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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
A LOS SOBERANOS DE SUECIA
*

Viernes 3 de mayo de 1991

 

Vuestras majestades:

1. ¡Dios guarde a Suecia! Con esta oración deseo dar la bienvenida al Vaticano a vuestras majestades y aseguraros que esta visita me produce una alegría particular. Con esta oración en mis labios puse pie en tierra sueca el 8 de junio de 1989. Nuestro encuentro de hoy revive el recuerdo de aquel momento, al tiempo que representa para mí una nueva oportunidad de manifestar mis sentimientos de estima y de amistad hacia el amado pueblo sueco.

Las relaciones cordiales entre vuestro País y la Santa Sede son motivo de gran satisfacción. Recuerdo con alegría que estas relaciones diplomáticas entre Suecia y la Santa Sede fueron restablecidas en 1982, durante mi pontificado, reanudando así este tipo de contactos tradicionales, que se remontan al siglo XVI. Sin embargo, en un sentido más amplio, los lazos entre Suecia y la Santa Sede se remontan a más de mil años, a la presencia de los primeros misioneros encabezados, sobre todo, por san Oscar. El florecimiento de la fe cristiana está íntimamente unido al desarrollo del sentido de la nacionalidad. Pero el recuerdo de estos contactos se relaciona especialmente con la persona y la obra de la gran sueca santa Brígida, que vivió y murió en esta ciudad. Fue ella quien, junto con Santa Catalina de Siena, contribuyó a convencer a los Papas a que volvieran de Aviñón a su propia sede, junto a la tumba de San Pedro. Su recuerdo sigue vivo en esta ciudad, entre sus hermanas espirituales – los miembros de la Orden del Santísimo Salvador y de Santa Brígida –, en la casa en la que vivió y murió, que se transformó en el «Hospicio de los Godos», lugar de acogida para los muchos peregrinos que llegaban aquí desde vuestro País y que aún hoy muchos peregrinos suecos siguen visitando.

2. Como vuestras majestades saben, ya están en marcha los preparativos para los festejos especiales de este año, en que se celebra el sexto centenario de la canonización de Santa Brígida. Tengo intención de tomar parte en el solemne encuentro ecuménico que tendrá lugar en la basílica de San Pedro, el próximo mes de octubre, con la participación del Arzobispo Luterano de Upsala, Bertil Werkström, que hoy esta aquí, del arzobispo John Vilkström, Primado de la Iglesia Luterana de Fin1andia, y de los obispos católicos de Escandinavia. Brígida, a quien canonizó mi predecesor Bonifacio IX en 1391, representa una herencia común de ambas Iglesias. Sus restos mortales en Vadstena, así como sus reliquias aquí en Roma, son signos de un puente espiritual, por decirlo así, un vínculo de gracia entre esta Sede y Suecia.

En su tiempo, santa Brígida luchó por la renovación espiritual de la Iglesia. Su amor a la Iglesia puede inspirarnos hoy en nuestro esfuerzo por cumplir la voluntad del Señor y restaurar los lazos de la unidad en la fe entre los cristianos separados. En el aniversario de su canonización, oraremos en común por el bienestar de la Nación y por un ulterior progreso en las ya cordiales relaciones entre la Iglesia Católica y la Iglesia Luterana sueca.

3. Mi visita a vuestro País me permitió experimentar directamente la rica herencia histórica, artística y cultural de Suecia. En Estocolmo, Upsala, Vadstena y Linköping recordé que durante más de mil años la fe cristiana ha sido una fuente profunda y fructuosa de la vida y de los logros de la Nación. Los nombres de los santos Oscar, Erik y Brígida —por mencionar sólo a estos— destacan por su valentía en la historia de vuestro País y en la historia de toda Europa. Hoy, este patrimonio de pensamiento, vida y servicio cristiano constituye una base sólida para la unidad y la armonía de vuestra sociedad y, de igual modo, para una renovación espiritual que beneficiará a todos sus miembros.

