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FIESTA DE SAN ESTEBAN PROTOMÁRTIR

BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Lunes 26 de diciembre de 2011

(Vídeo)

 

Queridos hermanos y hermanas:

Al día siguiente de la solemne liturgia del Nacimiento del Señor, hoy celebramos la fiesta de san Esteban, diácono y primer mártir de la Iglesia. El historiador Eusebio de Cesarea lo define el «mártir perfecto» (Die Kirchengeschichte V, 2, 5: GCS II, I, Lipsia 1903, 430), porque está escrito en los Hechos de los Apóstoles: «Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo» (6, 8). San Gregorio de Nisa comenta: «Era un hombre honrado y lleno de Espíritu Santo: con su bondad de alma cumplía el encargo de alimentar a los pobres, y con la libertad de palabra y la fuerza del Espíritu Santo cerraba la boca a los enemigos de la verdad» (Sermo in Sanctum Stephanum II: GNO X, I, Leiden 1990, 98). Hombre de oración y de evangelización, Esteban, cuyo nombre significa «corona», recibió de Dios el don del martirio. De hecho, «lleno de Espíritu Santo (...) vio la gloria de Dios» (Hch 7, 55) y mientras lo apedreaban oraba: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hch 7, 59). Luego, cayendo de rodillas, suplicaba el perdón para sus acusadores: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (Hch 7, 60). Por eso la Iglesia oriental canta en los himnos: «Para ti las piedras se convirtieron en peldaños y escaleras para subir al cielo (...) y te uniste jubiloso a la reunión festiva de los ángeles» (MHNAIA t. II, Roma 1889, 694.695).

Después de la generación de los Apóstoles, los mártires asumen un lugar de primer plano en la consideración de la comunidad cristiana. En los tiempos de mayor persecución, su elogio alivia el arduo camino de los fieles y anima a quienes buscan la verdad a convertirse al Señor. Por eso, la Iglesia, por disposición divina, venera las reliquias de los mártires y los honra con sobrenombres como «maestros de vida», «testigos vivos», «columnas vivas», «silenciosos mensajeros» (Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 5: PG 36, 500 c).

Queridos amigos, la verdadera imitación de Cristo es el amor, que algunos escritores cristianos han definido el «martirio secreto». A este propósito san Clemente de Alejandría escribe: «Quienes ponen en práctica los mandamientos del Señor dan testimonio de él en toda acción, pues hacen lo que él quiere e invocan fielmente el nombre del Señor» (Stromatum IV, 7, 43, 4: SC 463, París 2001, 130). Como en la antigüedad, también hoy la sincera adhesión al Evangelio puede exigir el sacrificio de la vida y muchos cristianos en distintas partes del mundo están expuestos a la persecución y a veces al martirio. Pero, como nos recuerda el Señor, «el que persevere hasta el final, se salvará» (Mt 10, 22).

A María santísima, Reina de los mártires, dirijamos nuestra súplica para custodiar íntegra la voluntad de bien, sobre todo con respecto a quienes están contra nosotros. De modo especial encomendemos hoy a la Misericordia divina a los diáconos de la Iglesia, a fin de que, iluminados por el ejemplo de san Esteban, colaboren, según su propia misión, al compromiso de evangelización (cf. Verbum Domini, 94).

 


LLAMAMIENTO

Queridos hermanos y hermanas, la santa Navidad suscita en nosotros, de modo aún más fuerte, la oración a Dios para que se detengan las manos de los violentos, que siembran muerte, y para que en el mundo puedan reinar la justicia y la paz. Pero nuestra tierra se sigue empapando de sangre inocente. He recibido con profunda tristeza la noticia de los atentados que, también este año en el día del Nacimiento de Jesús, han llevado luto y dolor a algunas iglesias de Nigeria. Deseo manifestar mi sincera y afectuosa cercanía a la comunidad cristiana y a todos los que se han visto golpeados por este absurdo gesto e invito a rezar al Señor por las numerosas víctimas. Hago un llamamiento para que con la colaboración de los diversos componentes sociales, se recuperen la seguridad y la serenidad. En este momento quiero repetir una vez más con fuerza: la violencia es una senda que solamente lleva al dolor, a la destrucción y a la muerte; el respeto, la reconciliación y el amor son el único camino para llegar a la paz.


Después del Ángelus

(En francés)

Al día siguiente de la Navidad la Iglesia festeja al primer testigo de Cristo resucitado. San Esteban vivió, hasta su muerte, el mensaje de salvación que Cristo trajo a nuestro mundo. El nacimiento del Hijo de Dios nos anima a testimoniar su presencia en medio de su pueblo incluso en la adversidad. Pensemos en todos los cristianos perseguidos en el mundo, que, siguiendo el ejemplo de este santo, dan su vida a causa de su fe. El Papa no los olvida. Que Dios los llene de valentía y de fuerza, y que la Virgen María sea su apoyo. Con mi bendición apostólica.

(En lengua española)

Sintiendo aún el eco de la Navidad, invito a todos a suplicar al Señor que no deje de suscitar en su Iglesia testigos fieles y valientes del Evangelio, a imitación de san Esteban, cuya fiesta celebramos hoy. Él fue el primero de los diáconos escogidos por los Apóstoles como colaboradores de su ministerio y también fue el primero que, colmado de fe y del Espíritu Santo, derramó su sangre en Jerusalén para proclamar su amor a Jesús, el Verbo de Dios hecho carne. Que el ejemplo y la intercesión de los mártires avive en nosotros el deseo de ser auténticos discípulos y misioneros de Cristo, nuestro Redentor. Muchas gracias.



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