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DISCURSO DEL DECANO
DEL CUERPO DIPLOMÁTICO ANTE LA SANTA SEDE,
S.E. LUIS VALLADARES Y AYCINENA,
EMBAJADOR DE GUATEMALA
*  

Lunes 12 de enero de 1981

 

Santísimo Padre:

Enamorados de la misión diplomática que para gran satisfacción nuestra nos confiara el Gobierno que representamos, compenetrados de la inmensa responsabilidad y agobiados por el altísimo honor que entraña, henos acá reunidos, como en años anteriores, conforme a la grata práctica tradicional fuertemente arraigada, en este salón magnifico de sorprendente belleza y mucha historia, para ofreceros, Santísimo Padre, del Cuerpo Diplomático en su conjunto, cómo entidad colegial, y de cada uno de nosotros, amén, desde luego, de nuestros pueblos y Gobiernos, los votos más fervientes por vuestro bienestar personal, implorando de Dios que os dé larga y proficua vida para obsequio de la Iglesia y provecho universal.

Deseos son éstos de ninguna manera hiperbólicos, encajando como encajan ajustados a la realidad, nacidos espontáneos de lo más profundo del corazón.

Del nuevo año – todavía ayer en gestación –, corridos velozmente van los primeros doce días en continuación inconsútil de aquellos trescientos sesenta y seis que en 1980 vieron tanto horror en tantísimos países entre sí, de diversas culturas y civilizaciones. Pero ¡tan iguales en la criminalidad! Diariamente mayor número de viudas y de huérfanos. Caín incansable en su vileza.

Violencia y prepotencia por doquiera. Irrespeto a la personalidad humana. Prostitución de Ios adelantos de la ciencia. Abusos de poder del Poder público. Pérfidas intrusiones de Gobiernos agresivos en los asuntos o problemas de países débiles. Invasiones armadas en territorios ajenos, llevándoles desolación y muerte. Poblaciones enteras reducidas a la indigencia. Millares, millares de seres humanos, obligados prófugos de sus nativos lares. Cuerpos desnudos, estómagos vacíos. Fallidas esperanzas de mejorar vida. Antes de alcanzarla, sobreviéneles la muerte...

Perdón, Santísimo Padre, por incurrir, como en el año anterior apenas transcurrido, en el error de mencionar problemas y situaciones de muy difícil solución.

Entristecen y abaten el alma. Debí y debo, en vez, referirme a tópicos que alegran al corazón, por ser hoy un día tan señalado, tan especial, único en el correr de todo un año para la presentación del saludo colectivo del Cuerpo Diplomático a Vuestra Santidad.

Quepa aludir alegremente del año próximo pasado a vuestros viajes de Pastor universal. Maravillosos viajes que os llevaron a varios importantes países africanos; concretamente a Zaire, Congo, Kenia, Ghana, Alto Volta y Costa de Marfil, cuyas poblaciones os recibieron con desbordante entusiasmo y tanto han agradecido la pastoral visita. Luego, el viaje a Francia, país en el que, siglos atrás, más de un Papa residió. No siempre por propia voluntad. Más reciente, el viaje a Alemania. Interesantísimo por importantes circunstancias varias. De gran interés también, y seguramente de gran provecho, el viaje a Brasil. Hemos sabido que allí Su Santidad —tan vasto es el país—, en un mismo día, viajando de un punto a otro, ¡personalmente experimentó la diferencia de cincuenta grados! Y en el Brasil, como en Alemania, Francia, Zaire, Congo, Kenia, Ghana, Alto Volta y Costa de Marfil, pudo Su Santidad constatar, ¡qué satisfacción!, cuán hondamente impresiona a sus auditorios, cómo atrae a sí a millares y millares de gente ávida de veros y oíros. Y en todas esas enormes multitudes, gente de toda laya, edad y condiciones. Hombres y mujeres; ancianos, adultos, adolescentes, niños; labriegos, campesinos, operarios, artesanos, profesionales universitarios, comerciantes, industriales...; y mayor satisfacción al posteriormente recibir confirmatorias noticias fidedignas de que aquellos entusiasmos, entusiasmos por su persona y por el interés de los temas tratados, calaron hondo en el alma de los oyentes y no fueron meramente entusiasmos momentáneos, lucecillas que fácilmente extínguese al primer soplo. No hablase perdido la semilla sembrada. En verdad, fructíferas las peregrinaciones del Pastor universal.

