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DISCURSO DEL CARDINALE SECRETARIO DE ESTADO,
CARDENAL PIETRO PAROLIN,
A LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA
COMISIÓN INTERNACIONAL CATÓLICA DE MIGRACIONES*

[Roma, 6-8 de marzo de 2018]

Excelencias,
señoras y señores,
queridos amigos:

Estoy contento de la oportunidad que me ofrecéis para saludaros y brindaros algunas consideraciones en un momento importante cuando la Comisión Católica Internacional de Migraciones está llamada a dar a la Iglesia y al mundo, además de a sí misma, respuestas adecuadas a las nuevas preguntas y a interrogarse sobre las formas más apropiadas hoy para cumplir su compromiso en situaciones relacionadas con la migración.

Todos aquí sabemos que la CCIM nació como resultado de las sacudidas causadas por la Segunda Guerra Mundial, por voluntad del papa Pío XII, que la instituyó para hacer frente al desplazamiento masivo de refugiados, como un organismo católico internacional de información, coordinación y representación para las migraciones.

Desde su creación, los episcopados de las naciones más afectadas por el fenómeno de la migración se involucraron, a través de sus representantes, en la elaboración del estatuto, aprobado oficialmente, a continuación, por el Santo Padre en la carta de 12 de abril de 1951 firmada por el Sustituto de la Secretaría de Estado, el arzobispo Giovanni Battista Montini. El objetivo principal de la Comisión era promover la aplicación de los principios cristianos en el tema de la migración y de las políticas relativas a las poblaciones y hacer que estos principios fueran adoptados por las organizaciones internacionales, tanto gubernamentales como no gubernamentales, en particular a favor de la protección de los derechos de la familia.

En los largos años de su actividad como organización católica de alcance internacional, la CCIM, fiel al propósito para el cual fue establecida, se ha distinguido por su acción concreta y por la competencia profesional de su personal, estableciendo relaciones con diversas organizaciones e instituciones de diferentes grados. Prueba de ello es la estima que la CCIM ha obtenido de la comunidad internacional, colaborando, en coherencia con su identidad católica, con agencias internacionales y otras instituciones gubernamentales y no gubernamentales en varios niveles y en diferentes países. En este sentido, subrayo en particular la capacidad, gradualmente adquirida por la CCIM, para que dialogasen entre sí sujetos diversos: gobiernos y sociedad civil, instituciones humanitarias y de seguridad, organizaciones católicas y aquellas que pertenecen a otras denominaciones cristianas o las que no se identifican con una afiliación religiosa, pero tienen la intención de trabajar por el bien de los inmigrantes. Además, durante años, el CCIM ha coordinado, por encargo de los diferentes gobiernos anfitriones, todo el proceso de participación, en ámbito mundial, de las organizaciones de la sociedad civil en las reuniones del Foro Mundial sobre Migración y Desarrollo, organizando, con éxito, los Días de la sociedad civil.

También podemos recordar que la CCIM ha publicado investigaciones y guías sobre migración con importantes instituciones internacionales (UE y Consejo de Europa, OIM, ACNUR) y de la "sociedad civil".
Es una experiencia concreta y experta de diálogo que, espero, pueda continuar y extenderse, para crear y sostener esa red de solidaridad, la única que puede responder a las grandes urgencias actuales y, juntas, garantizar la realización de los acuerdos de los que se siente una gran necesidad a nivel internacional.

Con respecto a su materia y sus objetivos, la CCIM trabaja ahora en estrecho contacto con la Sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral: un trabajo que, aunque comenzó hace poco más de un año, ya ha dado buenos resultados y ha puesto a disposición de la Sección todo el bagaje de estudio y experiencia adquirido por la CCIM.

Del mismo modo, por su reiterada actividad en organizaciones internacionales, la CCIM actúa en estrecho contacto con la Sección de Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado y con las Misiones Permanentes de la Santa Sede. En particular, especialmente en el último bienio y en el presente año, también os habéis comprometido a ofrecer, en colaboración con las Misiones Permanentes en Nueva York y Ginebra, vuestra valiosa contribución a la preparación del Global Compact para una Migración Segura, Ordenada y Regular, y del Global Compact para los Refugiados.

