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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PROFESORES Y ALUMNOS DE LA UNIVERSIDAD DE PARMA

Sala de las Bendiciones
Lunes 1 de diciembre de 2008

 

Señor rector;
ilustres profesores;
queridos alumnos y miembros del personal administrativo y técnico:

Me alegra acogeros en este encuentro, que habéis querido para conmemorar las antiguas raíces del Ateneo de Parma. Y me alegra particularmente que, refiriéndoos precisamente a aquel período originario, hayáis elegido la figura representativa de san Pedro Damián, de cuyo nacimiento acabamos de celebrar el milenario y que en las escuelas de Parma fue primero alumno y después maestro. Saludo cordialmente al rector, profesor Gino Ferretti, y le agradezco las amables palabras con las que se ha hecho intérprete de los sentimientos de todos los presentes. Me complace ver juntamente con vosotros al obispo de Parma, monseñor Enrico Solmi, así como a otras autoridades políticas y militares. A todos vosotros, profesores, alumnos y miembros del personal administrativo y técnico, os doy mi sincera bienvenida.

Como sabéis, la actividad universitaria fue mi ámbito de trabajo durante muchos años e, incluso después de no ejercerla, nunca dejé de seguirla y de sentirme espiritualmente vinculado a ella. Muchas veces he hablado en diversos Ateneos, y recuerdo bien que en 1990 también fui a Parma, donde desarrollé una reflexión sobre los "caminos de la fe" en medio de los cambios del tiempo presente (cf. Svolta per l'Europa?, Edizioni Paoline 1991, pp. 65-89). Hoy quisiera detenerme brevemente a considerar con vosotros la "lección" que nos dejó san Pedro Damián, destacando algunas sugerencias de particular actualidad para el ambiente universitario de nuestros días.

El 20 de febrero del año pasado, con ocasión de la memoria litúrgica del gran eremita, dirigí una carta a la Orden de los monjes camaldulenses en la que puse de relieve que es particularmente válida para nuestro tiempo la característica central de su personalidad, es decir, la feliz síntesis entre la vida eremítica y la actividad eclesial, la tensión armoniosa entre los dos polos fundamentales de la existencia humana: la soledad y la comunión (cf. Carta a la Orden de los camaldulenses, 20 de febrero de 2007). Todos los que, como vosotros, se dedican a los estudios de nivel superior —durante toda la vida o durante la edad juvenil— no pueden menos de ser sensibles a esta herencia espiritual de san Pedro Damián.

Hoy las nuevas generaciones están muy expuestas a un doble riesgo, principalmente debido a la difusión de las nuevas tecnologías informáticas: por una parte, el peligro de que se reduzca cada vez más la capacidad de concentración y de aplicación mental en el plano personal; y, por otra, el de aislarse individualmente en una realidad cada vez más virtual. Así, la dimensión social se dispersa en mil fragmentos, mientras que la dimensión personal se repliega sobre sí misma y tiende a cerrarse a las relaciones constructivas con los demás y con los que son diferentes. La Universidad, en cambio, por su misma naturaleza vive precisamente del equilibrio virtuoso entre el momento individual y el comunitario, entre la investigación y la reflexión de cada uno y la participación y la confrontación abierta a los demás, en un horizonte tendencialmente universal.

También nuestra época, como la de san Pedro Damián, está marcada por particularismos e incertidumbres, y por carencia de principios unificadores (cf. ib.). Sin duda alguna los estudios académicos deberían contribuir a elevar la calidad del nivel formativo de la sociedad, no sólo en el plano de la investigación científica entendida en sentido estricto, sino también, más en general, ofreciendo a los jóvenes la posibilidad de madurar intelectual, moral y civilmente, confrontándose con los grandes interrogantes que interpelan la conciencia del hombre contemporáneo.

La historia considera a san Pedro Damián como uno de los grandes "reformadores" de la Iglesia después del año 1000. Lo podemos definir el alma de aquella reforma que lleva el nombre del Papa san Gregorio vii, Hidelbrando de Soana, de quien Pedro Damián fue íntimo colaborador desde que, antes de ser elegido Obispo de Roma, era archidiácono de esta Iglesia (cf. ib.). Pero ¿cuál es el concepto auténtico de reforma? Un aspecto fundamental que podemos encontrar en los escritos y más aún en el testimonio personal de san Pedro Damián es que toda reforma auténtica debe ser ante todo espiritual y moral, es decir, debe partir de las conciencias. A menudo hoy, también en Italia, se habla de reforma universitaria. Pienso que, salvando las debidas proporciones, esta enseñanza sigue siendo siempre válida: las modificaciones estructurales y técnicas son realmente eficaces si van acompañadas por un serio examen de conciencia de los responsables en todos los niveles, pero, más en general, de cada profesor, de cada alumno, de cada empleado técnico y administrativo. Sabemos que san Pedro Damián era muy riguroso consigo mismo y con sus monjes, muy exigente en la disciplina. Si se quiere que un ambiente humano mejore en calidad y eficiencia, es preciso ante todo que cada uno comience a reformarse a sí mismo, corrigiendo lo que puede dañar el bien común o, de algún modo, obstaculizarlo.

Unido al concepto de reforma, quiero poner de relieve también el de libertad. En efecto, el fin de la obra reformadora de san Pedro Damián y de sus contemporáneos era lograr que la Iglesia fuera más libre, ante todo en el plano espiritual, pero luego también en el histórico. De modo análogo, la validez de una reforma de la Universidad no puede menos de tener como resultado su libertad: libertad de enseñanza, libertad de investigación, libertad de la institución académica frente a los poderes económicos y políticos.

Esto no significa que la Universidad se ha de aislar de la sociedad, ni que debe considerarse a sí misma como única referencia, ni mucho menos que busque intereses privados aprovechando los recursos públicos. Ciertamente, esta no es la libertad cristiana. Verdaderamente libre, según el Evangelio y la tradición de la Iglesia, es la persona, la comunidad o la institución que responden plenamente a su propia naturaleza y a su propio fin, y la vocación de la Universidad es la formación científica y cultural de las personas con vistas al desarrollo de toda la comunidad social y civil.

Queridos amigos, os doy las gracias porque con vuestra visita, además del placer de encontrarme con vosotros, me habéis dado la oportunidad de reflexionar sobre la actualidad de san Pedro Damián, al final de las celebraciones en su honor por el milenario de su nacimiento. Deseo éxito a vuestra actividad científica y didáctica de vuestro Ateneo, y ruego para que, a pesar de sus dimensiones ya notables, tienda siempre a constituir una universitas studiorum, en la que cada uno se reconozca y exprese como persona, participando en la búsqueda "sinfónica" de la verdad.

Con este fin, aliento las actuales iniciativas de pastoral universitaria, que son un valioso servicio a la formación humana y espiritual de los jóvenes. Y en este contexto también deseo que se reabra pronto al culto la histórica iglesia de San Francisco en el Prato, para bien de la Universidad y de toda la ciudad. Que por todo esto intercedan san Pedro Damián y la santísima Virgen María, y os acompañe también mi bendición, que os imparto de buen grado a vosotros, a todos vuestros colegas y a vuestros seres queridos.



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