Luego, acá mismo dentro de la circunscripción de su diócesis episcopal y otras partes de Italia, ¡cuántos santuarios, cuántas basílicas e iglesias paternalmente visitadas en ejemplar labor pastoral, avivando la devoción y la fe! En más de una ocasión, llevando consuelo y conforte a las poblaciones afligidas. Que así como los caminos se hacen caminando, así la caridad ejerciéndola, aplicándola.

Infatigable labor la vuestra, Santísimo Padre, aquí dentro del Vaticano, corno también en Castelgandolfo, a donde vais – teóricamente – a descansar. Largo, larguísimo sería el recuento de las innúmeras audiencias privadas a Príncipes de la Iglesia, a Jefes de Estado o de Gobierno, a los obispos en visita ad Limina, a católicos y acatólicos que las solicitan y las obtienen, presentación de credenciales, visitas diplomáticas de retiro; interminable recuento sería.

¿Qué decir de las audiencias generales de todos los días miércoles, exceptuados dos o tres? De los dominicales rezos del Ángelus, siempre acompañados de alguna disertación apropiada al momento o a algún suceso que aflija al mundo. Laborioso trabajo, seguramente, el de la preparación de los Sínodos, la asistencia a los mismos, como el más recientemente aquí realizado, con tan excepcionales frutos. El solo estar atento con la atención de un padre solícito, consciente de su responsabilidad, al desarrollo de las Conferencias Episcopales por el mundo en marcha, es situación preocupante que, quiérase o no, implica tal cual desgaste de energías.

Admirable, todo admirable, Santísimo Padre. Y nuestra admiración comprende, naturalmente, a la muy merecida por las brillantes y acertadas disertaciones sobre el amor, sobre la familia – unidad celular de la sociedad –, sobre el adulterio, los abortos y las drogas, flagelos estos tres que vulneran la estabilidad familiar, asesinan a seres inocentes e indefensos, dañan la salud y arrebatan la vida.

Quede constancia, Santo Padre, de que los numerosos encuentros con numerosos grupos de jóvenes de distintas nacionalidades, las más de las veces acompañados de canciones y de música, a la luz de la luna o las estrellas, en deliciosas vespertinas horas estivales, han sido gratamente memorables para ellos, sus familias y cuantos más testigos fueron y gozaron de las canciones y la música. Alegría, sana alegría.

Entre otras señales de bien entendida vitalidad dentro del Magisterio pastoral, cabe puntualizar la provechosa mediación entre dos importantes Estados del hemisferio descubierto por Cristóbal Colón, y, últimamente, el Mensaje para la celebración de la XIV Jornada de la Paz, fundamentalmente centrada en que "Para servir a la paz, respetar la libertad", que es un esfuerzo que hay que emprender sin cesar para dar al hombre su plena humanidad; de ahí que no esperemos la paz en el equilibrio del terror. Jamás aceptar la violencia como camino de la paz. Del maravilloso Mensaje, cuyo contenido ameritaría larguísimos comentarios, nos satisface saber y reconocer que ha tenido mundial buena acogida de los pueblos y Gobiernos, apreciando en toda su intensidad la saludable intención que da sabor y vida al Mensaje. Y es de esperar, para bien de la humanidad, para la salvación del mundo, que el Mensaje para la XIV Jornada de la Paz dé los frutos que el mismo se propone.

Finalmente, Santísimo Padre, nos complace significar en esta ocasión, que hemos sabido que vuestra Encíclica Dives in misericordia, complemento obligado de vuestra Encíclica Redemptor hominis, ha tenido gran revuelo, cordial aceptación por cuantos la hemos conocido. Sus conceptos nos acercan a Dios, nos instruyen sobre el Divino Amor, Amor del Padre, e incendian de amor filial nuestros corazones. Justicia con misericordia.

Vuestra Santidad acoja benévolo el saludo del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede y la reiteración de los votos de buen augurio. Con ellos las maravillosas palabras que son más que palabras, y de Vuestra Santidad aprendimos luz, alegría, vida y paz.


*L' Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n°4 p.17, 18.

 

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