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DISCURSO DEL CARDENAL ANGELO SODANO
DURANTE LA XVII CONGREGACIÓN GENERAL
DEL SÍNODO DE ÁFRICA


21 de abril de 1994

 

La posición de la Santa Sede ante la Conferencia de El Cairo


Muchos padres sinodales han escuchado, el domingo pasado, día 17, el apremiante llamamiento del Papa en defensa de los valores éticos de la vida y de la familia. Fue un mensaje dirigido a todos los hombres de verdadera buena voluntad, que tuvo gran resonancia en la opinión pública mundial.

El Santo Padre apelaba «a todas las conciencias, a los espíritus libres que no se dejan enredar por lógicas de afiliación o intereses económicos y políticos. Me dirijo –decía– a cuantos saben resistir a los modelos tan difundidos de una fatua libertad y de un falso progreso, que, analizados a fondo, constituyen en cambio formas de esclavitud y de involución, porque debilitan al hombre, el carácter sagrado de la vida y la capacidad de un amor verdadero. Lo que viola la norma moral no es nunca una victoria, sino una derrota para el hombre, que lo convierte en víctima de sí mismo...».

«Lo que amenaza a la familia, en realidad, amenaza al hombre. Esto constituye una verdad aún más evidente cuando se habla de un presunto “derecho al aborto”. Hoy es más urgente que nunca reaccionar contra modelos de comportamiento que son fruto de una cultura hedonista y permisiva, para la que el don desinteresado de sí, el control de los instintos y el sentido de la responsabilidad parecen nociones vinculadas a una época ya superada. Me pregunto: ¿a qué sociedad llevará ese permisivismo ético? ¿No existen ya síntomas preocupantes que hacen temer por el futuro de la humanidad?

1. Frente a esa dolorosa situación, muchos padres sinodales han manifestado el deseo de tener algunas noticias más precisas acerca del origen y la finalidad de la próxima Conferencia internacional sobre la población y el desarrollo, convocada por la ONU y que se celebrará en El Cairo el próximo mes de septiembre.

En especial, he sentido la urgencia de proporcionar noticias al respecto, después de haber escuchado la intervención hecha aquí en el aula, durante la novena congregación general, el viernes pasado, día 15, por monseñor Nicodemo Kirima, arzobispo de Nyeri, en Kenia, el cual quiso hacer presente la necesidad de defender la familia africana de los ataques procedentes del exterior.

Frente a esa realidad, he creído conveniente exponer con brevedad delante de los padres sinodales lo que la Santa Sede ha hecho y está haciendo para que la próxima Conferencia internacional sobre la población y el desarrollo contribuya de verdad al bien de la humanidad y no mine los valores básicos que constituyen el fundamento seguro de la vida individual y comunitaria de la humanidad.

2. La Conferencia internacional sobre la población y el desarrollo, que tendrá lugar en El Cairo del 5 al 13 de septiembre de 1994, es continuación de las que se han celebrado –se tienen cada diez años– en Bucarest (1974) y Ciudad de México (1984).

La Santa Sede había manifestado gran interés en este tema, pues, como afirmaba el Papa Pablo VI, de venerada memoria, en el Ángelus del domingo 18 de agosto de 1974, en vísperas de la reunión de Bucarest, está en juego la vida de la humanidad. Como se sabe, la Santa Sede, aunque está presente en las Naciones Unidas con carácter de observador, participa en estas Conferencias internacionales como miembro de pleno derecho, pues están abiertas a los países miembros de la ONU y de las organizaciones especializadas del sistema de las Naciones Unidas, y la Santa Sede es miembro de algunas de ellas.

Antes de la Conferencia de Bucarest, el 28 de marzo de 1974, el Papa Pablo VI habla recibido a los señores Antonio Carrillo Flores, secretario general de la Conferencia mundial de la población, y Rafael Salas, director ejecutivo del Fondo de las Naciones Unidas para las actividades de la población (UNFPA), entregándoles un mensaje que explicaba los principios-guía de la posición de la Santa Sede en materia demográfica.

3. En Bucarest (19-30 de agosto de 1974), la delegación de la Santa Sede, guiada por el entonces monseñor Edouard Gagnon, había contribuido al desarrollo de los trabajos, brindando una perspectiva moral y una orientación sobre los valores fundamentales, y aportando enmiendas tanto sobre los principios (el respeto a la vida, el derecho de la pareja a decidir el número de hijos, la promoción de la mujer, incluyendo su vocación de esposa y madre, etc.) como sobre el tema de la familia (contra el proyecto de una acción masiva para proporcionar a todos los habitantes del planeta los medios para impedir los nacimientos).

