DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CONSEJO GENERAL DE LOS PADRES REDENTORISTAS
Lunes 15 de diciembre de 1997
Queridos padres de la congregación del Santísimo Redentor:
1. Con alegría os doy mi bienvenida a vosotros, que representáis a toda la familia espiritual fundada por san Alfonso María de Ligorio y que, después del reciente capítulo general, habéis querido encontraros con el Sucesor de Pedro para renovarle la expresión de vuestra adhesión y de vuestros sentimientos de plena comunión.
Saludo al padre Joseph William Tobin, nuevo superior general, y le expreso mis mejores deseos para la ardua misión a la que ha sido llamado. Doy las gracias al padre Juan María Lasso de la Vega, que durante los años de servicio como moderador supremo de los redentoristas se ha prodigado para guiar al instituto hacia una adhesión cada vez más consciente al carisma de vuestro fundador, de cuyo nacimiento habéis conmemorado recientemente el tercer centenario.
Al saludaros con afecto a cada uno, deseo saludar cordialmente a todos los redentoristas que trabajan en la Iglesia con generosidad, competencia y adhesión fiel al Evangelio.
2. La celebración del aniversario del nacimiento de san Alfonso ha sido una ocasión propicia para que vuestro instituto muestre cómo la opción radical por el Evangelio, la fidelidad a la palabra de Dios, la comunión profunda y sincera con la Iglesia y la cercanía solidaria a los pobres llevaron al gran doctor de la Iglesia a crear en su época un nuevo estilo de evangelización. Al mismo tiempo, su ejemplo y su enseñanza confirman la original actualidad de su mensaje en la comunidad cristiana de hoy, iluminando la senda que es preciso seguir también hoy, mientras estamos en camino hacia el tercer milenio.
Él no dejó de subrayar cuán necesario era ser fieles a las opciones, a las palabras y al estilo con el que el Redentor fue entre los hombres el evangelio de Dios. En efecto, en su Regla recomienda siempre «seguir el ejemplo de Jesucristo, predicando la palabra de Dios a los pobres», y convirtiéndose él mismo en ejemplo y modelo de cuantos ejercen un ministerio apostólico o pastoral.
Su «celo por la casa del Señor» (cf. Sal 69, 10) lo transformó en maestro y testigo para muchos de sus contemporáneos, y su enseñanza sigue alimentando aún hoy el pensamiento y la acción de la Iglesia.
Para su labor pastoral, realizada con generosidad y competencia, sacaba fuerzas de su ardiente y constante oración, que caracterizó su existencia. En su diálogo íntimo con la Fuente de la sabiduría encontraba las respuestas con las que iluminaba, animaba y consolaba a cuantos se dirigían a él para obtener orientación y apoyo.
3. Amadísimos hermanos, la figura de vuestro fundador, siempre tan actual, constituye un don para la Iglesia y un valioso estímulo para vuestra congregación, llamada a una adhesión renovada y entusiasta a Cristo. Contemplándolo, podéis trabajar con mayor generosidad al servicio de la nueva evangelización, en la que está comprometida hoy toda la Iglesia. Desde luego, hay que actualizar constantemente, con valentía, las formas del anuncio del Evangelio a las situaciones concretas de los diversos ambientes en los que vive la Iglesia; pero esto implica un esfuerzo aún mayor de fidelidad a los orígenes, para que el estilo apostólico que es propio de vuestra familia pueda seguir respondiendo a las expectativas del pueblo de Dios. Sé que éste es el compromiso que os anima, y os exhorto a caminar con valentía en esta dirección.
Queridos hermanos, estad dispuestos a realizar con renovado vigor vuestra misión entre los pobres de Cristo, anunciándoles el evangelio de la esperanza y de la caridad.
Que la Virgen santísima, Madre del Redentor, a la que amáis con particular afecto, os sostenga siempre y obtenga para vosotros abundantes frutos apostólicos.
Con estos sentimientos, y renovándoos en nombre de la Iglesia el más profundo agradecimiento por vuestra acción al servicio del Evangelio, os imparto de corazón mi bendición a vosotros, y la extiendo con gusto a todo vuestro instituto.
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