Intervención en la Conferencia sobre el racismo, 3 septiembre 2001
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INTERVENCIÓN DEL REPRESENTANTE DE LA SANTA SEDE
EN LA CONFERENCIA CONTRA EL RACISMO,
LA DISCRIMINACIÓN RACIAL, LA XENOFOBIA
Y OTRAS FORMAS DE INTOLERANCIA*

Durban (Sudáfrica), lunes 3 de septiembre de 2001

Señor presidente:

La delegación de la Santa Sede en primer lugar desea expresar su aprecio al Gobierno y al pueblo de Sudáfrica, país que acoge esta Conferencia mundial. Sudáfrica no sólo es nuestro anfitrión físicamente. Su misma historia, su experiencia y sus esperanzas la convierten verdaderamente en el anfitrión y en la inspiración de los elevados ideales que impulsan nuestro trabajo y nuestro compromiso.

Los fundamentos éticos de una nueva comunidad mundial

La Conferencia mundial de Durban contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y otras formas de intolerancia plantea un gran reto a la comunidad mundial en el alba del nuevo milenio.
Aunque el título de nuestra Conferencia está formulado de forma negativa, el reto que afrontamos es positivo. La lucha contra la discriminación racial implica ante todo definir cómo queremos estructurar la interacción de las personas y los pueblos al inicio de un nuevo siglo y un nuevo milenio. El racismo es pecado. Es fundamentalmente una mentira, un concepto inventado deliberadamente para crear división en la humanidad. Esta Conferencia debe promover la verdad: la verdad concerniente a la dignidad humana, la verdad concerniente a la unidad fundamental de la familia humana. Esta Conferencia debe poner los fundamentos éticos de una nueva comunidad mundial.

Partiendo de una valoración honrada de los errores y las prácticas del pasado -y también, podríamos decir, del presente-, todos juntos debemos buscar con empeño un futuro diferente, en el que se reconozca y promueva a cada persona y a cada pueblo en su dignidad única y en sus derechos inalienables.

A pesar de este período contemporáneo de progreso humanitario y científico sin precedentes, hemos de admitir que demasiadas dimensiones de nuestra comunidad mundial están aún marcadas por la exclusión, la división y una burda desigualdad, con el dramático sufrimiento humano que implica. Y no podemos olvidar que el pasado reciente ha registrado acciones encaminadas no sólo a la exclusión sino también al verdadero exterminio de pueblos enteros. El reto del nuevo siglo consiste en asegurar que esto no vuelva a ocurrir nunca más, y en construir una nueva situación mundial en la que no existan ni la división ni la dominación, sino una fecunda interacción de los pueblos fundada en unas relaciones equitativas, justas y fraternas mediante la solidaridad.

Conversión individual y colectiva de los corazones

La Santa Sede reconoce la insustituible contribución que la familia de las Naciones Unidas ha dado y está dando para combatir la desigualdad y la exclusión en el mundo actual.
Con todo, es de desear que esta Conferencia constituya un paso nuevo y significativo en ese empeño de la comunidad de las naciones. Comienza analizando las dimensiones más centrales y profundas de lo que se necesita para luchar contra la discriminación racial y construir un mundo más justo. La Conferencia nos invita a cada uno, individualmente y como representantes de naciones y pueblos, a examinar los sentimientos que anidan en nuestro corazón. Sin una conversión individual y colectiva de los corazones y de las actitudes, las raíces del odio, la intolerancia y la exclusión no serán extirpadas, y el racismo seguirá difundiéndose cada vez más en el nuevo siglo como lo ha hecho en el siglo que acaba de concluir.

Los trabajos preparatorios de la Conferencia han puesto de manifiesto que ese proceso no es fácil. Requiere que examinemos la realidad de la historia, no para quedar prisioneros del pasado, sino para ser capaces de comenzar honradamente a construir un futuro diferente. El Papa Juan Pablo II ha afirmado: "No se puede permanecer prisioneros del pasado: es necesaria, para cada uno y para los pueblos, una especie de purificación de la memoria" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1997, n. 3:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de diciembre de 1996, p. 10). Evidentemente, no se podrá realizar esa purificación sin un vigoroso reconocimiento de la verdad de las realidades históricas. La purificación de la memoria exige que reconozcamos con honradez nuestra historia personal, comunitaria y nacional, y que admitamos los aspectos menos nobles que han contribuido a la marginación de hoy, pero de modo que consolidemos nuestro deseo de hacer que la era de la globalización sea una era de encuentro, acogida y solidaridad.