Al final de los trabajos, se adoptó por consenso, sin voto, un plan de acción. La Santa Sede no habla podido asociarse al consenso final. Aun declarándose satisfecha del cambio de orientación y de ciertas modificaciones en el plan de acción, no habla podido dar su asentimiento al documento, porque contenía demasiados puntos ambiguos, imprecisos o inaceptables, como por ejemplo:

– la procreación fuera de la familia (parejas e individuos);

– falta de una ética de respeto a los principios que gobiernan la vida humana;

– puerta abierta al aborto y la esterilización;

– falta de protección del derecho de la pareja, dejando la interpretación de este derecho a cada Gobierno.

Además, muchas recomendaciones abrían el camino a políticas nacionales, que la Santa Sede no podía aprobar.

4. Diez años más tarde, tuvo lugar en Ciudad de México otra Conferencia internacional de las Naciones Unidas sobre la población (6-14 de agosto de 1984).

Durante ese mismo año, el 7 de junio, el Santo Padre Juan Pablo II recibió en audiencia al señor Rafael Salas, secretario general de la Conferencia y director ejecutivo del Fondo de las Naciones Unidas para las actividades de la población. De nuevo, el mensaje que el Santa Padre le entregó contenta los principios inspiradores de la posición que la delegación de la Santa Sede presentaría durante la Conferencia.

Con anterioridad, la Santa Sede había interesado a las Conferencias episcopales por medio de dos cartas circulares en las que se proporcionaban informaciones básicas acerca de los principales temas que se iban a discutir y se presentaba la posición de la Santa Sede a respecto.

La Conferencia se celebró en el marco del plan de acción de Bucarest, cuyos principios y objetivos seguían aún vigentes.

La delegación de la Santa Sede, guiada por monsenor Jan Schotte, entonces vice-presidente de la Comisión pontificia «Justicia y paz», realizó un gran trabajo, presentando muchas contribuciones de doctrina y de lenguaje, además de varias enmiendas.

Al final de los trabajos, la delegación de la Santa Sede consideraba que las Recomendaciones que se hablan redactado constituían una mejora del plan de acción y contenían propuestas válidas. En particular, era muy válida la recomendación 18 (e): «En ningún caso se debe promover el aborto como método de planificación familiar». La misma recomendación apremiaba a los gobiernos a «tomar las medidas necesarias para ayudar a las mujeres a evitar el aborto... y, donde sea posible, proveer a un tratamiento humano y asesoramiento a las mujeres que han recurrido al aborto».

A pesar de eso, la Santa Sede decidió no sumarse al consenso final, por varias razones:

– las prerrogativas que pertenecen a la pareja de esposos con respecto a la intimidad sexual y a la paternidad, eran extendidas a los individuos (couples and individuals), incluidos los adolescentes;

– se adoptaban métodos de planificación familiar que son inaceptables moralmente;

– algunas medidas incluidas en el documento contenían implicaciones sobre el derecho a la soberanía nacional.

5. Mientras las Conferencias de Bucarest (1974) y de Ciudad de México (1984) se centraban exclusivamente en el tema de la población, este año para la Conferencia de El Cairo, por primera vez, se incorpora el del desarrollo: Conferencia internacional sobre la población y el desarrollo.

La Santa Sede ha tomado parte con una delegación en las reuniones regionales que han tenido lugar en los cinco continentes durante los años 1992 y 1993: Bali (Indonesia), para Asia y el Pacifico; Dakar (Senegal), para Africa; Ginebra (Suiza), para Europa y América del norte; Ammán (Jordania), para Asia occidental; y Ciudad de México, para América Latina y el Caribe.

En mayo de 1993 tuvo lugar en Nueva York la segunda sesión del Comité preparatorio de la Conferencia, mientras en estos días (4-22 de abril) se está celebrando en la misma ciudad la tercera sesión, que está preparando el documento final que será aprobado por la Conferencia de El Cairo.

La Santa Sede ha podido notar que desde Bucarest, en 1974, hasta hoy se ha desplazado el acento: antes dominaba una visión centrada en los gobiernos y que no se oponía a una coerción en las medidas adoptadas por las administraciones nacionales (¡Cuántos abusos han denunciado nuestros hermanos en el episcopado de varias regiones del mundo!). Se ha pasado ahora a otro planteamiento, que centra los debates en los derechos de la mujer, incluido un derecho al aborto, considerado casi como un derecho humano, sin ninguna consideración hacia la vida del hijo concebido. Toda mujer, como todo hombre, tendría derecho a tomar cualquier decisión en el ámbito de la procreación.