Europa y el mundo están en un proceso de adaptación a una nueva situación económica y política. Debemos esperar que nuestras sociedades también experimenten una renovación de la vida cultural, capaz de producir una elevación del espíritu humano. Tenemos que esperar, sobretodo, que las generaciones más jóvenes vuelvan a descubrir la verdad perenne contenida en su herencia cristiana, y que de ella saquen una sólida visión ética y moral que les permita defender la inviolabilidad de la persona humana, con un sentido especial de responsabilidad hacia los miembros más débiles de la sociedad. Ésta es mi oración por Suecia, consciente de la gran contribución que puede seguir dando a la causa del desarrollo humano y a la promoción de una civilización plenamente respetuosa de los Derechos humanos.

4. En el curso de mi encuentro de hace dos años con la comunidad universitaria en Upsala, hablé sobre la relación entre la herencia cristiana de Europa y los valores fundamentales de nuestra civilización contemporánea. Entre estos valores, mencioné la dignidad de la persona, el carácter sagrado de la vida, el papel central de la familia, la importancia de la educación, la libertad de pensamiento, de palabra y de profesar las propias convicciones o la propia religión, la protección legal de los individuos o de los grupos, la cooperación de todos para el bien común, el concepto de trabajo como participación en la obra misma del Creador, y la autoridad del Estado, gobernado por la ley y la razón» (Discurso en la Universidad de Upsala, 4, 9 de junio de 1989; cf. L'Osservatore Romano, edición en Lengua española, 2 de julio de 1989, pág. 3). Hoy, la importancia de estos valores no siempre se percibe claramente, pero no cabe duda de que han inspirado la muy conocida preocupación de Suecia por los objetivos de justicia social y de respeto de los Derechos humanos en todas partes, de cooperación internacional, de desarme, de paz y de solidaridad efectiva hacia las necesidades de los pueblos menos afortunados. Ojalá vuestros compatriotas continúen mostrando esa solidaridad, en la acogida cordial de los refugiados y de los emigrantes, así como en la asistencia generosa a los muchos países del tercer mundo. Cumpliendo su misión espiritual, la Iglesia Católica en Suecia se alegra de poder cooperar en esta valiosa obra humanitaria.

En la encíclica Centesimus annus que acabo de publicar para celebrar el centenario de la famosa encíclica sobre la cuestión social, la Rerum novarum, he lanzado un llamamiento a los países desarrollados para que prosigan sus esfuerzos tendentes a apoyar y a ayudar a los países del tercer mundo (cf. n. 28). Ese llamamiento parece necesario a la 1uz de la nueva situación que ha surgido en la Europa central y oriental. La consiguiente y urgente necesidad de ayuda económica y tecnológica de esos países puede llevar a descuidar situaciones de pobreza y de necesidad aún más serias y duraderas en otras partes del mundo. La apertura de vuestro País a todas esas necesidades habla muy bien del sentido de fraternidad universal de vuestro pueblo. La Santa Sede aprecia la preocupación de Suecia en este ámbito, de gran importancia para la causa de la paz entre los pueblos del mundo.

5. Antes de concluir, agradezco de nuevo a vuestras majestades esta visita. En vosotros saludo y rindo homenaje a todo el pueblo sueco. Renuevo mis sentimientos de estima y aprecio por sus esfuerzos en la construcción de una sociedad más justa y humanitaria para sí mismos y para sus hijos. Pido a Dios que en ese esfuerzo encuentren el apoyo de una cultura que permita al individuo poner en práctica su creatividad, su inteligencia y su conocimiento del mundo y del pueblo, y desplegar su capacidad de control de sí mismo, de sacrificio personal, de solidaridad y de disponibilidad para promover el bien común; una cultura que manifieste y apoye una concepción auténtica y elevada de la persona, creada a imagen y semejanza de Dios, y redimida mediante su gracia (cf. Centesimus annus, 52).

Invoco con mucho gusto abundantes bendiciones divinas sobre vuestras majestades y vuestros hijos. Que Dios todopoderoso proteja y guíe a vuestro amado pueblo y lo ayude a realizar sus elevadas y nobles aspiraciones. ¡Dios guarde a Suecia!


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n. 22 p.9.



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