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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA 36 SESIÓN
DEL CONSEJO DE LOS GOBERNADORES
DEL FONDO INTERNACIONAL PARA EL DESARROLLO
DE LA AGRICULTURA (IFAD)

 

Al señor
Kanayo F. Nwanze
Presidente del Fondo internacional para el desarrollo de la agricultura (IFAD)

Me alegra dirigirle un cordial saludo a usted, señor presidente, a las autoridades, a los representantes de los Estados miembros y a los participantes en la 36a sesión del Consejo de los Gobernadores. Dicha reunión se abre el mismo día en que comienza la Cuaresma, período durante el cual la Iglesia católica —según la enseñanza de Cristo: «todo lo que habéis hecho a uno de estos pequeños, es a mí que lo habéis hecho» (Mt 25, 40)— renueva, entre otras cosas, la invitación a compartir los bienes con las personas más indigentes. En esta perspectiva, vuestra Organización siempre puede contar con el apoyo y el aliento de la Santa Sede.

1. La acción del Fondo testimonia que la cooperación, aunque ligada a diversos contextos sociales y ambientales, así como al respeto de las leyes propias de la técnica y de la economía, es más eficaz si está dirigida por los principios éticos fundantes de la convivencia humana. Se trata de los valores esenciales que por su carácter universal pueden animar todas las actividades políticas, económicas e institucionales, incluidas las formas de colaboración multilateral. Al respecto, me refiero en primer lugar a la metodología seguida por el IFAD, que antepone el desarrollo continuo a la mera asistencia, sostiene la dimensión del grupo en vez de la exclusivamente individual, hasta prever formas de donación y préstamos sin intereses, eligiendo a menudo, como primeros beneficiarios, a «los más pobres entre los pobres». Tal acción muestra que una lógica inspirada por el principio de gratuidad y por la cultura del don puede «tener espacio en la actividad económica ordinaria» (Enc. Caritas in veritate, 36). El enfoque seguido por el Fondo, en efecto, une la eliminación de la pobreza no sólo a la lucha contra el hambre y a la garantía de la seguridad alimentaria, sino también a la creación de oportunidades de trabajo y de estructuras institucionales y decisorias. Es archisabido que, cuando estos factores son carentes, se restringe la participación de los trabajadores rurales en las opciones que les competen y, en consecuencia, se acentúa en ellos la convicción de estar limitados en las propias capacidades y en la propia dignidad.

En este ámbito se pueden apreciar dos específicas orientaciones puestas en práctica por la Organización. La primera es la constante atención dirigida a África, donde, sosteniendo proyectos de «crédito rural», el IFAD mira a dotar de medios financieros, exiguos pero esenciales, a los pequeños agricultores, y a convertirlos en protagonistas también en la fase de decisión y gestión. La segunda orientación es el apoyo a las comunidades indígenas, que tienen un cuidado particular en favor de la conservación de las biodiversidades, reconocidas como bienes valiosos puestos por el Creador a disposición de toda la familia humana. La salvaguardia de la identidad.

Esta particular búsqueda de solidaridad y participación se encuentra también en el tipo de financiamiento que el IFAD garantiza en relación con las necesidades efectivas de los países beneficiarios y en el interés de su economía agrícola, evitando condicionamientos y gravámenes no sostenibles. Este enfoque reconoce el sector agrícola como un componente primario del crecimiento económico y del progreso social, y restituye a la agricultura y a la gente del campo el lugar que les compete. A tal propósito, parece importante que la elección de constituir colaboraciones con las formas de organización de la sociedad civil haga surgir la idea de subsidiariedad, muy útil para individuar las necesidades de las poblaciones y los métodos adecuados para satisfacerlas.

2. La Iglesia católica, en su enseñanza y en sus obras, siempre ha sostenido la centralidad del trabajador de la tierra, deseando concreción en la acción política y económica que le corresponde. Es una posición de la que me complace señalar la sintonía con cuanto ha llevado a cabo el Fondo para cualificar a los agricultores, como individuos o pequeños grupos, convirtiéndoles así en protagonistas del desarrollo de sus comunidades y países. La atención a la persona, en la dimensión individual y social, será más eficaz si se realiza a través de formas de asociación, cooperativas y pequeñas empresas familiares que estén en condiciones de producir un rédito suficiente para un estilo de vida digno.