Esperamos realmente que estos dos documentos, de los que están respectivamente en curso las negociaciones y las consultas, puedan responder verdaderamente a la necesidad de una mejor protección y defensa de los derechos humanos de estas personas, frente a las reticencias, los replanteamientos y los titubeos de varios Estados, llevando a una colaboración real y justa y a compartir a nivel internacional las responsabilidades y cargas asociadas con la acogida.

En estos días tendréis la oportunidad de examinar el camino recorrido y os preguntaréis cómo la CCIM pueda continuar la tarea para la cual fue fundada, una tarea que ya hemos visto cumplida gracias a un compromiso rico en frutos, que ahora requiere que os abráis a los nuevos horizontes del servicio a los migrantes y refugiados. Estos, como el Papa Francisco siempre nos recuerda, no son números: son personas, mujeres, hombres, niños, que tienen un rostro, que a menudo sufren y se descartan. Un rostro humano en el que reconocemos el de Cristo, al que queremos servir especialmente en los que son más pequeños y están más necesitados.

Uno de los objetivos para los cuales nació la CCIM es el apoyo a las familias migrantes, que a menudo emigran a la búsqueda de seguridad y de una vida digna, especialmente para los niños. Sin embargo, muchas de ellas llegan a los países de desembarco después de haber experimentado violencias y abusos durante el viaje, para enfrentarse luego con nuevas experiencias de miseria y con dificultades antes impensables. La cercanía de la comunidad cristiana y la ayuda concreta y especializada de organizaciones como la vuestra pueden contribuir a mantener unidas a estas familias evitando que los niños encuentren en redes alternativas la respuesta a sus frustraciones.

Por otro lado, aunque en los países de origen de los migrantes el progreso esté también vinculado a su contribución económica a nivel social y familiar, hay en ellos, sin embargo, una dimensión que la Iglesia no puede descuidar. Es la de los miembros de la familia que se han quedado en su tierra natal, a menudo con hijos para mantener, cuando uno de los cónyuges, o ambos, emigran, dejando en casa, para cuidar de ella al otro o a abuelos ancianos, que viven con pobreza y a los que no siempre llegan remesas o éstas son insuficientes. Y a veces el cónyuge no regresa a su país. Este es un aspecto delicado de la migración, lamentablemente generalizado, que requiere más atención y apoyo.

Otro "frente" que se presenta al CCIM a nivel mundial es el del rechazo de la acogida. A pesar de que las naciones, especialmente las más avanzadas económicamente, sin lugar a dudas, deben gran parte de su desarrollo a los inmigrantes, y aunque se conozcan las experiencias —a veces terribles— que causan su migración o que encuentran en el viaje, la migración hoy se considera sólo como una emergencia o un peligro, a pesar de que se haya convertido en un rasgo característico de nuestra sociedad.

Francisco nos recuerda que “se necesita por parte de todos un cambio de actitud hacia los inmigrantes y los refugiados, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación —que, al final, corresponde a la “cultura del rechazo”— a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor". (Mensaje para la Jornada mundial del Emigrante y Refugiado, 2014).

Uno de los compromisos difíciles, que hoy prometen ser más urgentes y necesarios, es precisamente actuar para que se produzca este cambio de actitud, abandonando la cultura dominante del "descarte" y del rechazo. Un trabajo de información y sensibilización con el que vuestra Comisión puede ayudar a la Iglesia Católica a disipar muchos prejuicios y temores infundados referentes a la acogida de los extranjeros y —sin esconder el esfuerzo que bajo muchos aspectos requiere la acogida— a difundir una percepción equilibrada y positiva de la migración.

Es un trabajo importante, entre otras cosas, para la preparación del Pacto Mundial sobre la migración, también en el período comprendido entre la conclusión de las negociaciones intergubernamentales y la Conferencia de Marrakech (del 10 al 11 de diciembre de 2018) que tendrá que adoptarlo: un período delicado que es necesario acompañar sin titubeos, los Estados miembros de la ONU pueden compartir el llamamiento conversación con consciencia y determinación.

