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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA CONFEDERACIÓN ITALIANA SINDICAL DE TRABAJADORES (CISL)


Sábado 31 de enero de 2009

 

Ilustres señores,
gentiles señoras:

Con viva complacencia os acojo y saludo cordialmente, miembros del grupo dirigente de la Confederación italiana sindical de trabajadores (CISL). Saludo en particular al secretario general y le agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Ha recordado que precisamente hace sesenta años la CISL dio sus primeros pasos participando activamente en la fundación del sindicato libre internacional y contribuyó a la naciente entidad con el arraigo en los principios de la doctrina social de la Iglesia y la práctica de un sindicalismo libre y autónomo frente a las facciones políticas y a los partidos. Hoy intentáis llevar a la práctica esas mismas orientaciones, con el deseo de seguir inspirándoos en el magisterio social de la Iglesia para vuestra actividad, encaminada a tutelar los intereses de los trabajadores y las trabajadoras, así como de los jubilados de Italia.

Como ha afirmado oportunamente el secretario general, el gran desafío y oportunidad que la preocupante crisis económica del momento invita a saber aprovechar, consiste en encontrar una nueva síntesis entre bien común y mercado, entre capital y trabajo. Y en este ámbito es significativa la contribución que pueden aportar las organizaciones sindicales.

La Iglesia, experta en humanidad, respetando plenamente la legítima autonomía de toda institución, no se cansa de ofrecer la contribución de su enseñanza y de su experiencia a aquellos que pretenden servir a la causa del hombre, del trabajo y del progreso, de la justicia social y de la paz. Su atención a los problemas sociales ha crecido a lo largo del último siglo. Precisamente por esto, mis venerados predecesores, atentos a los signos de los tiempos, no han dejado de proporcionar oportunas indicaciones a los creyentes y a los hombres de buena voluntad, iluminándolos en su compromiso por la salvaguardia de la dignidad del hombre y de las exigencias reales de la sociedad.

En el alba del siglo XX, con la encíclica Rerum novarum, el Papa León XIII hizo una encendida defensa de la dignidad inalienable de los trabajadores. Las orientaciones ideales contenidas en ese documento contribuyeron a reforzar la animación cristiana de la vida social; y, por lo demás, esto se tradujo en el nacimiento y la consolidación de no pocas iniciativas de interés civil, como los centros de estudios sociales, las sociedades obreras, las cooperativas y los sindicatos. Se verificó también un notable impulso hacia una legislación del trabajo respetuosa de las legítimas expectativas de los obreros, especialmente de las mujeres y de los menores, y se obtuvo también una sensible mejora de los salarios e incluso de las condiciones de trabajo.

Juan Pablo II quiso solemnizar el centenario de esa encíclica —que ha tenido "el privilegio" de ser conmemorada por varios sucesivos documentos pontificios— publicando la encíclica Centesimus annus, en la que constata que la doctrina social de la Iglesia, especialmente en este último periodo histórico, considera al hombre insertado en la compleja red de relaciones que es típica de las sociedades modernas. Las ciencias humanas, por su parte, contribuyen a que pueda entenderse cada vez mejor a sí mismo, en cuanto ser social. "Solamente la fe —señala mi venerado predecesor— le revela plenamente su identidad verdadera, y precisamente de ella arranca la doctrina social de la Iglesia, la cual, valiéndose de todas las aportaciones de las ciencias y de la filosofía, se propone ayudar al hombre en el camino de la salvación" (n. 54).

En su anterior encíclica social Laborem exercens, de 1981, dedicada al tema del trabajo, el Papa Juan Pablo II había subrayado que la Iglesia nunca ha dejado de considerar el problema del trabajo dentro de una cuestión social que ha ido asumiendo progresivamente dimensiones mundiales. Más aún, el trabajo —insiste— se ve como la "clave esencial" de toda la cuestión social, porque condiciona el desarrollo no sólo económico, sino también cultural y moral, de las personas, de las familias, de las comunidades y de la humanidad entera (cf. n. 1). También en este importante documento se resaltan el papel y la importancia estratégica de los sindicatos, definidos "un elemento indispensable de la vida social, especialmente en las sociedades modernas industrializadas" (n. 20).

Hay otro elemento que aparece frecuentemente en el magisterio de los Papas del siglo XX, y es el llamamiento a la solidaridad y a la responsabilidad. Para superar la crisis económica y social que estamos viviendo, sabemos que es necesario un esfuerzo libre y responsable por parte de todos; o sea, es necesario superar los intereses particulares y de sector, para afrontar juntos y unidos las dificultades que existen en todos los ámbitos de la sociedad y especialmente en el mundo del trabajo. Hoy se siente más que nunca esa urgencia; las dificultades que atraviesa el mundo del trabajo impulsan a una concertación efectiva y más compacta entre todos los componentes de la sociedad.

La llamada a la colaboración encuentra significativas referencias también en la Biblia. Por ejemplo, en el libro del Qohelet leemos: "Más valen dos que uno solo, pues obtienen mayor ganancia de su esfuerzo. Pues si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo que cae, pues no tiene quien lo levante!" (Qo 4, 9-10). Por tanto, es de desear que la actual crisis mundial suscite la voluntad común de dar vida a una nueva cultura de la solidaridad y de la participación responsable, condiciones indispensables para construir juntos el futuro de nuestro planeta.

Queridos amigos, que la celebración del 60° aniversario de la fundación de vuestra organización sindical sea motivo para renovar el entusiasmo de los comienzos y para redescubrir aún más vuestro carisma original. El mundo necesita personas que se dediquen con desinterés a la causa del trabajo respetando plenamente la dignidad humana y el bien común. La Iglesia, que aprecia el papel fundamental de los sindicatos, está cerca de vosotros hoy como ayer, y está dispuesta a ayudaros para que podáis cumplir lo mejor posible vuestra tarea en la sociedad.

En la fiesta de hoy de san Juan Bosco, deseo por último encomendar la actividad y los proyectos de vuestro sindicato a este Apóstol de los jóvenes, que con gran sensibilidad social hizo del trabajo un precioso instrumento de formación y de educación de las nuevas generaciones. Asimismo, invoco sobre vosotros y sobre vuestras familias la protección de la Virgen y de san José, buen padre y trabajador experto que cuidó día a día de la familia de Nazaret. Por mi parte, os aseguro un recuerdo en la oración, y os bendigo con afecto a vosotros, aquí presentes, y a todos los inscritos en vuestra Confederación.



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