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DISCOURS DU PAPE JEAN PAUL II
AU CHAPITRE GÉNÉRAL DE LA CONGRÉGATION
DES SACRÉS-COEURS DE JÉSUS ET DE MARIE
ET DE L'ADORATION PERPÉTUELLE
DU TRÈS SACREMENT

Jeudi, 21 Septembre 2000

  

Chers Frères et Sœurs, 

1. “La grâce du Seigneur Jésus soit avec vous! Je vous aime tous dans le Christ Jésus” (1 Co 16, 23-24).

En cette année du grand Jubilé, combien riche est sa grâce! Et combien se répand sur nous, avec abondance, l’amour de la très sainte Trinité! Dans la joie du Jubilé, je suis heureux de vous saluer au moment où vous rendez visite au Successeur de Pierre, tandis que vous célébrez le Chapitre général de la Congrégation des Sacrés-Cœurs de Jésus et de Marie et de l’Adoration perpétuelle du Très Saint Sacrement.

En cette année du deux millième anniversaire de la naissance de notre Seigneur et Sauveur, l’Église entière chante les louanges de Dieu. Mais pour vous, cet hymne d’action de grâce résonne avec une note toute particulière de joie, car vous célébrez le deuxième centenaire de la fondation de votre Congrégation, née en la fête de Noël 1800. Avec vous aujourd’hui je rends gloire à Dieu pour les fruits de sainteté et d’apostolat fécond que ces deux siècles ont vu mûrir. C’est avec émotion que j’évoque la figure de votre bon Père, Pierre Coudrin, ordonné prêtre au plus fort des épreuves et des violences engendrées par la Révolution française et contraint de se cacher, ainsi que l’exemple de votre Mère, Henriette Aymer de la Chevalerie, qui subit la prison parce qu’elle avait caché des prêtres. Au sein même de l’obscurité qui les environnait, ils étaient pourtant illuminés de la lumière du Christ et ils faisaient une expérience de l’amour de la Vierge Marie au point qu’ils se sentirent poussés à fonder votre Congrégation. Tandis que la Révolution faisait rage autour d’eux, vos Fondateurs comprirent que la vraie liberté ne se trouvait que dans le Cœur transpercé du Christ (cf. Jn 19, 34) et que ceux qui, comme Marie, prenaient part à sa Passion et avaient l’âme transpercée par un glaive (cf. Lc 2, 35) pouvaient y parvenir. Par leur vie, en des temps difficiles, ils ont proclamé la vérité de la Croix de Jésus Christ.

2. Después de su fundación en Francia, vuestra Congregación se ha extendido a lo largo y a lo ancho del mundo, obedeciendo al mandato del Señor: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). La primera expansión se produjo en Europa pero, sucesivamente, pasó a la zona del Pacífico, a América Latina, Asia y Africa, hasta el día de hoy, en que estáis presentes en más de cuarenta países. Este crecimiento es una señal de la fuerza de Dios que ha actuado en vosotros; pero un signo claro de este aliento divino es también el testimonio que han dado misioneros como el Beato Damián de Molokai y Padre Eustaquio Van Lieshout – por citar sólo los más conocidos – en quienes podemos ver el rostro del Cristo Crucificado, brillando con la gloria de aquéllos que se han sacrificado por la vida de los demás. ¡Cuántos santos y mártires habéis dado a la Iglesia! También hoy os resulta familiar y cercana aquella voz que dice a los tullidos del mundo: “A ti te digo, levántate y anda”. En efecto, con estas palabras evangélicas habéis querido ilustrar las intenciones del Capítulo General.

3. Queridos Hermanos y Hermanas, hoy como siempre, lo que la Iglesia está llamada a proclamar ante el mundo es el poder de la Cruz. Es un poder que no necesita “palabras sabias” (1 Co 1, 17), ni “la vana falacia de una filosofía” (Col 2, 8), ni, menos aún, ideologías ilusorias. Lo que exige de vosotros es que, como Cristo mismo, dejéis que vuestro corazón se abra para convertirse en un reflejo de la fuente de agua viva (cf. Jn 4, 10), la única que puede saciar la sed del corazón humano. Por eso es necesario que cada uno de vosotros imite al Apóstol en su deseo de participar en los padecimientos de Cristo “hasta hacerme semejante a él en su muerte”, para que así los demás le conozcan a Él y “el poder de su resurrección” (Flp 3, 10).

Para ello debéis seguir continuamente el camino de la contemplación, puesta vuestra misión exige una íntima unión con el Señor. Antes de enviaros, Cristo os llama hacia sí; y si, día a día, no lo buscáis en la oración, os faltará la fuerza para seguir adelante como misioneros llenos del  poder del Espíritu Santo. Sólo en las profundidades de la contemplación puede el Espíritu Santo transformar vuestros corazones; y sólo si el propio corazón es transformado se puede cumplir con la gran tarea de ayudar a los demás para que el Espíritu les guíe “hasta la verdad completa” (Jn 16, 13), que es la esencia de la misión cristiana. Las estructuras sociales nunca podrán perfeccionarse y elevarse sin una auténtica conversión de los corazones. Ambos aspectos deben ir juntos, pues si se modifican las estructuras sin convertir los corazones, los cambios estructurales podrán camuflar el mal, pero no vencerlo. Esta es la razón por la que la misión sin la contemplación del Crucificado está condenada a la frustración, como ya advirtieron muy oportunamente los fundadores. Este es también el motivo por el que ellos insistieron de manera especial en el compromiso de la adoración del misterio eucarístico, puesto que es en el Sacramento del Altar donde la Iglesia contempla de manera inigualable el misterio del Calvario, el sacrificio del que fluye toda gracia de la evangelización. En la contemplación del misterio eucarístico aprendéis a imitar al Único que se hace pan partido y sangre derramada para la salvación del mundo.

4. A characteristic of your foundation is the fact that men and women form one Congregation, approved by Pope Pius VII in 1817, joined in one charism, one spirituality and one mission. This unity has not always been easy, and it is important for the governing bodies of both branches to work for an ever more mature testimony of evangelical union, solidarity and interdependence among all the members of the Congregation. Within each autonomous branch your communities are called to flourish in a strengthening of a family spirit, that fraternity which leads to each one carrying the burdens of all.  

Dear Brothers and Sisters, I pray most fervently that the General Chapter will offer wise guidelines for an ever more complete witness to your religious consecration, so that with still greater joy and energy you will cry out to a world sitting in «the shadow of death» (Lk 1:79): «Rise, take up your sleeping-mat and walk! Walk with us in the power of him who is ‘light to those…in darkness’ and who ‘guides our feet in the way of peace’ (ibid.)»!  May the Virgin Mary, Mother of Sorrows and Mother of all our joys, lead you always along the paths of contemplation, so that your apostolate throughout the world may truly bear witness to the Church’s spirit, her openness to and interest in all peoples and individuals, especially the least and poorest of Christ’s brothers and sisters (cf. Redemptoris Missio, 89).  As a pledge of endless grace and peace in him, I gladly impart to all the members of your Congregation my Apostolic Blessing.

                                                                



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