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CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL SUPERIOR GENERAL
DE LOS HIJOS DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

 

Al reverendo padre
AURELIO MOZZETA
Superior general
de la congregación de los Hijos
de la Inmaculada Concepción

1. Durante el año jubilar ya inminente, la familia religiosa de los Hijos de la Inmaculada Concepción tendrá la alegría de recordar el centenario de la muerte de su fundador, el siervo de Dios padre Luigi Maria Monti, espléndida figura de laico consagrado, religioso y apóstol de la caridad, cuyo ardiente amor a la Virgen Inmaculada lo llevó a servir de modo heroico a Cristo en los jóvenes, los pobres y los que sufren.

Acogiendo sin reservas la llamada evangélica, dedicó su vida a Dios y a sus hermanos, y llevó a muchos de sus coetáneos por los caminos del testimonio cristiano. Dio vida en Bovisio, su ciudad natal, a la "Compañía de los frailes" y, a continuación, impulsado por una moción interior, en 1857 fundó en el hospital del Espíritu Santo de Roma la congregación de los "Hijos de la Inmaculada Concepción". El siervo de Dios Papa Pío IX, de venerada memoria, acompañó con amorosa paternidad los primeros pasos de la naciente institución, que después contó también con el apoyo de mis predecesores. El padre Monti vio en el cuidado de los enfermos una ocasión magnífica para acoger y servir a Cristo mismo, y quiso que sus hijos espirituales no sólo se sintieran sostenidos en dicho servicio por una caridad siempre disponible y diligente, sino también por una formación científica específica. El amor a Cristo y a sus hermanos lo indujo, en 1881, a encargarse también de la asistencia a la juventud necesitada, huérfana y abandonada, que señaló a sus seguidores como una nueva frontera para su apostolado diligente y generoso.

El 1 de octubre de 1900 concluyó su jornada terrena en Saronno, en la casa madre de la congregación que había fundado, rodeado por sus hermanos y por "sus huérfanos", que lloraban por la pérdida de su padre amoroso y sabio.

2. Las celebraciones del centenario ofrecen la oportunidad de recorrer idealmente los acontecimientos de los años pasados para constatar, con corazón agradecido  a  Dios, el bien realizado por los hijos espirituales del padre Monti. Siguiendo fielmente las huellas de su fundador, han dilatado la influencia de sus iniciativas apostólicas en la Iglesia y en la sociedad. Hoy la congregación ha crecido y está presente en doce naciones.

Particularmente significativo es el servicio que presta en el campo de la dermatología. Pienso en el "Instituto dermatológico de la Inmaculada" de Roma, abierto en 1925, que es muy estimado por su valor científico. Pienso también en la acción discreta y competente de numerosos religiosos y, especialmente, del padre Antonio Sala, cuyo infatigable cuidado de los pobres en la "Viña de la Inmaculada", en los Montes de Creta, es motivo de orgullo para la ciencia y la fe. Pienso, además, en el religioso doctor Emanuele Stablum, quien trabajó durante muchos años en esa institución con clarividencia y tenacidad.

Recientemente el celo de caridad heredado del padre Monti ha impulsado a la congregación a valientes iniciativas en zonas del mundo particularmente necesitadas, como Albania, con la construcción de un gran hospital en Tirana, y en Brasil, con el centro sanitario que se está construyendo en Foz de Iguazú.

Al mismo tiempo, los Hijos de la Inmaculada Concepción han tratado de responder con prontitud a las exigencias de los sectores sociales que se encuentran en mayores dificultades, como los minusválidos, los ancianos solos o abandonados y los enfermos terminales. Me complace recordar aquí la "Casa-familia padre Monti", situada en la periferia de Roma, en el barrio La Storta, destinada a personas enfermas de sida:  es un testimonio elocuente de generosidad y disponibilidad hacia el prójimo, que merece ser destacado. Por otra parte, no puedo por menos de aludir al celo misionero que ha llevado a la congregación a Camerún, India, Filipinas y otros países del tercer mundo para crear, bajo el impulso de la caridad, nuevos centros de evangelización y promoción humana.

