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DISCURSO DEL DECANO
DEL CUERPO DIPLOMÁTICO ANTE LA SANTA SEDE,
S.E. LUIS VALLADARES Y AYCINENA,
EMBAJADOR DE GUATEMALA
*  

Sabado 15 de enero de 1983 

  

Es en nombre y en representación de la totalidad del Cuerpo Diplomático dichosamente acreditado ante la Santa Sede, que en los albores de 1983 me cabe nuevamente el altísimo honor y con el honor la responsabilidad de ser quien os exprese nuestros más vivos y férvidos votos por vuestra personal ventura y por la del pontificado universal que, desde su inicio, desarrolláis con extraordinario celo y admirable sabiduría, captando por doquiera simpatía.

Algunos de nosotros tuvimos la buena suerte de hallarnos presentes en la plaza de San Pedro aquella maravillosa tarde octubrina, en la que, por primera vez, ocupasteis el balcón principal de la Sala de las Bendiciones en calidad de recién electo Papa y con emocionada voz fuerte, clara y atrayente, os dirigisteis a la enorme multitud. ¡Eramos millares! ¡Qué de aplausos y de vivas! Ensordecedores vivas y aplausos, demostrativos de la general pública aceptación jubilosa del resultado de aquel histórico Cónclave que escogió, en el momento justo, al hombre justo, para regir a la Iglesia.

Podríamos decir que aquel júbilo fue preanuncio de la popularidad y del respetuoso amor a todo lo largo de vuestro pontificado, cuyos primeros años —cuatro ya cumplidos— os han visto en tierras de Europa, de Asia, de África y de América felizmente ejerciendo vuestro pastoreo, atrayendo incalculables multitudes ávidas de veros y de oíros. Peregrinajes —muchos de éstos—, en ambientes no católicos. Pero en todos, con amor y simpatía. Y es que esa extraordinaria popularidad o simpatía, que ese general amor, débese precisamente a que la gente intuye, capta y sabe que actuáis, en todo, con sujeción a la sinceridad, a la verdad, y que el amor al prójimo mueve vuestros actos, único motor de vuestra mente y vuestro corazón.

Díganlo vuestras frecuentes homilías, prédicas o pláticas tocantes a los derechos del hombre, al respeto y protección que merecen a la indeclinable responsabilidad de quienes los irrespeten. Díganlo vuestras enseñanzas tocante a las relaciones familiares, la veneración a los ancianos, la protección a los niños; el repudio al divorcio; el valor de la vida, la absoluta repulsa al mal del siglo, el aborto, práctica criminal que clama al cielo. Díganlo, también, vuestras denuncias y admoniciones contra el vicio de las drogas, infortunadamente difundido por el ancho mundo. Luego, igualmente, vuestra denuncia de la violencia en todos sus aspectos o manifestaciones, bombas, metralla, asesinatos, secuestros... Y vuestro clamor porque no haya desocupación laboral... En fin, vuestras enseñanzas todas para la mayor armonía social.

No tenemos estadísticas a la vista, pero sabemos que si no habéis hecho pastoral visita a todas las parroquias de vuestra diócesis episcopal, a casi todas habéis ido llevando a los fieles el testimonio del amor de su Obispo, vuestra preocupación por el bien suyo, que no tardaréis en completar la ronda episcopal y, si viene al caso, caso que indudablemente vendrá, repetiréis la visita episcopal en la misma parroquia, para bien de las almas. Y para bien de las almas, en otras partes de Italia y de otros países, habéis visitado, como Papa, santuarios, iglesias y parroquias. En todas partes clamorosamente recibido y aclamado. La más reciente, que sepamos, a Rieti y Greecio, cerrando el VIII centenario del nacimiento de San Francisco de Asís, el Santo de la humanidad, que no sólo de la Italia o de la Iglesia católica, apostólica y romana, ejemplar e incansable predicador de la paz y del amor.

Esta alusión nuestra a la paz nos lleva a vuestro Mensaje para la XVI Jornada mundial de la Paz, por vos celebrada dignamente en la monumental y prestigiosa Basílica Vaticana, el día primero del año, fecha en la que igualmente fue celebrada en casi todas las naciones del orbe. Ciertamente, en los cinco continentes, ostensiblemente compenetradas de la apremiante necesidad de la paz, bien sea por altruismo, bien por egoísmo, porque merced a la paz ay orden, tranquilidad y seguridad, y de la seguridad, la tranquilidad y el orden es precioso invaluable fruto el general bienestar y dentro de éste, naturalmente, el bienestar individual.

Pero sabemos que el camino que lleve a la paz está lleno de escollos y de abrojos, pues que hay muy fuertes intereses que le son contrarios. Por de pronto, las enormes y poderosas fábricas de implementos bélicos, a montones inescrupulosos traficantes de armamentos. Todo por la loca ambición de poderío o por la ilimitada codicia, pues que el apetito por la prepotencia y el dinero es insaciable. De allí, precisamente, antes de desmayar, vigorizar los esfuerzos favorables a la paz.

Y, como asienta el Mensaje, recurrir al diálogo: «El diálogo por la paz, una urgencia para nuestro tiempo». Es necesario, imprescindible, pero que sea sin subterfugios, sin mentiras, con cabal honestidad.

Por lo demás, ¡cómo es de emocionante vuestra veneración por la Virgen María! Repetidas veces habéis exhortado a que se rece el Ángelus, diariamente, de ser posible... Es de llamar piadosa atención la que merece el muy bello nacimiento en el altar del coro de la Basílica Vaticana; como también el de la plaza de San Pedro y el altísimo árbol de Navidad allí levantado.

Luego es de recordar la importancia del nombramiento de nuevos cardenales de diversas nacionalidades y la declaración del Año Santo extraordinario, que se abrirá el 25 de marzo, habiendo transcurrido 1950 años del capital evento de la redención.

Santo Padre: Os reiteramos nuestros votos por el presente y por el futuro, en nombre propio, como representantes de nuestros países individuales y en nombre de nuestros pueblos y gobiernos. ¡Que Dios nos oiga y escuche!


*L' Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n°4 p.11.

 

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