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CERIMONIA DI CANONIZZAZIONE DEL BEATO MIGUEL FEBRES CORDERO

OMELIA DI GIOVANNI PAOLO II

Basilica Vaticana - Domenica, 21 ottobre 1984

 

1. «Prima ancora di formarti nel grembo materno, io ti conoscevo».

Queste parole del divin Creatore al profeta Geremia, che la liturgia odierna ci invita a meditare, sono pienamente valide anche per ognuno di noi, che in questa giornata missionaria siamo qui riuniti per la solenne cerimonia di canonizzazione di un figlio dell'Ecuador, fratel Miguel Febres Cordero.

Dio conosce ciascuno di noi come nessun altro potrebbe. Egli ci conosce meglio anche di chi ci ha generato.

Ci conosceva prima ancora che noi esistessimo, prima ancora che fossimo concepiti. Dio ci conosce ancor meglio di quanto noi stessi ci conosciamo.

E conoscendoci così intimamente e così profondamente, Dio ci previene con le sue grazie, per consentirci di far valere i doni che la sua bontà ci ha fatti e continua a farci.

I doni di Dio sono infinitamente diversi. Tocca a noi riconoscere i doni che Dio ci fa e metterli in opera per rispondere alla vocazione alla santità che si rivolge a tutti e a ciascuno.

2. Non è raro che il dono di Dio assuma la forma di una chiamata a servirlo in uno o in un altro aspetto della vita consacrata. Questa chiamata è stata rivolta ad alcuni di voi, cari fratelli e sorelle, e Dio vi ha aggiunto la grazia per ascoltarlo e dargli una risposta.

La stessa chiamata si rivolge ancora oggi a tanti altri che forse esitano o tardano a rispondervi. Lo stesso profeta, come si vede nel brano appena letto, cercò di eluderla, adducendo come motivo la sua giovinezza e la sua incapacità: «Io non so parlare, sono appena un ragazzo». Avere un giusto sentimento della propria povertà e importanza è certamente molto lodevole, purché essa non arrivi a misconoscere il dono di Dio e l'onnipotenza della grazia.

Se è Dio che chiama, sarà lui a non far mai mancare la sua grazia a chi ascolta la sua voce con cuore docile.

Il nostro nuovo Santo, fin dai suoi primi anni, fu prevenuto da una grazia particolare che lo attirò, quasi irresistibilmente, a condividere la vita dei suoi insegnanti religiosi, i Fratelli delle Scuole Cristiane, che pochi anni prima erano giunti in Ecuador.

Più di uno tra i membri della sua famiglia credette doveroso di opporsi a questo progetto. Il giovane Francesco dovette subire più di un rifiuto, poi, per diversi anni, fu costretto a sopportare un atteggiamento di estrema freddezza da parte di suo padre, che pure era un sincero cristiano.

Ma il giovane non dubitò neanche un istante della chiamata divina. «Vi assicuro alla presenza di Dio e senza alcun rispetto umano – scriveva –, che io mi credo chiamato nell'Istituto dei Fratelli delle Scuole Cristiane e che in nessun altro stato io mi sentirò al mio vero posto come lì. Vogliate comunicare questi sentimenti a mio padre. Se egli desidera davvero la mia felicità, cioè la mia felicità eterna, mi lasci seguire la strada che il buon Dio mi ha tracciato».

3. Fedele fin da principio alla chiamata di Dio, san Miguel Febres Cordero lo sarà senza la minima esitazione durante i quarant'anni della sua vita religiosa e apostolica; e Dio, come aveva promesso al profeta, «mise le sue parole sulla sua bocca» aprendogli la strada del cuore di chi lo avvicinava.

I suoi confratelli ed ex-alunni – tra i quali vari Sacerdoti e alcuni Vescovi – hanno fatto a gara per testimoniare quanto quest'uomo umile e dolce si rivelò capace di commuoverli e di trascinarli al bene.

Egli parlava dei principali misteri della nostra religione con l'accento di un cristiano profondamente convinto.

I più anziani, giunti al termine della loro vita, rievocavano commossi l'insegnamento che fratel Miguel aveva dato loro decine di anni prima.

Egli non esitò mai a presentare un cristianesimo impegnativo ed esigente ai giovani che andavano a lui.

Come aveva già fatto San Paolo con i suoi cari Corinzi, egli «predicava Gesù Crocifisso».

Il Crocifisso presiedeva a tutta la sua esistenza e a tutte le sue occupazioni: in classe, al suo tavolo di scrittore, come anche in cappella e nei locali della Comunità, i suοi sguardi si affiggevano spesso all'immagine del Divino Crocifisso.

Ai ragazzi che, durante il loro ritiro spirituale, si preparavano alla confessione, egli faceva contemplare il Cristo in croce, mostrando loro le sue piaghe e sottolineando che esse erano state sofferte in espiazione dei peccati.

E questi giovani, dall'animo profondamente sensibile, non resistevano mai all'unzione delle sue parole. Diversi testimoni assicurano che molti giovani erano commossi fino alle lagrime e lasciavano la scuola senza dir parola, visibilmente addolorati al ricordo delle sofferenze del Salvatore.

4. El nuevo Santo Miguel Febres Cordero participó de manera heroica en los sufrimientos de Cristo crucificado. Entre las varias cruces que hubo de llevar durante su vida, no fue la menor una malformación de los pies, que le producía considerables dolores al caminar. Pero él, de la debilidad sacaba fuerza; del dolor, motivo de alegría, haciendo vida propia «el lenguaje de la cruz» (1 Cor 1, 18). Escándalo y locura para quienes rehúsan aceptar a Cristo crucificado como Salvador y Señor.

