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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS UCRANIOS DE RITO LATINO
EN VISITA "AD LIMINA"


Palacio pontificio de Castelgandolfo
Jueves 27 de septiembre de 2007

 

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado: 

"Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre" (Col 1, 2). Con este saludo apostólico me dirijo a vosotros, miembros del Episcopado de rito latino de Ucrania. A cada uno deseo la gracia y la paz del Señor, que son el secreto de nuestra misión de obispos al servicio del hombre. Al final de la visita ad limina, que me ha permitido encontrarme personalmente con vosotros, conocer mejor la realidad de cada una de vuestras diócesis y compartir con vosotros las esperanzas y los problemas que marcan su camino diario, doy gracias a Dios por todo lo que, en su amor misericordioso, va realizando a través de vuestro ministerio pastoral.

Dirijo un saludo particular al cardenal Marian Jaworski y le agradezco sus palabras, que han interpretado el pensamiento de todos vosotros. En su intervención he percibido el vivo deseo que tenéis de consolidar entre vosotros la unidad y la colaboración para afrontar juntos los grandes desafíos sociales, culturales y espirituales del momento actual. No os cansáis de buscar posibles soluciones, incluso mediante el diálogo con las autoridades locales, con la única finalidad de velar por el bien espiritual de la grey que el Señor os ha encomendado. Con vivo aprecio he tenido noticia del esfuerzo catequístico, litúrgico, apostólico y caritativo de vuestras diócesis:  un programa que tiende también a consolidar el anhelo de catolicidad, que hace que todos los bautizados se sientan miembros del único cuerpo de Cristo.

Vuestra labor pastoral, venerados hermanos, se realiza en un territorio en el que conviven católicos de rito latino y de rito grecocatólico, junto con otros creyentes que encuentran la razón de su propia vida en el único Señor Jesucristo. Incluso entre los católicos la colaboración no siempre resulta fácil, pues es normal que haya diferentes sensibilidades, teniendo en cuenta también la diversidad de las respectivas tradiciones. Pero, ¿cómo no considerar una oportunidad providencial el hecho de que coexistan dos comunidades distintas en sus tradiciones, pero plenamente católicas, ambas orientadas a servir al único Kyrios  y a anunciar el Evangelio?

La unidad de los católicos, en la diversidad de los ritos, y el esfuerzo por manifestarla en todos los ámbitos, muestra el rostro auténtico de la Iglesia católica y constituye un signo muy elocuente también para los demás cristianos y para toda la sociedad. Vuestro análisis ha puesto de manifiesto una serie de problemas, cuya solución exige una sinergia indispensable de fuerzas, para un renovado anuncio del Evangelio. Los largos años de la dominación atea y comunista han dejado huellas evidentes en las generaciones actuales. Esas huellas constituyen otros tantos desafíos que os interpelan, queridos hermanos, y con razón están en el centro de vuestras preocupaciones y programas pastorales.

"Ut unum sint". La oración de Cristo en el Cenáculo resuena constantemente en la Iglesia como invitación a buscar, sin cansarse, la unidad. Si se consolida la comunión en el seno de las comunidades católicas, será más fácil desarrollar un diálogo provechoso entre la Iglesia católica y las demás Iglesias y comunidades eclesiales. Vosotros sentís con fuerza la exigencia ecuménica, pues desde hace muchos siglos convivís con nuestros hermanos ortodoxos, y con ellos tratáis de mantener un diálogo que abarque distintos aspectos de la vida.

Que las dificultades, los obstáculos e incluso los posibles fracasos no disminuyan vuestro entusiasmo al caminar en esta dirección. Con paciencia y humildad, con caridad, verdad y apertura de corazón, el camino por recorrer se hace menos arduo, sobre todo si no se pierde jamás la perspectiva de fondo, es decir, la convicción de que todos los discípulos de Cristo están llamados a seguir sus huellas, dejándose guiar dócilmente por su Espíritu, que actúa siempre en la Iglesia.

Queridos hermanos, son muchos los temas abordados en nuestras conversaciones personales que me gustaría retomar para alentaros a seguir por el camino emprendido. Pienso, por ejemplo, en la exigencia fundamental de formar de modo adecuado a los sacerdotes, para que puedan cumplir mejor su misión; así como en el cuidado de las vocaciones, que constituye una prioridad pastoral para garantizar obreros a la mies del Señor.

En su gran mayoría, los sacerdotes son testigos de auténtica abnegación, de generosidad gozosa y de humilde adaptación a las situaciones precarias en las que trabajan, a veces con dificultades de tipo económico. Que Dios los conserve y proteja siempre. Amadlos, porque son para vosotros colaboradores insustituibles; sostenedlos y animadlos; orad con ellos y por ellos. Sed para ellos padres amorosos a los que puedan recurrir con confianza.

Conozco vuestros esfuerzos por llevar adelante varias iniciativas para promover las vocaciones. Cuidad de que en los seminarios se imparta a los aspirantes al sacerdocio una formación armoniosa y completa. Acompañad con solicitud paterna a los sacerdotes jóvenes en los primeros pasos de su ministerio, y no descuidéis la formación permanente de los presbíteros.

He notado con satisfacción la presencia y el compromiso de los consagrados y las consagradas:  un auténtico don para el crecimiento espiritual de cada comunidad. El cuidado de las vocaciones presupone naturalmente una pastoral familiar eficaz. La formación de un laicado que sepa dar razón de su fe es aún más necesaria en nuestro tiempo y representa uno de los objetivos pastorales que hay que perseguir con empeño.

Queridos y venerados hermanos, a veces el conjunto de las situaciones, con sus relativas dificultades, podría hacer que vuestro trabajo os parezca ímprobo y verdaderamente por encima de las fuerzas humanas. No temáis; el Señor está siempre con vosotros. Por tanto, permaneced unidos a él en la oración y en la escucha de su palabra.

A María, la Virgen Madre de Dios y de la Iglesia, os encomiendo a vosotros y a vuestras comunidades, para que os proteja y os guíe siempre con mano materna, a la vez que os imparto con afecto la bendición apostólica.



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