En este orden de ideas el pensamiento se dirige al próximo Año internacional que las Naciones Unidas han decidido dedicar a la familia rural, con motivo de una arraigada y sana concepción del desarrollo agrícola y de la lucha contra la pobreza, centrados en esta célula fundamental de la sociedad (cf. A/RES/66/222). El IFAD, por experiencia, sabe bien que el corazón del orden social es la familia, cuya vida está regulada, antes que por las leyes de un Estado, o por normas internacionales, por principios morales incluidos en el patrimonio natural de los valores que son inmediatamente reconocibles también en el mundo rural. Tales principios inspiran la conducta de los individuos, la relación entre los esposos y entre generaciones, el sentido de comunión. Desconocer o descuidar esta realidad equivale a minar los fundamentos no sólo de la familia sino también de toda la comunidad rural, con consecuencias cuya gravedad no es difícil de prever.

En el contexto actual, es indispensable ofrecer a los agricultores sólida formación, constante actualización y asistencia técnica en su actividad, así como apoyo a iniciativas asociativas y cooperativistas capaces de proponer modelos de producción eficaces. Ya el Concilio Vaticano II, hace cincuenta años, indicaba cómo «no pocos pueblos podrían mejorar mucho sus condiciones de vida si pasaran, dotados de la debida instrucción, de métodos agrícolas arcaicos al empleo de nuevas técnicas, aplicándolas con la debida prudencia a sus condiciones particulares una vez que se haya establecido un mejor orden social y se haya distribuido más equitativamente la propiedad de las tierras» (Const. Gaudium et spes, 87). No tendríamos así sólo un aumento de la producción —cuyos beneficios corren el riesgo de no ser percibidos por los más pobres, como a menudo sucede hoy—, sino también un eficaz impulso hacia legítimas reformas agrarias para garantizar el cultivo de los terrenos, cuando estos no están adecuadamente utilizados por quienes son sus propietarios y, a veces, impiden el acceso del campesino a la tierra. Además, también la asistencia internacional podría responder más útilmente a las necesidades de los beneficiarios efectivos, de manera que ofrezca ventajas ciertas a cuantos viven en el mundo rural.

En este momento siguen siendo muy modestos los recursos de los que, en cambio, tiene evidente necesidad la cooperación internacional, y los países más avanzados motivan la disminución de su aportación en razón de una reducida disponibilidad. Pero, bien considerado, interrumpir el esfuerzo de solidaridad a causa de la crisis puede esconder cierta cerrazón hacia las necesidades de los demás.

3. La Santa Sede ha contemplado desde el comienzo y sigue contemplando con estima al IFAD, como institución intergubernamental capaz de conjugar los principios de un justo orden internacional con una solidaridad eficaz. Sólo el amor, y no ciertamente el espíritu de antagonismo, puede definir cada vez mejor los métodos por adoptar para el apoyo efectivo de los pobres, despertando en todos un verdadero sentido de fraternidad y de generosidad operativa. Se trata de reconocer la igual dignidad conferida por Dios Creador a cada ser humano.

Por esto expreso el deseo de que el IFAD siga trabajando cada vez más diligentemente por el desarrollo rural y mejore la actuación de las mencionadas expresiones de solidaridad. De este modo podrá demostrar no sólo conocimiento técnico y capacidad profesional, sino también el compromiso de contribuir a dar al mundo una dimensión más humana, la única que consiente mirar al futuro con confianza y esperanza renovadas (cf. Enc. Spe salvi, 35).

Sobre todos vosotros, que de diversas maneras compartís las responsabilidades de orientación y de gestión del Fondo internacional para el desarrollo de la agricultura, invoco del Omnipotente los dones de sabiduría, para que prosigáis por el camino de la solidaridad que habéis emprendido, y de la valentía, para que lo recorráis hasta dejar a vuestras espaldas pobreza y hambre, avanzando siempre hacia nuevos horizontes de justicia y de paz.

Vaticano, 13 de febrero de 2013

 

BENEDICTO PP. XVI



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