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INTERVENCIÓN DE MONS. JAVIER LOZANO BARRAGÁN,
JEFE DE LA DELEGACIÓN DE OBSERVACIÓN DE LA SANTA SEDE,
EN LA XX SESIÓN ESPECIAL DE LA ASAMBLEA GENERAL
DE LAS NACIONES UNIDAS*

Nueva York, 10 de junio de 1998



La posición de la Santa Sede con relación a la lucha contra el tráfico ilícito de la droga es la de un apoyo total. En efecto, constatamos que el fenómeno de la droga es de una vastedad y proporciones terribles, no respeta ni sexo ni edad ni nacionalidades, está en conexión con la delincuencia, la mala vida y los factores de la decadencia general; numerosos jóvenes y adultos han muerto o van a morir por su causa; su contexto es de explotación sexual, de comercio de armas, de terrorismo, de destrucción de relaciones familiares; su tráfico está en gran parte controlado por organizaciones dirigidas por grupos criminales fuertemente centralizados con la implicación de una amplia gama de personal entrenado, desde los químicos hasta los especialistas en comunicaciones y el reciclaje del dinero, desde los abogados hasta los guardias de seguridad.

Una de las causas más importantes que empuja a los jóvenes y adultos a la experiencia de la droga es la falta de motivaciones claras y convincentes para vivir, el vacío de valores, la convicción de que no valga la pena vivir, el sentido de soledad y de incomunicabilidad, la ausencia de la intimidad con Dios, la falta de proposiciones humanas y espirituales vigorosas, la fuga para olvidar, la estructura social carente de satisfacción dentro de una lectura materialista y destructora de las necesidades humanas. La ambición del dinero se apodera del corazón de muchas personas y con el comercio de la droga las transforma en traficantes de la libertad de sus hermanos. Esta ambición se mezcla con grandes intereses económicos y aun políticos.

El abuso de la droga es totalmente incompatible con los principios fundamentales de la dignidad y de la convivencia humanas; los traficantes de la droga son mercaderes de muerte que asaltan a la humanidad con el engaño de falsas libertades y perspectivas de felicidad en un infame comercio. Cualquier serio propósito preventivo a largo alcance exige intervenciones aptas pare secar las fuentes y frenar los cursos de esta ría de muerte. La lucha contra la droga es un grave deber conexo con el ejercicio de las responsabilidades públicas.

En cuanto a la liberalización de la droga hay que recordar que la droga no se vence con la droga; la droga es un mal y al mal no se le hacen concesiones. La experiencia ha enseñado que la liberalización no es una solución sino una rendición. La distinción al caso entre drogas pesadas y ligeras conduce a un callejón sin salida, la toxico dependencia no acaece en la droga, sino en lo que conduce un individuo a drogarse.

Para el remedio de este flagelo se sugieren tres pistas: prevención, represión y recuperación.

En cuanto a la prevención hay que recuperar los valores humanos del amor y de la vida, únicos capaces de dar pleno significado a la existencia, sobre todo si son iluminados por la fe religiosa. Les toca a las Instituciones públicas empeñarse en una política seria, dirigida a subsanar situaciones de desajuste personal y social, entre las que sobresalen la crisis de la familia, la desocupación juvenil, los problemas habitacionales, la falta de servicios socio-sanitarios, las deficiencias del sistema escolar, etc.. El método más seguro para esta prevención es la serena convicción de la inmortalidad del alma, de la futura resurrección de los cuerpos y de la responsabilidad eterna de los propios actos.

En cuanto a la represión, no suficiente pero necesaria también, hay que combatir la organización mercantil y financiera internacional de la droga; hay que formar un frente compacto que se empeñe en denunciar y perseguir legalmente a los traficantes de muerte y en abatir las redes de la disgregación moral y social; hay que poner un freno eficaz al expandirse del mercado de sustancias estupefacientes; es necesario que salgan a la luz los intereses de quien especula en este mercado, se exige que sean identificados los instrumentos y mecanismos de los cuales se sirve y proceder a su coordinado y eficaz desmantelamiento.

