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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS REPRESENTANTES DE LA AVIACIÓN CIVIL ITALIANA

Sábado 20 de febrero de 2010

 

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros y daros mi cordial bienvenida a todos vosotros, que representáis al variado mundo de la aviación civil italiana. Saludo con deferencia a las autoridades civiles y militares, y de modo especial al ministro de Infraestructuras y Transportes, senador Altero Matteoli, y al profesor Vito Riggio, presidente del Ente nacional para la aviación civil (ENAC), a quienes agradezco las amables palabras que me han dirigido. Saludo al subsecretario de la Presidencia del Consejo de ministros, Gianni Letta, que ha querido asistir a este importante encuentro. Por último, mi pensamiento va a los directivos y a todos los operadores del ENAC, de la Sociedad nacional para la asistencia de vuelo (ENAV) y de los demás organismos que componen el sistema de la aviación civil.

Durante el último siglo, con el uso cada vez más frecuente del avión, las fronteras de la movilidad se han ampliado enormemente. Los cielos representan hoy, de manera creciente, lo que podríamos llamar las "autopistas" de la viabilidad moderna y, por consiguiente, los aeropuertos se han convertido en una encrucijada privilegiada de la aldea global; por ellos, como se ha recordado, transitan cada día millones de personas. Vosotros y el organismo que representáis tenéis la responsabilidad de la gestión y la organización cada vez más compleja de esta articulación de la vida contemporánea y de la comunicación entre personas y pueblos. Se trata de un trabajo a menudo discreto y poco conocido, que a veces pasa desapercibido a los usuarios, pero que no escapa a la mirada de Dios, quien ve el esfuerzo del hombre, incluso el realizado en lo secreto (cf. Mt 6, 6).

Las tareas que se os encomiendan son notables. Estáis llamados a regular y controlar el tráfico aéreo y a proveer a la eficiencia del sistema nacional de transportes, respetando los compromisos internacionales del país; a garantizar a los usuarios y a las empresas la seguridad de los vuelos, la tutela de los derechos, la calidad de los servicios en las escalas y la justa competitividad, respetando el medio ambiente. En estas numerosas tareas es importante recordar que, en todo proyecto y actividad, el primer capital que es preciso salvaguardar y valorizar es la persona, en su integridad (cf. Caritas in veritate, 25). De hecho, la persona debe representar el fin y no el medio al cual tender incesantemente. San Ambrosio nos recuerda que "el hombre es el culmen y casi el compendio del universo, y la belleza suprema de la creación" (Exameron IX, 75). El respeto de estos principios puede parecer particularmente complejo y difícil en el contexto actual, a causa de la crisis económica, que provoca efectos problemáticos en el sector de la aviación civil, y de la amenaza del terrorismo internacional, que tiene también en su punto de mira los aeropuertos y los aviones para llevar a cabo sus tramas subversivas. Incluso en esta situación es necesario no perder nunca de vista que el respeto de la primacía de la persona y la atención a sus necesidades no sólo no hacen menos eficaz el servicio y no penalizan la gestión económica, sino que, al contrario, representan importantes garantías de verdadera eficacia y de auténtica calidad.

El aeropuerto actual es cada vez más espejo del mundo y "lugar" de humanidad, donde se encuentran personas de distintas nacionalidades, culturas y religiones. Por los aeropuertos pasan cada año millones de pasajeros para dirigirse a sus destinos de vacaciones o a sus lugares de trabajo, para unirse a sus familiares con los que compartir momentos felices o dolorosos. Muchos usan el avión para realizar una peregrinación en búsqueda de momentos de espiritualidad y de experiencia de Dios. En estos años, además, el aeropuerto se ha convertido en un lugar donde emigrantes y prófugos viven experiencias de espera, de esperanza y de temor por su futuro. Asimismo, resulta cada vez más consistente la presencia de niños y ancianos, de discapacitados y enfermos, necesitados de cuidados y de atenciones especiales. En las últimas décadas, también para el Sucesor de Pedro el avión se ha convertido en un instrumento insustituible de evangelización. ¿Cómo no recordar aquí el espacio que han tenido los aeropuertos y los aviones en los viajes apostólicos que hemos realizado tanto yo como mis venerados predecesores? No puedo menos de daros las gracias a todos por este valioso servicio.

La Iglesia, además, reserva para el mundo de la aviación civil una solicitud pastoral particular. De hecho, como recordaba el venerable Papa Juan Pablo II pensando precisamente en vuestro ambiente tan variado y complejo: "¡Cómo desean... encontrar un rostro amigo, escuchar una palabra serena, recibir un gesto de cortesía y de comprensión concreta!" (Homilía en el aeropuerto de Fiumicino, 10 de diciembre de 1991, L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de diciembre de 1991, p. 2). A esas exigencias la comunidad cristiana responde con el servicio de las capillas y de los capellanes de los aeropuertos, destinado principalmente al personal de vuelo y de tierra, al de la policía, al de aduanas y de seguridad, y al personal médico y paramédico, pero también a todos los que pasan por los aeropuertos. Esta presencia recuerda que toda persona tiene una dimensión trascendente, espiritual, y ayuda a reconocerse como una sola familia, compuesta por personas que no están simplemente una al lado de otra, sino que, poniéndose en relación con los demás y con Dios, realizan una solidaridad fraterna fundada en la justicia y en la paz (cf. Caritas in veritate, 53-54).

Queridos amigos, el 24 de marzo de 1920 mi predecesor Benedicto XV, de venerada memoria, coronando el deseo de algunos pioneros de la aviación, proclamó a la santísima Virgen de Loreto patrona de todos los aeronavegantes, con referencia al "arcángel Gabriel, que bajó del cielo para traer a María "la buena nueva" de la Maternidad divina" (cf. Lc 1, 26-38), y a la devota tradición vinculada a la Santa Casa. Encomiendo vuestro trabajo y todas vuestras iniciativas a la Virgen de Loreto. Que ella os ayude a buscar siempre y en todo "el reino de Dios y su justicia" (Mt 6, 33). Que os acompañe la bendición apostólica, que imparto de corazón a cada uno de vosotros y a vuestros seres queridos.



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