DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL EMPERADOR DE ETIOPÍA*
Martes 10 de junio de 1969
Señor Emperador:
Nos es sumamente grato el encuentro de hoy, en este famoso centro de actividades mundiales, que tiene por objeto el mejoramiento del género humano. Nos alegra el haber tenido esta oportunidad de hablar con Vuestra Majestad sobre problemas de recíproco interés, y una vez más Nos hemos encontrado ambos luchando sinceramente por los mismos fines de paz y de unidad entre los hombres.
La obra de Vuestra Majestad Imperial en favor de la causa de la paz es bien conocida, y su continua dedicación y empeño a este fin ha merecido la admiración de todos los hombres que piensan con rectitud. Ya que nosotros anhelamos también la paz, Nos os expresamos Nuestro sincero agradecimiento por vuestros infatigables esfuerzos que Nosotros hemos sostenido con entusiasmo.
La paz, sin embargo, no es algo negativo: la paz verdadera es algo positivo, implica unidad, caridad, comprensión, tolerancia y perdón. Este aspecto positivo de la paz aparece también preeminentemente en los trabajos de Vuestra Majestad Imperial por el bienestar de la humanidad, y de modo especial en la gran empresa que ha aceptado y realiza con gran valor, la unión de África.
Los trabajos de los hombres bien intencionados, quienes se esfuerzan por un mundo mejor en conformidad con sus propias ideas, no servirían para nada, si no tuvieran en cuenta a Dios y si prescindiesen del supremo destino del hombre. En este aspecto Vuestra Majestad Imperial ha merecido la estima de todos por haber perseguido en toda su obra la dignidad de la naturaleza humana, dando ejemplo de valor personal y espiritual en una vida no exenta de contrariedades.
Nos formulamos Nuestros votos para continuar trabajando en amistad y colaboración por los ideales que ambos deseamos; y Nos oramos constantemente para que estos ideales puedan convertirse en realidad. Nos rogamos también especialmente para que Vuestra Majestad Imperial y vuestro querido pueblo reciban la abundancia de las bendiciones celestiales.
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.24, p.12.
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