Dice el Santo Padre Juan Pablo II: "Mi exhortación animosa y mi admiración... para los jefes de Gobierno y ciudadanos (que) se han empeñado en combatir la producción, la venta y el abuso de la droga, quizá pagando un precio muy alto, incluso sacrificando su integridad física.... Invito a las autoridades civiles, a los que tienen poder de decisión económica y a todos los que tienen una responsabilidad social a proseguir e intensificar sus esfuerzos para perfeccionar en todos sus grados la legislación de lucha contra la toxicomanía y a oponerse a todas las formas de la cultura de la droga y su tráfico." (Mensaje a la Conferencia Internacional de Viena, 4/6/1987; cf. Discurso del Santo Padre a los participantes al Congreso “Solidarios por la vida”, Ciudad del Vaticano, 11/10/1997).

En cuanto a la recuperación es necesario conocer al individuo que se droga y comprender su mundo interior, llevarlo al descubrimiento o redescubrimiento de su propia dignidad y ayudarlo, como sujeto activo, a resucitar y hacer crecer aquellos recursos personales que la droga había sepultado. El camino es mediante una confiada reactivación de la voluntad orientada hacia ideales nobles y seguros, pues el miedo al futuro y al compromiso en la vida adulta, que se observa en los jóvenes hoy en día. los vuelve particularmente frágiles, con tendencia a encerrarse en si mismos; las fuerzas de la muerte los empujan a entregarse a la droga y a la violencia, e ir a veces hasta el suicidio. Atrás de lo que pudiera aparecer como fascinación por la destrucción se encuentra un llamado juvenil de ayuda y de profunda sed de vivir que conviene comprender para que el mundo sepa modificar radicalmente sus posiciones y sus modos de vida.

Los jóvenes que han vencido a la droga se tornan esperanza y testimonio de que la victoria es posible; se vuelven pare la sociedad, preocupada por el fenómeno de la droga, un nuevo impulso pare luchar, para comprometer todas las fuerzas, toda la buena voluntad. Muchas son las acciones que se necesitan pare el combate eficaz del abuso de la droga, pero hay una central sin la cual nada se podrá lograr: la acción de restaurar en toda su fuerza la convicción del valor trascendente e irrepetible del hombre y su responsabilidad de libre autorrealización.


*A/S-20/PV.9 p.17-18.

L'Osservatore Romano 12-13.6.1998 p.2.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n. 7 p.20.

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Mgr Javier LOZANO BARRAGÁN,
Intervention à la 20e session extraordinaire
(Lutte contre la production, la vente, la demande,
le trafic et la distribution de la drogue)
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 10 june 1998

Je transmets les salutations du pape Jean-Paul II, qui appuie fermement notre action dans la lutte que nous menons contre l’abus des drogues. Le Saint-Siège appuie pleinement la lutte contre le trafic illicite des drogues.

Une des raisons les plus importantes qui poussent les jeunes et les adultes à faire l’expérience de la drogue est l’absence de motivations claires et convaincantes pour la vie, ainsi que l’absence de valeurs, la conviction que la vie ne vaut pas la peine d’être vécue, le sentiment de solitude et d’isolement, l’absence de communication étroite avec Dieu, l’absence d’objectifs humains et spirituels forts, la fuite pour oublier, la structure sociale qui ne donne pas satisfaction, dans laquelle prévaut une attitude matérialiste et destructrice comme seule réponse aux nécessités humaines. La cupidité s’empare du cœur de nombreuses personnes et, par l’intermédiaire du commerce des drogues, les transforme en trafiquants de la liberté de leurs frères. Cette cupidité se retrouve mêlée à des intérêts économiques voire politiques puissants.

L’abus des drogues est totalement incompatible avec les principes fondamentaux de la dignité et de la coexistence humaine. Les trafiquants de drogues sont des marchands de la mort qui s’attaquent à l’humanité en lui faisant miroiter les fausses libertés et les fausses perspectives de bonheur de ce commerce infâme.