6. Con vistas a la próxima Conferencia de El Cairo, el secretario de la misma Conferencia publicó recientemente un proyecto de documento final, que atrajo de inmediato la atención de la Santa Sede a causa de las serias implicaciones de orden moral que contenía.

Se ha advertido, además, que el aspecto del desarrollo, tan fundamental para los países que vosotros, obispos de África, representáis, queda de tal manera en segundo plano que sólo le dedican seis páginas de entre unas 83 que ocupa ese proyecto.

«La Santa Sede no puede compartir, en absoluto, las numerosas referencias al aborto, las definiciones vagas sobre los “varios tipos de familia”, la promoción entre los jóvenes de un estilo de vida sexualmente libre, con la consiguiente difusión de métodos anticonceptivos. El documento, por desgracia, propone un modelo educativo carente de valores éticos y, por consiguiente, es contrario al modelo cristiano». Así escribía yo en una carta que envié a los presidentes de las Conferencias episcopales de todo el mundo, el pasado día 19 de marzo, fiesta de san José.

La puerta que se pretende abrir para entrar en el ámbito del aborto es el así llamado aborto inseguro (unsafe abortion). Para evitar la muerte de la madre –se dice– es necesario legalizar el aborto. Y, si eso se aprueba, se propondrá como plan de acción para todos los países del mundo. Con razón, por tanto, también vosotros, obispos africanos, os encontráis preocupados al respecto.

Sin alargarme en temas que han sido expuestos ya a todas las Conferencias episcopales, quisiera sólo añadir, con palabras del Santo Padre, que «la visión de la sexualidad que inspira el documento es individualista» y que a la familia se la considera debilitada, olvidando, entre otras cosas, todo derecho de los padres en la educación de sus hijos.

Todo ello, conviene advertirlo, tiene lugar durante el año 1994, que la misma Organización de las Naciones Unidas ha declarado Año internacional de la familia, a cuya celebración la Iglesia católica se ha unido con gusto, dedicando también ella un Año internacional de la familia desde la fiesta de la Sagrada Familia de 1993 hasta la fiesta de la Sagrada Familia de 1994.

7. El Santo Padre, cuando recibió a la señora Nafis Sadik, secretaria general de la Conferencia de El Cairo y directora ejecutiva del Fondo de las Naciones Unidas para la población, el 18 de marzo pasado, le expuso los principios que guían el magisterio pontificio en materia de población, y añadió unas palabras acerca del proyecto de documento propuesto.

Como ya dije, yo mismo, el día de san José, escribí una carta a todos los presidentes de las Conferencias episcopales. También había enviado otra, en diciembre de 1993, en la que proporcionaba informaciones sobre los principales temas que se iban a tratar en la Conferencia. Añadí una copia del proyecto de documento y una Nota que contenía las observaciones enviadas por varios expertos, de diversas partes del mundo, consultados al respecto.

8. El Santo Padre quiso que, a través del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, los respectivos gobiernos estuvieran informados de la posición de la Santa Sede sobre los temas de la familia, el desarrollo y la población. En una reunión convocada por mí, esas materias fueron explicadas por los cardenales Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo pontificio para la familia, y Roger Etchegaray, presidente de los Consejos pontificios «Justicia y paz» y «Cor unum», así como por monseñor Jean-Louis Tauran, secretario para las relaciones con los Estados.

9. El Santo Padre, por último, decidió escribir una carta personal a todos los jefes de Estado para hacerles partícipes de su sorpresa y de sus preocupaciones con respecto al futuro de la institución familiar, que pertenece al patrimonio de la humanidad y que es anterior al Estado.

Se trata de una iniciativa excepcional, querida por el Sumo Pontífice, porque es también excepcional la situación, ya que está en juego el futuro de la humanidad. Me permito citar algunos pasajes significativos de esa carta:

«El proyecto de documento final de la próxima Conferencia de El Cairo... me ha deparado una dolorosa sorpresa.» Las innovaciones que contiene, tanto a nivel de conceptos como de terminología, lo convierten en un texto muy diferente de los documentos de las Conferencias de Bucarest y de Ciudad de México. No se puede por menos de temer funestas consecuencias morales, que podrían llevar a la humanidad hacia una derrota, y cuya primera víctima sería el hombre mismo.

Se nota, por ejemplo, que el tema del desarrollo, incluido en el orden del día del encuentro de El Cairo –con la problemática extremadamente compleja de la relación entre población y desarrollo, que debería ocupar el centro del debate–, pasa casi desapercibido a la vista de las escasas páginas que se le dedican. La única respuesta a la cuestión demográfica y a los retos planteados por el desarrollo integral de la persona y de las sociedades parece reducirse a la promoción de un estilo de vida cuyas consecuencias –si fuera aceptado como modelo y plan de acción para el futuro–, podrían revelarse especialmente negativas. Los responsables de las naciones deberían reflexionar profundamente y en conciencia sobre este aspecto de la realidad.

