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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA CONFERENCIA INTERNACIONAL CELEBRADA EN VARSOVIA*

 

A monseñor
JÓZEF KOWALCZYK
Nuncio apostólico en Polonia

Me complace saber que participará en la Conferencia internacional que se celebrará en Varsovia los días 5 y 6 de abril sobre el tema: "El conflicto de intereses y su significado en la ciencia y la medicina", por lo que le pido amablemente que transmita mis más cordiales saludos a los organizadores y a los participantes. Convendría que la sociedad entera abordara también el tema de la Conferencia, pues se trata de una cuestión que no sólo afecta a la programación y al desarrollo de la investigación médica y de la ciencia, sino también al bienestar de los pueblos, así como a la dignidad y al prestigio del mismo saber científico. Recientemente se ha planteado esta cuestión como uno de los problemas éticos más serios que afronta la comunidad internacional.

En las sociedades desarrolladas, la investigación, y en especial la investigación biomédica, es uno de los campos de innovación y progreso de mayor alcance y dinamismo, que atraen inversiones tanto de las instituciones públicas como de los grupos privados, a menudo de carácter multinacional.

Aunque, en el ámbito de la investigación biomédica o farmacéutica, una empresa tiene ciertamente derecho a obtener beneficios de su inversión, ocurre a veces que los intereses financieros predominantes llevan a decisiones y productos que son contrarios a los valores verdaderamente humanos y a las exigencias de justicia, exigencias que no pueden separarse de la finalidad auténtica de la investigación. Eso puede conducir a un conflicto entre los intereses económicos, por una parte, y la medicina y la asistencia sanitaria, por otra. La investigación en esta área debe proseguir por el bien de todos, incluyendo a las personas que carecen de medios.

En otras palabras, existe el riesgo de que las actividades basadas en la ciencia y las estructuras de asistencia sanitaria se constituyan no para proporcionar la mejor asistencia posible a las personas, de acuerdo con su dignidad humana, sino para aumentar sus beneficios e incrementar sus negocios, con una previsible disminución de la calidad del servicio para los que no pueden pagar.

De esta manera, en el ámbito de la ciencia y de la medicina se ha creado un conflicto de intereses entre la investigación y el tratamiento correcto de las enfermedades -que es el fin principal de la investigación científica y médica- y el objetivo económico de obtener beneficios.

Hoy este conflicto es patente de muchos modos específicos. Ante todo, puede notarse en la selección de los programas de investigación, donde los programas que prometen un beneficio rápido se prefieren a menudo a otras investigaciones que implican costes elevados y una gran inversión de tiempo porque respetan las exigencias de la ética y de la justicia. La industria farmacéutica, guiada por la búsqueda de beneficios y respondiendo a la que podría llamarse "la medicina de los deseos", ha favorecido investigaciones que ya han puesto en el mercado mundial productos contrarios al bien moral, incluyendo aquellos que no respetan la procreación y que, incluso, suprimen la vida humana ya concebida.

Aunque la investigación biomédica sigue perfeccionando métodos de fecundación humana artificial, son pocos los fondos y las investigaciones destinadas a la prevención y al tratamiento de la infecundidad. La reciente decisión en algunos países de usar embriones humanos, o incluso de producirlos o clonarlos para la obtención de células madre con fines terapéuticos, cuenta con el apoyo de importantes inversores. Sin embargo, programas éticamente aceptables y científicamente válidos, que usan células adultas para las mismas terapias, con igual éxito, consiguen menos apoyos porque prometen menos beneficios.

Otro caso de este conflicto de intereses es el modo como se establecen las prioridades en la investigación farmacéutica. En los países desarrollados, por ejemplo, se invierten enormes sumas de dinero para producir medicamentos que sirven para fines hedonistas, o para comercializar diferentes marcas de medicinas ya existentes e igualmente eficaces; mientras que las áreas más pobres del mundo carecen de medicamentos para el tratamiento de enfermedades devastadoras y mortales. En esos países casi siempre resulta imposible el acceso incluso a los medicamentos más elementales, porque no existe la posibilidad de obtener beneficios. De igual modo, en el caso de algunas enfermedades poco comunes la industria no quiere financiar la investigación y la producción de medicamentos, porque no hay perspectivas de ganancia: se trata de las así llamadas "medicinas huérfanas".