En ce qui concerne la libéralisation des drogues, il faut rappeler que la drogue ne se vainc pas par la drogue; la drogue est un mal et on ne fait pas de concessions au mal. L’expérience a montré que la libéralisation n’est pas une solution, c’est une reddition. La distinction entre drogues dures et drogues douces est une voie sans issue, la toxicomanie n’est pas le fait de la drogue, mais bien le fait de ce qui pousse un individu à se droguer.

Pour remédier à ce fléau, trois pistes sont proposées la prévention, la répression et la réadaptation. Pour ce qui est de la prévention, il faut réhabiliter les valeurs humaines de l’amour et de la vie, les seules capables de donner un sens à l’existence, surtout si elles sont illuminées par la foi religieuse. Il incombe aux organismes publics de mettre en oeuvre une politique sérieuse visant à corriger les situations de déséquilibre personnel et social, notamment la crise de la famille, le chômage des jeunes, les problèmes de logement, l’absence de services sociaux et médicaux, les déficiences du système scolaire, etc. La méthode de prévention la plus sûre, c’est d’avoir la sereine conviction de l’immortalité, de la résurrection future et de la responsabilité éternelle de ses propres actes.

Quant à la répression, qui ne suffit pas en soi mais qui est également nécessaire, il faut combattre l’organisation commerciale et financière internationale de la drogue, offrir un front uni pour dénoncer et poursuivre en justice les trafiquants de la mort et démanteler les réseaux de la décadence morale et sociale. Il faut s’employer efficacement à mettre un frein à l’expansion de ce marché des stupéfiants. Il faut faire la lumière sur les intérêts de ceux qui spéculent sur ce marché. Il faut identifier les instruments et mécanismes dont ils se servent et procéder à leur démantèlement coordonné et efficace.

Le Pape Jean-Paul II a dit: «Mon exhortation fervente et mon admiration ... vont aux chefs de gouvernement et aux citoyens qui se sont engagés à lutter contre la production, la vente et l’abus des drogues, en payant parfois un prix très élevé, et même en sacrifiant leur intégrité physique ... J’invite les autorités civiles, ceux qui ont un pouvoir de décision économique et tous ceux qui ont des responsabilités sociales à poursuivre et à intensifier leurs efforts pour perfectionner à tous les niveaux leurs dispositifs législatifs de lutte contre la toxicomanie et à s’opposer à la culture et au trafic des drogues sous toutes leurs formes».

En ce qui concerne la réadaptation sociale, il faut connaître ceux qui se droguent et comprendre leur monde intérieur, les amener à découvrir ou à redécouvrir leur propre dignité et les aider en tant qu’individus à ressusciter et à développer leurs richesses personnelles qui ont été occultées par la drogue, en réactivant dans la confiance leur volonté et en l’orientant vers des idéaux nobles et sûrs car la peur de l’avenir et de l’engagement de vivre en tant qu’adulte qu’on observe chez les jeunes aujourd’hui les rendent tout particulièrement vulnérables et les amènent à se refermer sur eux-mêmes; la peur de la mort les entraîne vers les drogues, la violence et parfois même le suicide. Cette apparente fascination pour la destruction dissimule en fait un appel à l’aide que nous lancent les jeunes et une soif avide de vivre qu’il faudrait comprendre pour que le monde modifie radicalement ses positions et ses modes de vie.

Les jeunes qui ont vaincu la drogue représentent une source d’espoir et témoignent du fait que la victoire est possible. Dans une société préoccupée par le phénomène de la drogue, ils donnent un nouvel élan pour lutter et engager toutes nos forces et notre bonne volonté. Un combat efficace contre l’abus des drogues exige tout un éventail d’actions, mais il y a une question essentielle sur laquelle nous devons insister: il faut rétablir dans toute sa force la conviction de la valeur transcendantale et unique de l’homme et sa responsabilité de se réaliser en toute liberté.


