MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS ESCLAVAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
A la Reverenda Madre Rita Burley
Superiora General de las Esclavas del Corazón de Jesús
y a las Hermanas participantes en la XVII Congregación General
1. Con ocasión de la celebración de la XVII Congregación General en Roma, que representa un acontecimiento de particular importancia para vosotras, os dirijo un saludo muy cordial, a la vez que os invito a escuchar con docilidad la voz del Espíritu para descubrir los caminos que os permitan vivir hoy, con fidelidad creativa al carisma fundacional, la consagración plena al Señor y la misión de servicio incondicional a la Iglesia.
Además, la próxima conmemoración de los 125 años de la fundación del Instituto ha de ser una ocasión privilegiada para dar un nuevo impulso al deseo tantas veces repetido de la Madre Fundadora, Santa Rafaela María, de que la vida de cada Hermana sea "toda ella un tejido de fe y generosidad". En Roma, donde se veneran sus reliquias, el susurro de su voz, el calor de su devoción por la Eucaristía y el vigor de su ardiente empeño de "poner a Cristo a la adoración de todos los pueblos", os guiarán en vuestros trabajos y deliberaciones.
2. En sintonía con toda la Iglesia, os habéis propuesto desarrollar en esta Congregación General las directrices que os ayuden a "remar mar adentro" en este comienzo del tercer milenio, uniendo el encuentro profundo con la persona de Cristo y la contemplación de su misericordia, expresada de manera eximia en su Sagrado Corazón, al compromiso de colaborar intensamente con su acción salvadora entre los hombres y mujeres de hoy. Esta indispensable interacción entre la vida espiritual profunda y la dimensión evangelizadora es particularmente importante para todas las personas consagradas con proyección apostólica, en las que "la íntima unión entre la contemplación y la acción permitirá, hoy como ayer, acometer las misiones más difíciles" (Vita consecrata, 74).
Muchas de vosotras y de vuestras Hermanas tienen amplia experiencia de las dificultades que encuentran en el desempeño de su misión en los cuatro continentes en los que el Instituto está presente. Algunas adquieren dimensiones dramáticas, a causa del peligro, condiciones de indigencia extrema o injusticia, mientras que otras provienen de entornos sociales particularmente insensibles al espíritu de las bienaventuranzas que las Hermanas están llamadas a testimoniar (cf. Lumen gentium, 31). Pero no faltan ocasiones en que los obstáculos a la plena identificación con la propia misión se hallan en la vida de las personas y comunidades mismas, tentadas a veces por el tedio en el desempeño de actividades consideradas poco reconocidas o de escaso rendimiento a corto plazo. También en estos casos ha de resurgir constantemente el auténtico espíritu de servicio, viviendo gozosamente la opción radical de buscar y hacer ante todo la voluntad de Dios, tan característica de la tradición ignaciana en que vuestro Instituto se reconoce. "En la causa del Reino no hay tiempo para mirar para atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza" (Novo millennio ineunte, 15).
Por eso deseo expresaros el agradecimiento de la Iglesia por el servicio que prestáis a la evangelización, tanto mediante el testimonio de vida como a través de la actividad que realizáis en los diversos campos de la educación, el cuidado de centros de espiritualidad, la pastoral juvenil o la promoción de los menos favorecidos de la sociedad. Pero a la gratitud se añade la esperanza y la invitación a desarrollar una nueva imaginación de la caridad, tan necesaria para la misión de la Iglesia, y que no se mide tanto por la novedad externa o la eficacia aparente, cuanto por ser en la actitud, las formas y los métodos, un verdadero compartir fraterno (cf. Novo millennio ineunte, 50).
3. Quiero terminar confiando a la Virgen María los frutos de la Congregación y el porvenir del Instituto. Que Ella sea el modelo de docilidad gozosa a la voluntad de Dios, propia de su "humilde esclava" (cf. Lc 1, 48), maestra en el saber acompañar a Cristo en todos los momentos de su vida y su misión, hasta la cruz (cf. Jn 19, 26), e intercesora en los momentos de dificultad o incertidumbre.
Con estos sentimientos, e implorando la protección de San Ignacio de Loyola y de Santa Rafaela María, os imparto con afecto la Bendición Apostólica, que complacido hago extensiva a todas vuestras Hermanas, la Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.
Vaticano, 2 de marzo de 2002
IOANNES PAULUS PP II
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