La verdadera ética de la investigación puede verse perjudicada por el conflicto de intereses del que estamos hablando, como, por ejemplo, cuando los grupos financieros reclaman el derecho de permitir la publicación de los datos de la investigación, dependiendo de si tales datos revisten o no interés para esos grupos.

También la asistencia médica en los hospitales está cada vez más subordinada al imperativo de contener los costes. Aunque sea correcto evitar el derroche tanto al proporcionar la asistencia sanitaria como en los tratamientos, no es justo negar los cuidados adecuados o permitir que se reduzca el nivel del tratamiento para conseguir mayores beneficios económicos.

La lista de estos conflictos se alargará indudablemente si se permite que un enfoque utilitario prevalezca sobre la búsqueda auténtica del conocimiento. Esto es lo que sucede, por ejemplo, cuando los medios de comunicación, a menudo financiados por los mismos intereses económicos, despiertan expectativas exageradas y generan una especie de consumismo farmacológico. Al mismo tiempo, tienden a silenciar los medios de protección de la salud que exigen a las personas actuar responsablemente y con autodisciplina.

Para que la ciencia conserve su verdadera independencia y los investigadores su libertad, los valores éticos deben ocupar un lugar preeminente. Subordinar todo a los beneficios implica una pérdida real de libertad para los científicos. Y quienes querrían sostener la libertad científica apelando a una "ciencia libre de valores", preparan el camino para la supremacía de los intereses económicos.

Desde una perspectiva más amplia, el predominio de los beneficios en el desarrollo de la investigación científica significa en última instancia privar a la ciencia de su carácter epistemológico, según el cual su objetivo primario consiste en el descubrimiento de la verdad. Se corre el riesgo de que, cuando la investigación toma una dirección utilitaria, su dimensión especulativa, que es la dinámica íntima del camino intelectual del hombre, disminuya o desaparezca.

Para que la investigación científica en el campo biomédico recupere su plena dignidad, los investigadores deben comprometerse plenamente. A ellos les corresponde en primer lugar vigilar celosamente y, si fuera necesario, recuperar el significado esencial del señorío y del dominio sobre el mundo visible que el Creador confió al hombre como tarea y deber. Como escribí en mi primera carta encíclica, Redemptor hominis, este significado "consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia" (n. 16). Por tanto, añadí, "es necesario seguir atentamente todas las fases del progreso actual: es necesario hacer, por decirlo así, la radiografía de cada una de las etapas, precisamente desde este punto de vista" (ib.).

Las autoridades públicas, como guardianas del bien común, también tienen un papel que desempañar para asegurar que la investigación contribuya al bien de las personas y de la sociedad, y para atenuar y conciliar las presiones de los intereses divergentes. Mediante la publicación de directrices y la asignación de fondos públicos de acuerdo con los principios de subsidiariedad, deben apoyar activamente estos campos de investigación no financiados por intereses privados. Deben estar preparadas para impedir las investigaciones que dañen la vida y la dignidad humana o ignoren las necesidades de los pueblos más pobres del mundo, que por lo general son los menos equipados para la investigación científica.

Al expresar mis mejores deseos de éxito para esa importante Conferencia, quiero reafirmar que la Iglesia mira a los científicos y a los investigadores con esperanza y confianza. En este sentido, renuevo la invitación que dirigí a los intelectuales católicos en mi carta encíclica Evangelium vitae, y la extiendo a todos los investigadores de buena voluntad: ojalá estéis "presentes activamente en los círculos privilegiados de elaboración cultural, en el mundo de la escuela y de la universidad, en los ambientes de investigación científica y técnica", comprometidos profundamente a estar "al servicio de una nueva cultura de la vida con aportaciones serias, documentadas, capaces de ganarse por su valor el respeto e interés de todos" (n. 98). En virtud de esta amplia visión del compromiso con la verdad y el bien común, la investigación y el saber médicos han escrito páginas de auténtico progreso, mereciendo el reconocimiento y la gratitud de la humanidad.

Con estos pensamientos, invoco la asistencia de Dios todopoderoso sobre el trabajo de la Conferencia, e imparto cordialmente mi bendición a todos los que participan en ella.

Vaticano, 25 de marzo de 2002

JUAN PABLO II


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.17, p. 6.

 



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