**A/S-20/PV.9 p.17-18.

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Archbishop Javier LOZANO BARRAGÁN,
Statement at the 20th special session on Item 8
(Fight against the illegal production, sale, demand, trafficking
and distribution of narcotics and psychotropic substances)
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10 June 1998

I bring the greetings of Pope John Paul II, who strongly supports our work in the struggle against drug abuse. The Holy See fully supports the fight against illegal drug traffic.

Some of the leading causes of drug use among young people and adults are the lack of clear, convincing motivations in life, the absence of values, the conviction that life is not worth living, a sense of loneliness and inability to communicate, the lack of a close relationship with God, the lack of strong human and spiritual principles, escapism in order to forget and an unsatisfying social structure based on a materialistic and destructive view of human needs. The pursuit of money takes possession of the hearts of many people, and by way of the drug trade turns them into traffickers in the freedom of their brothers and sisters. This pursuit becomes entangled with major economic and even political interests.

Drug abuse is totally incompatible with the basic principles of dignity and human coexistence. Those who traffic in drugs are merchants of death who assault mankind with the deceit of false freedoms and prospects for happiness in a nefarious form of commerce.

As for liberalization, it must be remembered that drugs are not overcome with drugs; drugs are an evil, and concessions should not be made to evils. Experience has shown that liberalization is not a solution, but a surrender. The distinction between hard and soft drugs leads into a blind alley. Drug addiction is not a question of drugs, but of what motivates an individual to take them.

To remedy this scourge, we suggest three courses: prevention, suppression and recovery. With respect to prevention, we must restore the human values of love and life, the only ones able to give full meaning to existence, especially when they are illuminated by religious faith. It is incumbent on public institutions to insist on a serious policy that aims to correct situations of personal and social disorder, among which the crisis of the family, unemployment among young people, housing problems, the lack of social and medical services and the shortcomings of the school system stand out as prime considerations. A serene conviction concerning the immortality of the soul, future resurrection and eternal responsibility for one’s actions is the surest method for such prevention.

As for suppression, it is a necessary element, but not a sufficient one by itself. The international commercial and financial structure of the drug trade must be combated. A solid front must be created that is committed to denouncing and legally prosecuting the merchants of death and eliminating the networks of social and moral disintegration. The expansion of the market in addictive substances must be checked effectively. The interests of those speculating in this market must be brought to light. The instruments and mechanisms they employ must be identified so as to proceed to dismantle them in a coordinated and effective fashion.

I would like to quote Pope John Paul II, who said: “My fervent exhortation and admiration ... for the heads of Government and citizens [who] have endeavoured to combat the production, sale and abuse of drugs, perhaps paying a very high price, even sacrificing their physical integrity ... I invite civil authorities, those with economic decision-making power and everyone with social responsibilities to continue and intensify their efforts to perfect legislation at all levels for the fight against the different kinds of drug addiction and to oppose all the forms of the drug culture and of drug traffic.”

As regards recovery, it is necessary to know the individuals who take drugs, understand their inner world, lead them to discover or rediscover their own dignity and help them as active participants to bring about the re-emergence and growth of the personal resources that drugs have buried. This should be done by way of a confident reanimation of the will towards noble, stable ideals. The fear of the future and of commitments to adult life that is observed in young people today makes them particularly fragile. They have a tendency to withdraw into themselves. The forces of death push them to give in to drugs and violence, and sometimes even to suicide. Behind what might appear to be a fascination with destruction we find a call for help from these young people and a deep thirst for life that needs to be understood so that the world will know how to modify radically points of view and ways of life.

Young people who have overcome drugs represent hope and bear witness to the fact that victory is possible. To a society concerned about the drug phenomenon, they constitute a new impetus for continuing the battle and committing all our energies and good will. Many types of action are needed to combat drug abuse effectively, but there is one central action without which nothing can be achieved: to restore fully the conviction of the transcendent, unique value of man and his responsibility for free self-fulfilment.


***A/S-20/PV.9 p.15-16.

L'Osservatore Romano. Weekly Edition in English n.37 p.6.


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