La aceptación gozosa de su cruz era para todos motivo de edificación y de cristiano ejemplo. Primero en su Ecuador natal y luego en Europa –particularmente en Premió de Mar, donde transcurrió los últimos meses de su vida– su alegría en el sufrimiento despertaba en su Comunidad, entre los alumnos y entre cuantos le trataban, un profundo respeto y admiración. Prueba clara de que había asimilado profundamente la enseñanza paulina: «La debilidad de Dios es más fuerte que los hombres» (1 Cor 1, 25).

Al mismo tiempo acogía a todos con gran sencillez y cordialidad. Siguiendo el ejemplo de Cristo, el Hermano Miguel se prodigaba visitando a los pobres y necesitados, aconsejando a los jóvenes, enseñando a los niños, dándose a todos. De la cruz de Cristo –expresión máxima de amor al hombre– sacaba él la fuerza e inspiración para darse sin reserva a los demás, aun a costa de si mismo.

5. Precisamente un 19 de Febrero de 1888 –hace ahora casi un siglo– el nuevo Santo estaba presente en esta misma Basílica de San Pedro participando en la ceremonia de Beatificación del Venerable Juan Bautista de la Salle, fundador de las Escuelas Cristianas.

Este Instituto religioso del que él era miembro desde hacia veinte años, había hecho lema de su acción apostólica y educativa las palabras del Evangelio que hace poco hemos escuchado: «Quien recibe a uno de estos niños en mi nombre, a mí me recibe» (Mc 9, 37).

Estas palabras fueron para el Hermano Miguel una norma de vida, un apremio constante en su vocación de educador. Todos sus esfuerzos tuvieron como punto de mira la educación integral de las nuevas generaciones, movido por la convicción de que el tiempo dedicado a la formación religiosa y cultural de la juventud es de gran trascendencia para la vida de la Iglesia y de la sociedad.

¡Con cuánto amor y dedicación este «apóstol de la escuela» se entregó a los miles de niños y jóvenes que pasaron por sus aulas durante los largos años de su vida como educador !

Tanto en el colegio de «El Cebollar» de Quito, como en la pequeña escuela donde él enseñó al comienzo de su apostolado, tomó sobre sí la grata tarea de preparar a los niños –los « nuevos tabernáculos vivientes» como él los llamaba– para la primera comunión.

Fiel seguidor de Jesús, había hecho parte de su vida la enseñanza del Maestro, «El que quiera ser primero, deberá ser el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9, 35). Por ello, en espíritu de servicio y amor al prójimo, dedicó largos años de trabajo y esfuerzo a la publicación de obras de carácter didáctico, para cuya labor –ya en el ocaso de su vida– fue llamado a Europa, teniendo que dejar su querido país.

6. Como hombre de cultura su reputación fue en aumento, llegando a ser elegido miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Pero ni este honor, ni su conocido prestigio como gramático, llegaron a empañar la humildad y sencillez con que a todos trataba. Porque estaba convencido de que «Dios ha escogido la necedad del mundo para confundir a los sabios» (1 Cor 1, 27).

Sin embargo, su labor de estudioso estuvo siempre en función de la actividad pedagógica directa. Y con verdadero espíritu evangélico buscó siempre que su dedicación preferente fuera la de enseñar a los niños más pobres económica, cultural y espiritualmente, viendo en ellos la persona y el rostro de Cristo.

Bien podemos decir, por ello, que el itinerario ejemplar de su vida como maestro es un válido modelo para los educadores cristianos de hoy, a la vez que un estimulo para valorar la grande importancia del apostolado e ideales de la enseñanza católica que tiene por objetivo ofrecer a las nuevas generaciones una sólida cultura impregnada de la luz del Evangelio.

El Hermano Miguel –alma escogida que no regateó esfuerzo en su entrega a Dios y a los hermanos– dejó un recuerdo imperecedero entre quienes le conocieron. Veintisiete años después de pasar de este mundo al Padre, sus restos mortales eran recibidos con gran emoción y júbilo en su Ecuador natal. Allí se mantienen siempre vivos la admiración y el afecto hacia este hijo de la Iglesia, gloria también de su Patria.

Hoy, día de la Jornada Misional, su glorificación es motivo de nuevo júbilo para la Iglesia universal. Esta, como la Iglesia en Ecuador, mira a San Miguel Febres Cordero, apóstol de la escuela, que fue asimismo un ejemplar misionero, un evangelizador de América Latina, como he recordado hace unos días, al inaugurar la novena preparatoria del V Centenario de la evangelización de América (Discurso al CELAM, Santo Domingo, 12 octubre 1984).

Por ello, con gozo presento mi saludo cordial ala Delegación oficial venida del Ecuador, a todos los Hermanos de las Escuelas Cristianas y, en particular, a los ecuatorianos venidos para asistir a esta solemne ceremonia.

Pido al Altísimo, por mediación de San Miguel Febres Cordero, que derrame la abundancia de sus dones sobre todos los queridos hijos de la nación ecuatoriana, que con la ayuda de Dios espero visitar próximamente. Y que conceda a todos sus Hermanos en religión un nuevo impulso, alegría y entusiasmo, para continuar fielmente las huellas que, siguiendo las de Cristo, ha trazado admirablemente este buen hijo de San Juan Bautista de la Salle y de la Iglesia. Así sea.

 

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