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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS DIRECTIVOS Y AL PERSONAL DE LA EMPRESA MUNICIPAL
ROMANA DE ENERGÍA Y MEDIO AMBIENTE (ACEA)


Sala Clementina
Sábado 6 de febrero de 2010

 

Señor cardenal;
queridos amigos de la empresa municipal de energía y medio ambiente (ACEA)
:

Me alegra recibiros y daros a cada uno mi cordial bienvenida. Saludo al cardenal Salvatore De Giorgi, y al presidente de ACEA, Giancarlo Cremonesi, a quien agradezco las amables palabras con las que ha introducido nuestro encuentro y los regalos con los que me ha obsequiado, especialmente el hermoso libro sobre la aplicación de los principios de la encíclica Caritas in veritate al mundo de la empresa, publicado por la "Libreria Editrice Vaticana" en colaboración con la UCID, en la colección "Empresarios por el bien común". Quiero expresar mi vivo aprecio por esta iniciativa editorial, deseando que llegue a ser un punto de referencia a la hora de buscar soluciones a los complejos problemas del mundo del trabajo y de la economía. También quiero felicitaros vivamente por el proyecto de colaboración con la Fundación Juan Pablo II para el Sahel, que se propone el objetivo de responder a la urgencia de agua y de energía en algunos países en vías de desarrollo.

Asimismo, he visto con interés la "Carta de los valores" y el "Código ético", en los que se recogen los principios de responsabilidad, transparencia, honradez, espíritu de servicio y de colaboración a los que hace referencia ACEA. Se trata de orientaciones que esta empresa quiere recordar y sobre los cuales desea construir su imagen y reputación.

Acabáis de clausurar las celebraciones del centenario de la ACEA. En efecto, han pasado cien años desde aquel 20 de septiembre de 1909, en que los ciudadanos romanos eligieron por referéndum popular que la iluminación pública y los transportes colectivos fueran municipalizados. Desde aquel día vuestra empresa ha crecido juntamente con Roma. Un camino largo y fascinante, lleno de desafíos y de éxitos. Baste pensar en cuán complejo ha sido garantizar los servicios esenciales a franjas cada vez más extensas de ciudadanos, en nuevos barrios, que a menudo han crecido de manera caótica y abusiva, en una ciudad que cambiaba y se expandía desmesuradamente. Así, podemos afirmar que, a lo largo de los años, la relación entre la Urbe y ACEA se ha vuelto más estrecha, sobre todo gracias a la pluralidad de servicios que la empresa ha suministrado y sigue suministrando a la ciudad, sosteniendo y favoreciendo su transformación en una metrópolis moderna.

La celebración centenaria llega al final de un periodo cargado de dificultades, caracterizado por una grave crisis internacional que ha llevado al mundo a redefinir un modelo de desarrollo basado primordialmente en el sistema financiero y en los beneficios, para orientarse a poner de nuevo en el centro de la acción del hombre su capacidad de producir, de innovar, de pensar y de construir el futuro. Como subrayé en la encíclica Caritas in veritate, es importante que crezca la conciencia acerca de la necesidad de una "responsabilidad social" más amplia de la empresa, que impulse a tomar en la debida consideración los anhelos y las necesidades de los trabajadores, de los clientes, de los proveedores y de toda la comunidad, y prestar una atención especial al medio ambiente (cf. n. 40). De este modo la producción de bienes y servicios no estará vinculada exclusivamente a la búsqueda del beneficio económico, sino también a la promoción del bien de todos. Me alegra que la historia de estos cien años no se traduzca solamente en términos numéricos de una competitividad cada vez mayor, sino también en un compromiso moral que trata de obtener el bienestar de la colectividad.

Deseo expresar mi aprecio por cuanto ACEA, con el espíritu de servicio que la caracteriza y gracias a la competencia profesional de sus empleados, ha realizado en la iluminación de los monumentos que hacen que Roma sea única en el mundo. Al respecto, quiero recordar con gratitud la gran ayuda proporcionada con ocasión de las celebraciones del 80° aniversario de la fundación del Estado de la Ciudad del Vaticano. También numerosas Iglesias, empezando por la basílica de San Pedro, se han valorizado con inteligentes juegos de luz que resaltan lo que el hombre ha sabido realizar para manifestar su fe en Cristo, "la luz verdadera, que ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9).

Asimismo, me ha complacido conocer el compromiso de la empresa en la tutela del medio ambiente mediante la gestión sostenible de los recursos naturales, la reducción del impacto ambiental y el respeto de la creación. Pero es igualmente importante favorecer una ecología humana capaz de hacer que los ambientes de trabajo y las relaciones interpersonales sean dignos del hombre. Al respecto, quiero reafirmar lo que dije en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año, deseando "que se adoptara un modelo de desarrollo basado en el papel central del ser humano, en la promoción y participación en el bien común, en la responsabilidad, en la toma de conciencia de la necesidad de cambiar el estilo de vida" (n. 9).

En Roma, como en toda gran ciudad, se notan también los efectos de una cultura que exaspera el concepto de individuo: con frecuencia muchos viven encerrados en sí mismos, replegados sobre los propios problemas, distraídos por las numerosas preocupaciones que se agolpan en la mente y hacen que el hombre sea incapaz de captar las alegrías sencillas presentes en la vida de cada uno. La salvaguardia de la creación, una tarea que el Creador encomendó a la humanidad (cf. Gn 2, 15), implica también la custodia de los sentimientos de bondad, generosidad, rectitud y honradez que Dios ha puesto en el corazón de todo ser humano, creado a su "imagen y semejanza" (cf. Gn 1, 26).

Por último, quiero invitar a los presentes a mirar a Cristo, el hombre perfecto, a tomar siempre como ejemplo su manera de actuar, para crecer en humanidad y realizar así una ciudad con un rostro cada vez más humano, en la que cada uno sea considerado persona, ser espiritual en relación con los demás. También gracias a vuestro empeño por mejorar las relaciones interpersonales y la calidad del trabajo, Roma podrá seguir desempeñando el papel de faro de civilizaciones que la ha hecho ilustre a lo largo de los siglos.

A la vez que os renuevo mi gratitud por vuestra visita, os aseguro un recuerdo especial en la oración por cada uno de vosotros y por vuestras actividades, y de corazón os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos.



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