Por otra parte, la concepción de la sexualidad que subyace en este texto, es totalmente individualista, en la medida en que el matrimonio aparece como algo superado. Ahora bien, una institución natural tan fundamental y universal como la familia no puede ser manipulada por nadie.

¿Quién podría dar al mandato a individuos o instituciones? ¡La familia pertenece al patrimonio de la humanidad! Por otra parte, la Declaración universal de los derechos humanos afirma sin equívocos que la familia es «el núcleo natural y fundamental de la sociedad» (art. 16, 3). El Año internacional de la familia debería ser, pues, la ocasión privilegiada para que la familia reciba, por parte de la sociedad y del Estado, la protección que la Declaración universal reconoce que debe serle garantizada. No hacerlo sería traicionar los ideales más nobles de la ONU.

Resultan aún más graves las numerosas propuestas de un reconocimiento generalizado, a escala mundial, del derecho al aborto sin ninguna restricción, lo cual va mucho más allá de lo que, por desgracia, ya consienten algunas legislaciones nacionales.

En realidad, la lectura de este documento –si bien es verdad que no es más que un proyecto–, deja la amarga impresión de pretender imponer un estilo de vida típico de algunos sectores de las sociedades desarrolladas, ricas materialmente y secularizadas. Los países más sensibles a los valores de la naturaleza, de la moral y de la religión ¿aceptarán sin reaccionar esta concepción del hombre y de la sociedad?». (Carta autógrafa del Santo Padre Juan Pablo II a los jefes de Estado de todo el mundo, 19 de marzo de 1994).

10. En estos días, en Nueva York, se está celebrando la tercera sesión del Comité preparatorio de la Conferencia de El Cairo. La Santa Sede participa en ella, junto con los 183 países miembros de las Naciones Unidas (entre estos, los 53 Estados africanos). La delegación de la Santa Sede está presidida por monseñor Diarmuid Martin, secretario del Consejo pontificio «Justicia y paz», y compuesta por algunos expertos procedentes de los diversos continentes, asistidos por monseñor Martino, observador de la Santa Sede ante la ONU.

Puedo asegurar a los obispos africanos que la delegación de la Santa Sede está llevando a cabo con esmero su trabajo, en medio de incomprensiones y, en ocasiones, de hostilidad abierta, a causa de la mentalidad amoral que domina en ciertos ambientes, especialmente de las sociedades más industrializadas.

A decir verdad, también varias delegaciones han manifestado en ese Comité preparatorio gran sensibilidad para defender y promover los valores que están en la base de toda civilización.

Ahora bien, nos encontramos ante desafíos que se presentan hoy a la humanidad, como dijo el Santo Padre el 17 de abril. Será necesario seguir iluminando las conciencias de los católicos y de todos los hombres de buena voluntad sobre los valores morales implicados y sobre los daños irreparables que ocasionaría a la sociedad, a escala mundial, una civilización impuesta sobre las bases permisivas propuestas por numerosos Estados durante la reunión de Nueva York.

11. Venerados hermanos en el episcopado, nos encontramos ante un serio problema pastoral: la formación de la conciencia de nuestros fieles con respecto a temas como la promoción de un modelo de familia según el plan de Dios, la promoción y defensa del carácter sagrado de la vida humana, la educación de los jóvenes en conductas dignas del hombre, en las que el don desinteresado de sí, el control de los instintos y el sentido de la responsabilidad prevalezcan sobre los modelos que son fruto de una cultura hedonista y permisiva...

Vosotros, que provenís de países que tienen mayor contacto con la naturaleza, sois plenamente conscientes de los valores de la familia y de la vida. Como obispos del continente africano, tenéis también la responsabilidad de guiar a las Iglesias jóvenes encomendadas a vuestros cuidados por estos senderos que responden al proyecto de Dios sobre la persona humana, la familia y la humanidad. Esa empresa, como toda empresa apostólica, es grandiosa. Desde luego, muchos no quieren escuchar ni la voz de la ley natural ni la de la ley revelada. Pero nos consuelan las palabras de Jesús que dijo también: Han escuchado mi voz; escucharán también la vuestra. Tenemos el deber de seguir trabajando, de seguir sembrando la semilla de la verdad en la profundidad de las conciencias. Nos ha de consolar siempre la parábola del sembrador: gran parte de la semilla se perdió, porque cayó en tierra seca. Pero otra parte cayó en tierra fértil y produjo frutos abundantes de bien. Quod faxit Deus!

 

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