A las actitudes de cierre vemos, sin embargo, contraponerse las actitudes positivas de muchos jóvenes que consideran la migración como una dimensión normal de nuestra sociedad, que se ha hecho interdependiente por las conexiones rápidas, las comunicaciones y la necesidad de relaciones a escala mundial. Son dimensiones en las que realmente podemos ver los "signos de los tiempos" que impulsan la solidaridad a escala global.

Gracias a vuestras variadas experiencias "sobre el terreno", nace, además, otra contribución especial, discreta y competente, para crear rutas alternativas y seguras de migración, especialmente cuando éstas son forzadas por eventos violentos o desastres. Os animo a continuar esta tarea que, basado en vuestra competencia, capacidad de diálogo y discreción, es una de las mejores prácticas para salvar vidas, evitando los viajes peligrosos y el recurso a los traficantes; para mantener a las familias unidas; para proteger a los menores necesitados; para crear entre los países lazos de confianza mutua en este ámbito, ahuyentando alarmas sociales que también tienen repercusiones políticas.

Soy consciente de que lo que acabo de subrayar concierne solo algunos horizontes, aunque apremiantes, de vuestro trabajo.

La migración ya forma parte del programa de cada reunión que tengo con las autoridades gubernamentales que vienen al Vaticano, o que voy a visitar. A menudo recibo de ellos aprecio y gratitud por la contribución que la Iglesia Católica, también a través de las organizaciones inspiradas por sus principios, ofrece en sus países, para permitir, como nos invita el Papa Francisco, "acoger, proteger, promover e integrar” con sentido de responsabilidad y de humanidad, a estos hermanos y hermanas migrantes y refugiados.

En continuidad con su origen, la CCIM ahora está llamada a renovarse. Esto sucede, lógicamente, cuando se cambian los cuadros directivos. De hecho, en esta Asamblea, los miembros del Comité Directivo cambiarán y se elegirá a una persona para el cargo de Presidente, que recordemos, también es un servicio. Además, "fortalecidos en un espíritu de solidaridad profética", también os interrogaréis sobre la necesidad de un nuevo esfuerzo a favor de los migrantes, no solo por lo que respecta a los proyectos externos, sino también a nivel interno. En esta dimensión de comunión también dentro de vosotros, estáis llamado a fortalecer las estructuras y la cohesión de los que trabajan para la CCIM sobre los principios, directrices y objetivos a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, para que vuestra tarea no se quede sólo en un ámbito estrictamente humanitario, sino que a través de ello, las personas ayudadas perciban el influjo del "testimonio" que solo una vivencia personal de fe puede ofrecer.

Es una unidad y una comunión que deseamos involucre en este servicio eclesial a todos los miembros de la Comisión y a aquellos que se esfuerzan en la realización de vuestros objetivos. Espero, a este respecto que mis hermanos obispos aprecien cada vez más el servicio que ofrece la CCIM, que la promuevan y ayuden a crecer de acuerdo a su fisonomía de institución "de Iglesia" y "por la Iglesia".

Al mismo tiempo que os aseguro un recuerdo especial en la oración por vosotros, por vuestro trabajo y porque la Comisión Católica Internacional de Migraciones prosiga y se manifiesta cada vez más como un signo concreto de hermandad en el mundo y en la Iglesia, deseo recordar lo que Francisco ha afirmado al final de los ejercicios espirituales, el pasado 23 de febrero: "la Iglesia no es una jaula para el Espíritu Santo, (...) el Espíritu también vuela y trabaja fuera. (...) trabaja en los no creyentes, en los "paganos", en las personas de otras religiones: Es universal, es el Espíritu de Dios, que es para todos. Llevemos, pues, a todos , a través de nuestro amor concreto, este anuncio libre del amor de Dios que acoge, protege, sabe cómo valorar y hacer sentir parte de su familia. Dios, que sabe recompensar cada esfuerzo, cada gesto de buena voluntad, nos ayude a abrirnos sin temor o reticencia a las nuevas llamadas del Espíritu para el bien de los hermanos. ¡Os deseo, por lo tanto, un trabajo bueno y fructífero!


*Boletín de la Oficna de Prensa de la Santa Sede, 6 de marzo de 2018