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PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
A UNA DELEGACIÓN ECUMÉNICA DE FINLANDIA


Lunes 18 de enero de 2010

 

Distinguidos amigos:

Os saludo con afecto a todos vosotros, miembros de la delegación ecuménica, que habéis venido a Roma para la celebración de la fiesta de san Enrique. Esta ocasión coincide con el vigésimo quinto aniversario de vuestras visitas anuales a Roma. Por eso, recuerdo con gratitud que estos encuentros han contribuido de manera significativa al fortalecimiento de las relaciones entre los cristianos en vuestro país.

El concilio Vaticano II comprometió a la Iglesia católica «de modo irreversible a recorrer el camino de la acción ecuménica, poniéndose a la escucha del Espíritu del Señor, que enseña a leer atentamente los "signos de los tiempos"» (Ut unum sint, 3). Este es el camino que la Iglesia católica ha emprendido decididamente desde entonces. Las Iglesias de Oriente y de Occidente, cuyas tradiciones se hallan presentes en vuestro país, comparten una auténtica comunión, aunque aún imperfecta. Esto constituye un motivo para lamentar los problemas del pasado, pero seguramente también es un motivo que nos impulsa a esfuerzos cada vez mayores de comprensión y reconciliación, a fin de que nuestra amistad fraterna y nuestro diálogo puedan desembocar en una unidad visible y perfecta en Jesucristo.

En su discurso, usted ha mencionado la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación, firmada hace diez años, que es un signo concreto de la fraternidad redescubierta entre luteranos y católicos. En este contexto me complace observar la obra reciente del diálogo nórdico luterano-católico en Finlandia y Suecia sobre cuestiones relativas a la Declaración conjunta. Es de desear que el texto que resulte del diálogo contribuya positivamente al camino que lleva al restablecimiento de nuestra unidad perdida.

Una vez más me alegra expresar mi gratitud por vuestra perseverancia en estos veinticinco años de peregrinación común. Demuestran vuestro respeto por el Sucesor de Pedro, así como vuestra buena fe y el deseo de unidad mediante el diálogo fraterno. Oro fervientemente a Dios para que las distintas Iglesias cristianas y comunidades eclesiales que representáis se basen en este sentido de fraternidad, mientras perseveramos en nuestra peregrinación común. Sobre vosotros y sobre cuantos han sido encomendados a vuestra solicitud pastoral me complace invocar las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.



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