Emigrantes, refugiados y sus familias

En su contribución a los trabajos preparatorios de esta Conferencia, la Santa Sede ha subrayado en particular la situación de los emigrantes, los refugiados y sus familias. La emigración será una de las características típicas de un mundo globalizado. Es un fenómeno que puede engendrar prosperidad, ayudar a reducir las desigualdades globales y favorecer el encuentro entre pueblos y culturas.

Como dice el reciente documento que el Consejo pontificio Justicia y paz publicó como contribución a esta Conferencia, "la creciente movilidad humana exige hoy más que nunca apertura a los otros" ("La Iglesia y el racismo, contribución de la Santa Sede a la Conferencia mundial contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y otras formas de intolerancia, Ciudad del Vaticano 2001, p. 21). Pero hoy los emigrantes, sobre todo los que provienen de una cultura diferente, fácilmente pueden ser objeto de discriminación racial, de intolerancia, de explotación y de violencia. En el caso de los emigrantes indocumentados, la persona puede carecer incluso de la protección de las autoridades correspondientes. La Conferencia debe constituir una clara reafirmación de los derechos fundamentales de todos los emigrantes, independientemente de su condición de emigrantes. Debe indicar las líneas fundamentales de una aplicación efectiva, a nivel nacional e internacional, de esos derechos. Al mismo tiempo, la lucha contra el racismo requerirá un programa intensivo y equilibrado de educación sobre la emigración.

El papel fundamental de la educación

Otro tema que la Santa Sede ha querido subrayar particularmente durante esta Conferencia es el papel fundamental que desempeña la educación en la lucha contra el racismo. Esa educación debe comenzar en la familia. Es en la familia donde el niño entiende por primera vez el concepto del otro. Es en la familia donde el otro se convierte verdaderamente en un hermano o una hermana. La familia misma debe ser la primera comunidad de apertura, acogida y solidaridad. La familia ha de ser la primera escuela en donde se rechacen con firmeza las raíces del comportamiento racista.
Es preciso que la educación contra la intolerancia racial llegue a ser un sólido apoyo de todas las dimensiones de la educación, tanto en la escuela como en la sociedad más amplia. Dicha educación ha de incluir los fundamentos éticos que subrayan la unidad de la familia humana.

Una responsabilidad especial corresponde a aquellos de quienes depende la formación de la opinión pública. Los medios de comunicación social, en especial, deben evitar a toda costa suscitar sentimientos racistas. Todas las actitudes racistas y los intentos de incitar al rechazo, al odio o a la discriminación racial, se han de cortar de raíz.

La educación en los derechos humanos ha de llegar a ser una dimensión fundamental de los programas educativos y de la formación profesional de ciertas clases de personas, cuyo trabajo puede ayudar a prevenir la discriminación racial, como los medios de comunicación, o quienes tienen la responsabilidad especial de proteger a las víctimas, como las autoridades judiciales o los encargados de aplicar las leyes.

La contribución y responsabilidad de las comunidades religiosas

Por último, la Santa Sede ha subrayado especialmente la contribución y la responsabilidad de las comunidades religiosas en la lucha contra el racismo. Al hablar de esta Conferencia, hace pocos días, el Papa Juan Pablo II hizo un llamamiento a todos los creyentes, afirmando que "no podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a comportarnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios" (Palabras antes de rezar el �ngelus, en Castelgandolfo, el domingo 26 de agosto de 2001, citando el número 5 de la declaración Nostra aetate del concilio Vaticano II).

Con mucha frecuencia, la religión ha sido utilizada como medio para ahondar aún más las divisiones políticas, económicas o sociales existentes. Los líderes religiosos deben recordar que todas las religiones, por su naturaleza, apelan a la unidad de la raza humana. La auténtica creencia religiosa es totalmente incompatible con actitudes y prácticas racistas. Algunas experiencias recientes de diálogo interreligioso permiten esperar un mayor entendimiento entre las religiones. De hecho, en muchos conflictos recientes la unidad mostrada por los líderes religiosos ha sido un factor determinante para prevenir o reducir el conflicto y promover la reconciliación.

Señor presidente, esperamos que esta Conferencia de las Naciones Unidas contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y otras formas de intolerancia, marque un momento histórico, a partir del cual se dé mayor importancia a la cultura de diálogo: diálogo entre las religiones, diálogo entre las civilizaciones, diálogo entre las naciones y en el seno de las naciones. Ojalá que uno de los frutos de esta Conferencia sea el inicio de una cooperación internacional más amplia entre gobiernos, sociedad civil, grupos religiosos y medios de comunicación social, así como personas clarividentes y valientes, a fin de colaborar en la formación de una visión de humanidad, que realmente viva en unidad. Este es, de hecho, el plan de Dios para la familia humana.


 

*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n. 36 pp. 8, 11.

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