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CARTA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DE LA INAUGURACIÓN
DE LA JORNADA DE LOS CATÓLICOS DEL CENTRO DE EUROPA

 

A mi venerado hermano Cardenal Christoph SCHÖNBORN
Arzobispo de Viena
Presidente de la Conferencia episcopal austriaca
Venerable hermano; queridos hermanos y hermanas:

1. "Cristo:  esperanza para Europa":  bajo este lema programático se han reunido hoy, en la majestuosa catedral vienesa de San Esteban, personas procedentes de todas las partes de Austria, así como delegaciones de Bosnia y Herzegovina, Croacia, Polonia, Eslovaquia, Eslovenia, República Checa y Hungría. Comenzáis hoy la Jornada de los católicos del centro de Europa, que quiere ayudar a los cristianos a recorrer juntos, con la fuerza de nuestra santa fe, el camino hacia el futuro, a colaborar pacientemente en la curación de las heridas causadas por la trágica división del continente y a contribuir activamente, de este modo, a la construcción de la gran casa común europea.

2. Al inicio de mi pontificado, hace casi veinticinco años, exhorté a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro:  "¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!". Hoy deseo que vosotros, que os habéis reunido en Viena, ciudad situada en el corazón de Europa, tan importante desde el punto de vista histórico, cultural y también religioso, meditéis nuevamente esas palabras. La contemplación de Cristo nos infunde confianza y esperanza, sobre todo con vistas al futuro de Europa. Si Europa quiere ser una comunidad reconciliada de hombres y pueblos, que se encuentran con respeto profundo y benevolencia duradera, Cristo debe animar este continente. Desde hace dos mil años, los hombres que llevan su nombre dejan su huella en la vida y en la rica cultura de esta región del mundo. Hoy, y en el futuro, los cristianos están dispuestos a participar en la construcción de la sociedad europea. Para hacerlo, reciben fuerza del mensaje evangélico, que encierra y propone valores siempre válidos, que tienen una importancia fundamental tanto para la vida personal como para la social. Los hombres en Europa recorrerán con tanta mayor facilidad el camino común hacia el futuro cuanto más recuerden sus raíces cristianas y tomen de ellas los parámetros para su acción social y política. Es urgente que Europa recobre y vuelva a vivir su identidad cristiana; sólo así podrá transmitir al mundo los valores en los que se fundan la paz entre los pueblos, la justicia social y la solidaridad internacional.

3. Así pues, en la actual situación europea, los cristianos jamás debemos cansarnos de hablar con valentía del Evangelio de la esperanza, que la Iglesia nos presenta de modo claro y límpido. Frente a la renuencia a atribuir a Dios y a la fe cristiana el lugar que les corresponde en el orden público, el Señor mismo es nuestro mayor aliento. Su palabra nos guía; en los santos sacramentos podemos siempre encontrarlo de nuevo. Con la fuerza que nos viene de lo alto, estamos preparados para dar razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 P 3, 15). Todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, estáis llamados a colaborar, según vuestro estado, en la gran tarea que ha de realizar la Iglesia en Europa al comienzo del nuevo milenio:  anunciar el Evangelio de la esperanza, celebrarlo y servirlo. Para fortalecer a vuestros pastores y a vosotros mismos en esta importante misión, muy pronto daré testimonio, en una Carta, de la esperanza que los cristianos alimentan con respecto a la nueva Europa.

4. Queridos hermanos y hermanas, la Jornada de los católicos del centro de Europa os invita a emprender juntos el "camino de la reconciliación" hacia los grandes santuarios y lugares de peregrinación de vuestra patria. De este modo, os fortalecéis recíprocamente en la fe y dais testimonio de Cristo, nuestra verdadera esperanza, que no defrauda jamás. Así, seréis capaces de colaborar con todas las personas de buena voluntad en la construcción de una nueva Europa. Al hacerlo, confiad en las palabras de María, Madre de Jesús:  "Haced lo que él os diga" (Jn 2, 5). En efecto, quien se deja guiar por Cristo pone cimientos sólidos para una sociedad en la que las palabras verdad, justicia, libertad y paz no son extrañas. Con gusto os animo a recorrer este camino, a menudo arduo, de estar juntos y ayudar a los demás, que el próximo año os llevará a Mariazell en una "Peregrinación de los pueblos". La santísima Virgen María —Magna Mater Austriae, Magna Domina Hungarorum y Alma Mater Gentium Slavorum— sea para todos nosotros una amorosa intercesora ante el trono de Dios y una guía segura hacia Jesucristo, nuestra esperanza. Acompañándoos espiritualmente en esta peregrinación, os imparto de corazón a todos mi bendición apostólica.

Vaticano, solemnidad de Pentecostés de 2003

 

JUAN PABLO II

 



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