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PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL FINAL DE UN CONCIERTO EN EL 110 ANIVERSARIO
DEL NACIMIENTO DE PABLO VI


Sala de los Suizos, Castelgandolfo
Miércoles 26 de septiembre de 2007

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

Hemos pasado juntos una sugestiva velada musical, que nos ha permitido volver a escuchar fragmentos ciertamente conocidos, pero siempre capaces de suscitar nuevas y profundas emociones espirituales. La circunstancia que ha motivado esta velada es significativa:  el 110° aniversario del nacimiento del siervo de Dios Pablo VI, acaecido en Concesio, el 26 de septiembre de 1897, precisamente como hoy.

Con sentimientos de viva gratitud os saludo a todos vosotros, que habéis participado en este acto conmemorativo de un gran Pontífice, que marcó la historia del siglo XX. Doy las gracias de corazón a quienes han promovido, organizado y ejecutado con apreciada maestría este concierto. Saludo con afecto a los señores cardenales presentes y, en particular, al cardenal Giovanni Battista Re, paisano del Papa Montini. Dirijo un saludo  especial  al obispo auxiliar de Brescia, monseñor Francesco Beschi, al que agradezco las palabras que acaba de dirigirme, a los demás prelados, a los sacerdotes y a todos vosotros.

Extiendo, además, mi saludo deferente a las personalidades que nos honran con su presencia, y de modo especial a los alcaldes de Brescia y de Bérgamo, a las demás autoridades civiles y militares, así como a los representantes de las instituciones que han contribuido particularmente a la realización de esta significativa manifestación.

Deseo, sobre todo, hacerme intérprete de los sentimientos comunes, expresando mi agradecimiento y mi aprecio a los solistas y a todos los componentes de la Orquesta del festival internacional de piano Arturo Benedetti Michelangeli de Brescia y Bérgamo, dirigida por el conocido maestro Agostino Orizio. Con extraordinario talento y eficacia, han ejecutado fragmentos musicales de Vivaldi, Bach y Mozart, ayudando a nuestro espíritu a percibir en el lenguaje musical la íntima armonía de la belleza divina.

Esta tarde, la escucha de célebres fragmentos musicales nos ha brindado la ocasión de recordar a un ilustre Papa, Pablo VI, que prestó a la Iglesia y al mundo un servicio muy valioso en tiempos difíciles y en condiciones sociales caracterizadas por profundos cambios culturales y religiosos. Rindamos homenaje al espíritu de sabiduría evangélica con el que este amado predecesor mío supo guiar a la Iglesia durante y después del concilio Vaticano II. Percibió, con intuición profética, las esperanzas y las inquietudes de los hombres de aquella época; se esforzó por valorar sus experiencias positivas, tratando de iluminarlas con la luz de la verdad y del amor de Cristo, el único Redentor de la humanidad. Sin embargo, el amor que sentía por la humanidad, con sus progresos, con sus maravillosos descubrimientos, los beneficios y las facilidades de la ciencia y de la técnica, no le impidió poner de relieve las contradicciones, los errores y los riesgos de un progreso científico y tecnológico sin una firme referencia a valores éticos y espirituales. Por tanto, su enseñanza sigue siendo actual y constituye una fuente a la cual recurrir para comprender mejor los textos conciliares y analizar los acontecimientos eclesiales que caracterizaron la segunda parte del siglo XX.

Pablo VI fue prudente y valiente al guiar a la Iglesia con un realismo y un optimismo evangélico alimentados por una fe inquebrantable. Deseó la venida de la "civilización del amor", convencido de que la caridad evangélica constituye el elemento indispensable para construir una auténtica fraternidad universal. Sólo reconociendo como Padre a Dios, que en Cristo ha revelado a todos su amor, los hombres pueden llegar a ser y sentirse realmente hermanos. Sólo Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, puede convertir el corazón humano y capacitarlo para contribuir a realizar una sociedad justa y solidaria. Sus sucesores han recogido la herencia espiritual del siervo de Dios Pablo VI y han seguido sus pasos.

Oremos para que su ejemplo y sus enseñanzas sean para nosotros aliento y estímulo a amar cada vez más a Cristo y a la Iglesia, animados por la inquebrantable esperanza que sostuvo al Papa Montini hasta el final de su existencia.

Con estos sentimientos, doy una vez más las gracias a quienes han preparado, animado y realizado este encuentro musical e, invocando sobre los presentes la constante protección del Señor, de corazón imparto a todos la bendición apostólica.



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