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SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
XLV JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

 BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo 1 de enero de 2012

[Vídeo]

 

Queridos hermanos y hermanas:

En la liturgia de este primer día del año resuena la triple bendición bíblica: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6, 24-26). Podemos contemplar el rostro de Dios porque se ha hecho visible, se ha revelado en Jesús: él es la imagen visible del Dios invisible. Y esto gracias también a la Virgen María, cuyo título más grande celebramos hoy, aquel con el que participa de un modo único en la historia de la salvación: ser Madre de Dios. En su seno el Hijo del Altísimo asumió nuestra carne, y nosotros podemos contemplar su gloria (cf. Jn 1, 14), sentir la presencia del Dios-con-nosotros.

Así comenzamos el nuevo año 2012 fijando la mirada en el Rostro de Dios que se revela en el Niño de Belén, y en su Madre María, que acogió el plan divino con humilde abandono. Gracias a su generoso «sí» apareció en el mundo la luz verdadera que ilumina a todo hombre (cf. Jn 1, 9) y se nos abrió de nuevo el camino de la paz.

Queridos hermanos y hermanas, como ya es feliz tradición, hoy celebramos la Jornada mundial de la paz, la cuadragésima quinta. En el Mensaje que dirigí a los jefes de Estado, a los representantes de las naciones y a todos los hombres de buena voluntad, y que tiene por tema «Educar a los jóvenes en la justicia y la paz», quise recordar la necesidad y la urgencia de ofrecer a las nuevas generaciones itinerarios adecuados para una formación integral de la persona, incluida la dimensión moral y espiritual (cf. n. 3). En particular, quise subrayar la importancia de educar en los valores de la justicia y de la paz. Los jóvenes miran hoy con cierto temor al futuro, manifestando aspectos de su vida que merecen atención, como «el deseo de recibir una formación que los prepare con más profundidad a afrontar la realidad, la dificultad de formar una familia y encontrar un puesto estable de trabajo, la capacidad efectiva de contribuir al mundo de la política, de la cultura y de la economía, para edificar una sociedad con un rostro más humano y solidario» (n. 1). Invito a todos a tener la paciencia y la constancia de buscar la justicia y la paz, de cultivar el gusto por lo que es recto y verdadero (n. 5). La paz nunca es un bien alcanzado plenamente, sino una meta a la que todos debemos aspirar y por la que todos debemos trabajar.

Oremos para que, a pesar de las dificultades que a veces hacen arduo el camino, esta profunda aspiración se traduzca en gestos concretos de reconciliación, de justicia y de paz. Oremos también para que los responsables de las naciones renueven la disponibilidad y el compromiso de acoger y favorecer este indeleble anhelo de la humanidad. Encomendemos estos deseos a la intercesión de la Madre del «Rey de la paz», para que el año que comienza sea un tiempo de esperanza y de convivencia pacífica para todo el mundo.



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