3. Con esas iniciativas, los Hijos de la Inmaculada han prolongado en el tiempo el celo apostólico que animó la vida de su venerado fundador. Fue un hombre de Dios ejemplar, que buscaba cumplir en todas las circunstancias la voluntad del Señor. No tuvo una vida fácil; por el contrario, a menudo su ardiente deseo de servir a Cristo y a sus hermanos encontró obstáculos, y debió afrontar incomprensiones y resistencias.

Por otra parte, es sabido que, a los 30 años, cuando aún se preguntaba acerca de la opción que el Señor esperaba de él, se vio sometido a un período de profundas tribulaciones interiores. Abatido, asaltado por fuertes tentaciones, pasaba largas horas en oración ante Jesús sacramentado, pero sin experimentar ninguna consolación celestial. Precisamente cuando estaba a punto de abandonarlo todo, un día, mientras se encontraba en el coro de la iglesia, tuvo la sensación de que por fin había sido escuchado. El Señor le había hecho comprender que debería sufrir mucho y que afrontaría duras luchas, pero que, con su ayuda, lo superaría todo. Fue para él como una iluminación interior, y desde aquel día ya no volvió a tener más dudas en el camino emprendido.

Deseo de corazón que el ejemplo del padre Monti ayude a sus hijos espirituales a permanecer firmes en la fe, en la esperanza y en la caridad. Quiera Dios que este centenario, que conmemora su nacimiento al cielo, constituya para la congregación una valiosa ocasión de profundización de la herencia espiritual que dejó, con vistas a un renovado compromiso en la adhesión al carisma originario.

Felizmente ya se ha recorrido un largo trecho de camino. Demos gracias a Dios por ello. Otras posibilidades se abren en el horizonte:  los Hijos de la Inmaculada Concepción, atentos a los signos de los tiempos, deben saber reconocer las fronteras siempre nuevas que el Espíritu del Señor los llama a atravesar, para ser  testigos creíbles y generosos del evangelio de la caridad en el tercer milenio.

4. El siervo de Dios padre Luigi Maria Monti fue gran devoto de la Virgen Inmaculada, y a ella quiso dedicar su congregación. El amor a la Virgen lo iluminó y guió siempre, llevándolo a convertir toda su existencia en un testimonio coherente de fidelidad al Evangelio. Meditando en el misterio de la Inmaculada Concepción a la luz de la sagrada Escritura, del Magisterio y de la liturgia de la Iglesia, y sacando de esas fuentes admirables lecciones de vida, se transformó en un apóstol de la nueva "era mariana" que el siervo de Dios Papa Pío IX había inaugurado con la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. El padre Monti era consciente de la riqueza inagotable de los tesoros de gracia presentes en la Madre de Dios, y no perdía ocasión de promover su devoción entre los cristianos. Con este propósito, solía repetir:  "Quien es verdaderamente devoto de María y la honra con pureza de mente y de corazón, puede estar seguro de su salvación eterna".

Siguiendo las huellas de su fundador, los Hijos de la Inmaculada Concepción han de profundizar en el conocimiento del misterio de la santísima Virgen, esforzándose por inspirar su vida en su ejemplo. Que María Inmaculada constituya su referencia constante en las diversas actividades que la obediencia les pida. De este modo, fieles al carisma originario, han de ser signo concreto y accesible de la ternura de Dios por los pobres, los enfermos y los que sufren, así como por todos aquellos a quienes su ministerio los envía.

Invocando sobre todo el instituto la protección de la Virgen Inmaculada, primicia resplandeciente del mundo renovado por el sacrificio redentor de Cristo, le imparto a usted, reverendo padre, y a todos los religiosos de la congregación nacida del corazón del siervo de Dios padre Luigi Maria Monti, una especial bendición apostólica.

Vaticano, 24 de septiembre de 1999.

JUAN PABLO II



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