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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS SUPERIORES, FORMADORES Y ALUMNOS
DEL SEMINARIO MAYOR DE RADOM (POLONIA)


Martes 9 de diciembre de 2003

 

Os doy una cordial bienvenida a todos. Me alegra poder acoger al seminario mayor de la diócesis de Radom, en cierto sentido como devolución de mi visita. Ciertamente, aquellos con los que me encontré en Radom ya desde hace tiempo han salido del seminario, y hoy sirven a la Iglesia como sacerdotes con larga experiencia. Sin embargo, una conocida característica de toda comunidad es la continuidad histórica y espiritual, que constituye su riqueza. Por tanto, permitidme expresaros a vosotros y a vuestro obispo la gratitud por la bienvenida que, en el año 1991, me dio vuestro seminario en su nueva sede, que tuve la ocasión de bendecir. Agradezco a monseñor Zygmunt Zimowski las palabras que acaba de dirigirme. Doy la bienvenida a los obispos auxiliares y al obispo emérito. Me alegra que todos los obispos de Radom acompañen paternalmente a los seminaristas en su peregrinación a la Sede apostólica. Saludo también al rector, a los formadores, a los padres espirituales, a los profesores, así como a los laicos colaboradores del seminario y a las demás personas que os acompañan.

He iniciado refiriéndome a la continuidad histórica y espiritual del seminario. Por eso, es preciso, al menos brevemente, abarcar con el pensamiento toda la herencia de la que ha nacido vuestro seminario, y de la que es heredero. Sabéis bien que el origen de vuestro seminario se remonta a la diócesis de Cracovia. A ella pertenecía Sandomierz en 1635, cuando el pbro. Mikolaj Leopoldowicz abrió el nuevo seminario mayor. Fue concebido entonces no sólo como una casa de formación, sino también como un centro científico. Durante decenios, a menudo por iniciativa de los obispos y de los canónigos de Cracovia, se crearon las cátedras de teología escolástica, de derecho canónico, de sagrada Escritura y de historia de la Iglesia. Debían servir para una preparación versátil del clero de la diócesis de Cracovia.

Hablo de este vínculo con Cracovia para mostrar las raíces comunes, es decir, la herencia común que nos une. Ciertamente, contiene el legado de la fe y la valentía de san Estanislao, de la sabiduría y la magnanimidad de Juan de Kety, del celo y la misericordia de Pedro Skarga y de muchos otros grandes sacerdotes de nuestra tierra. Hace falta volver siempre a esta herencia de santidad y entrega sacerdotal a Cristo, a la Iglesia y a los fieles, para que todos los sacerdotes continúen hoy fructuosamente su obra.

A finales del siglo XVIII, después de la supresión de la Compañía de Jesús, vuestro seminario se unió a Kielce, hasta la creación de la diócesis de Sandomierz, en 1818. Dos años después, pudo volver a Sandomierz. En los tiempos modernos se estableció primero una unión parcial con Radom y, por último, tuvo lugar la fundación de un seminario separado para esa diócesis. Expreso mi gratitud a monseñor Edward Materski por el empeño de crear la diócesis, a la que ha asegurado la existencia de una institución tan importante como es el seminario mayor. Me alegra que esta comunidad —nueva, pero con una rica tradición— se consolide y crezca. Creo firmemente que saldrán de él buenos pastores según el modelo de Cristo.

Sé que durante este año de formación tenéis como lema:  "Imita lo que celebrarás", "imitare quod tractabis". Es una invitación que, si Dios quiere, escuchará cada uno de vosotros, seminaristas, durante la liturgia de la ordenación. Por lo general, se refiere a los misterios que se encierran en la Eucaristía y su celebración. En realidad, el contenido más profundo de esta llamada parece derivar directamente de las palabras de Cristo:  "Haced esto en memoria mía" (Lc 22, 19). Y la "memoria" de Cristo es toda su vida terrena, pero sobre todo su conclusión pascual. ¿Cómo no ver el vínculo entre esta llamada y el gesto humilde y lleno de amor del lavatorio de los pies en el Cenáculo?:  "¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? (...). Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13, 12. 15). No podemos menos de referirlo a la invitación llena de fuerza:  "Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros", palabras que al día siguiente se cumplieron en el árbol de la cruz. Es la entrega total de sí mismo por amor al Padre y a los hombres. Esta entrega os la pedirán Dios y los hombres, cuando la Iglesia os llame:  "Imita lo que celebrarás". Por eso, es necesario que recordéis que en la "memoria de Cristo" se insertan también la Resurrección y Pentecostés. Tened siempre fe en que por los caminos del mundo os acompaña el Resucitado mismo, que os ha revestido de la fuerza del Espíritu Santo. Así, vuestra entrega a Dios y a los hombres no será un peso, sino una participación confiada y gozosa en el sacerdocio eterno de Cristo. Prepararos desde ahora para este acto de consagración, que realizaréis al asumir la responsabilidad de la "memoria de Cristo".

"Imita lo que celebrarás". El servicio pastoral de un sacerdote está constituido por diversas acciones, de las cuales la Eucaristía —como dice el Concilio— es fuente y cima (cf. Lumen gentium, 11). De cualquier género que sean, la invitación a imitar su sentido más profundo es siempre actual y justo. Si un sacerdote celebra el bautismo —el sacramento de la justificación—, ¿no tiene también la tarea de ser testigo de la gracia justificante en cada una de sus acciones? Si prepara a los jóvenes para el sacramento de la confirmación, que capacita para participar en la misión profética de la Iglesia, ¿no debería ser él mismo antes un fiel heraldo del Evangelio? Cuando da la absolución y exhorta a la fidelidad, ¿no debería él mismo pedirla y ser un ejemplo de fidelidad? Y lo mismo cuando enseña, cuando bendice los matrimonios, cuando acompaña a los enfermos y prepara para la muerte, cuando se encuentra con las familias:  debería ser siempre el primer testigo de lo que es el contenido de su servicio.

Humanamente no es fácil realizar esta tarea. Precisamente por eso, es necesario buscar la ayuda de aquel que envía los obreros a su mies (cf. Mt 9, 38). Que en nuestra vida de hoy, y sobre todo en el sacerdocio, no falte jamás el espacio para la oración. Sí, esforzaos al máximo para prepararos del mejor modo posible a las tareas sacerdotales mediante un sólido estudio de la doctrina —no sólo teológica, sino también de otras disciplinas, que os ayudarán en el contacto con el hombre moderno— o mediante el aprendizaje de una práctica pastoral, pero basad esta preparación en el firme fundamento de la oración. Os dejo esta consigna:  sed hombres de oración, y lograréis imitar lo que celebraréis.

Os encomiendo a todos a la patrona de vuestro seminario, la Inmaculada Madre de Dios. Que ella os acompañe y os proteja, y os alcance todas las gracias que necesitáis para una buena preparación al sacerdocio. Os bendigo de corazón a todos:  en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

 



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