme d’Action de Pékin est consacré précisément à ce point lorsqu’il signale que "les femmes jouent un rôle décisif dans la famille", que «les femmes apportent une contribution importante au bien-être de la famille et au développement de la société, dont l’importance n’est toutefois pas reconnue ni pleinement considérée", et que "la maternité, la condition de parent et la fonction de la femme dans la procréation ne doivent pas constituer des motifs de discrimination, ni limiter la pleine participation de la femme dans la société".

Comme l’indique le Document de Pékin, le rôle joué par la femme dans sa famille, et de façon particulière dans la vie de ses enfants, constitue une contribution indispensable au bien-être et à la stabilité de la société. De plus, pour la majorité des femmes, le rôle d’épouse et de mère est fondamental pour leur identité, leur bonheur, leur vie. C’est pourquoi il existe des droits naturels inhérents à la maternité qui doivent être reconnus et soutenus.

Un droit fondamental lié à la maternité est très certainement la liberté d’avoir des enfants. Cette liberté ne doit pas être niée, en particulier au moyen de la stérilisation ou des avortements forcés. Cela signifie que l’on doit permettre aux parents de décider de façon libre et responsable du nombre d’enfants et de l’espacement des naissances. C’est pourquoi, toute politique qui prétend réglementer le nombre d’enfants, que ce soit par la force ou par d’autres formes de pression, doit être reconnue pour ce qu’elle est: une violation des droits de la femme et des parents, et une agression à l’égard de la famille, unité de base de la société. C’est en particulier le cas des femmes qui se trouvent dans des situations difficiles et vulnérables, comme celles qui vivent dans des camps de réfugiés.

En raison de l’apport vital qu’elle reçoit de la maternité, la société doit assumer différentes responsabilités visant à aider les femmes qui sont mères. En particulier, afin de pouvoir accomplir leur devoir de formation à l’égard de leurs enfants, les mères ont droit à ce que la société soutienne et protège l’institution de la famille, fondée sur le mariage d’un homme et d’une femme. Ce soutien doit offrir une assistance qui préserve une union stable, qui protège et qui aide les mères dans leurs tâches au sein de la famille. De même, les pères ont besoin d’une assistance pour exercer leurs droits, leurs devoirs et leurs responsabilités, afin de choisir la forme et le contenu de l’éducation de leurs enfants, surtout en ce qui concerne les valeurs religieuses et morales, tout comme les éléments positifs que la maternité apporte à la femme et à la société. Selon notre expérience, il est certain que lorsque l’on offre aux enfants de l’affection et des modèles sains dès leurs premières années de formation, ils grandissent plus sûrs d’eux-mêmes et de leur avenir, et ils sont mieux préparés pour défendre leurs droits.

Une fois qu’une femme a donné le jour à un enfant, le soutien de la société doit s’exprimer dans la proposition de choix légitimes qui prennent en considération les fonctions et les intérêts multiples de la femme, ainsi que le requiert le Programme d’Action du Sommet mondial du Développement social (38, j). Cela signifie que l’on doit reconnaître la valeur du travail de la mère qui a choisi de rester au foyer pour éduquer ses enfants, comme un travail à temps complet. Afin de pouvoir assurer la promotion de la femme, la société doit éliminer toute forme de discrimination à l’égard de ces mères, qui apportent leur contribution à travers leur travail non rémunéré au foyer et dans la famille. Mais dans de nombreux pays, la femme qui travaille au foyer ne reçoit aucune retraite, ou très peu, et en cas de maladie, il n’existe généralement pas d’indemnisation. Ainsi, les avantages que les salariés ont négociés à travers des actions politiques sont impensables pour un grand nombre de femmes, car leur travail au foyer n’est pas reconnu par la société. La société doit faire en sorte que les femmes aient la liberté de choisir de travailler dans leur foyer, en garantissant un salaire suffisant au seul salarié de la famille, afin que les femmes ne soient pas forcées de travailler à l’extérieur. Il faut en même temps reconnaître la contribution apportée à la société par le travail à l’extérieur que de nombreuses femmes choisissent, et qui est effectué au bénéfice des personnes de tous les âges et de toutes les classes politiques et sociales.

La femme qui choisit de travailler à l’extérieur a donc le droit de poursuivre sa carrière sans être discriminée par le fait d’être mère. Comme l’affirme le Pape Jean-Paul II: “La vraie promotion de la femme exige que le travail soit structuré de manière qu’elle ne soit pas obligée de payer sa promotion par l’abandon de sa propre spécificité et au détriment de sa famille dans laquelle elle a, en tant que mère, un rôle irremplaçable" (Laborem exercens, n. 19). Le droit au soutien de la société signifie que les structures du lieu de travail doivent être organisées pour que la femme puisse progresser et aller de l’avant sans souffrir de conséquences négatives liées à son rôle de mère. Nous devons vraiment accepter qu’un grand nombre de femmes soient en mesure de devenir mères au cours de leur carrière professionnelle. Les mesures nécessaires doivent être prises et doivent comprendre la protection sociale de la maternité, un congé de paternité, des horaires flexibles et des formes d’emploi à mi-temps pour les femmes aux fonctions et aux responsabilités multiples. Il faut également développer une nouvelle culture concernant le rôle du père, pour faire en sorte qu’il prenne ses responsabilités et qu’il accomplisse ses devoirs dans la vie domestique et dans I’éducation des enfants.

Monsieur le Président, la promotion de cet aspect de la vie de la femme, comme le proclame la Déclaration universelle des Droits de l’Homme et la Conférence de Pékin, est loin d’être accomplie. Sous de nombreux points de vue, il semble même que l’on fasse marche arrière, en dévalorisant l’importance de la maternité au regard des femmes et de la société, à une époque où de nombreuses femmes souhaitent pourtant harmoniser de façon équilibrée leurs responsabilités professionnelles et familiales. L’amélioration de la condition de vie de la femme qui est mère, qu’elle travaille au foyer ou à l’extérieur, exige des changements profonds dans la volonté et les décisions politiques. Certains soutiennent que cela entraîne des dépenses financières trop importantes. Mais ne voient-ils pas que le coût de l’éclatement de la famille est plus élevé, tant sur le plan économique que social? En conclusion, le renforcement de la famille et la défense des droits de milliers de femmes qui sont mères, sont la forme la plus sûre et la plus adaptée pour améliorer la condition de la femme dans le monde entier.


***L'Osservatore Romano. Edition hebdomadaire en langue française n.45 p.2.


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