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VIAJE APOSTÓLICO A CHIPRE
(4-6 DE JUNIO DE 2010)

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON LOS PERIODISTAS DURANTE EL VUELO HACIA CHIPRE

Viernes 4 de junio de 2010

 

Dirigió las preguntas, en nombre de los periodistas, el padre Federico Lombardi, director de la Oficina de información de la Santa Sede.

Pregunta: Santidad, le damos las gracias por estar con nosotros, como en cada viaje, y darnos su palabra para orientar nuestra atención en estos días, que serán muy intensos. Naturalmente, por desgracia la primera pregunta es obligada por la circunstancia que ayer nos afectó tan dolorosamente, el asesinato de monseñor Padovese, que para usted ha sido causa de un profundísimo dolor. Por tanto, en nombre de todos los compañeros, deseo pedirle que nos diga algo sobre cómo ha recibido usted esta noticia y cómo vive el comienzo del viaje a Chipre en este clima.

Respuesta: Como es natural, me duele profundamente la muerte de monseñor Padovese, quien contribuyó mucho a la preparación del Sínodo; colaboró, y habría sido un elemento precioso en este Sínodo. Encomendamos su alma a la bondad de Dios. Esta sombra, con todo, no tiene nada que ver con los temas mismos y con la realidad del viaje, porque no debemos atribuir a Turquía o a los turcos este hecho. Es algo sobre lo que tenemos poca información. Seguramente no se trata de un asesinato político o religioso; se trata de un asunto personal. Esperamos aún todas las explicaciones, pero no queremos mezclar ahora esta trágica situación con el diálogo con el islam y con todos los problemas de nuestro viaje. Es un caso aparte, que entristece, pero que no debería oscurecer de ninguna forma el diálogo, en todos los sentidos, que será tema e intención de este viaje.

P.: Chipre es una tierra dividida. Santidad, usted no visitará la parte norte, ocupada por los turcos. ¿Tiene usted un mensaje para los habitantes de esa región? Y ¿cómo cree que su visita puede contribuir a resolver la distancia entre la parte griega y la turca, a avanzar hacia una solución de convivencia pacífica, en el respeto de la libertad religiosa, del patrimonio espiritual y cultural de las diversas comunidades?

R.: Este viaje a Chipre es, en muchos sentidos, una continuación del viaje del año pasado a Tierra Santa y también del viaje a Malta de este año. El viaje a Tierra Santa tenía tres partes: Jordania, Israel y los Territorios palestinos. En los tres casos se trataba de un viaje pastoral, religioso; no era un viaje político o turístico. El tema fundamental era la paz de Cristo, que debe ser paz universal en el mundo. Por tanto, el tema era, por una parte, el anuncio de nuestra fe, el testimonio de la fe, la peregrinación a estos lugares que dan testimonio de la vida de Cristo y de toda la historia santa; y, por otra, la responsabilidad común de todos los que creen en un Dios creador del cielo y de la tierra, en un Dios a cuya imagen hemos sido creados. Malta y Chipre añaden con fuerza el tema de san Pablo, gran creyente, evangelizador, y también de san Bernabé, que es chipriota y abrió la puerta para la misión de san Pablo. Así pues, los temas son: testimonio de nuestra fe en el único Dios, diálogo y paz. Paz en un sentido muy profundo: no es una añadidura política a nuestra actividad religiosa; la paz es una palabra del corazón de la fe, está en el centro de la enseñanza paulina. Pensemos en la carta a los Efesios, donde dice que Cristo ha traído la paz, ha destruido los muros de la enemistad. Este sigue siendo un mandato permanente; por tanto, no vengo con un mensaje político, sino con un mensaje religioso, que debería preparar más a las almas para encontrar la apertura a la paz. Estas cosas no se consiguen de un día para otro, pero es muy importante no sólo dar los pasos políticos necesarios, sino sobre todo preparar las almas para ser capaces de dar los pasos políticos necesarios, crear la apertura interior a la paz, que, al final, viene de la fe en Dios y de la convicción de que todos somos hijos de Dios y hermanos y hermanas entre nosotros.

P.: Usted se dirige a Oriente Medio pocos días después de que el ataque israelí a la flotilla delante de Gaza añadiera más tensiones al ya difícil proceso de paz. ¿Cómo cree que la Santa Sede puede contribuir a superar este momento delicado para Oriente Medio?

R.: Diría que nosotros contribuimos sobre todo de forma religiosa. Podemos también ayudar con consejos políticos y estratégicos, pero el trabajo esencial del Vaticano siempre es el religioso, que toca el corazón. Con todos estos episodios que vivimos, existe siempre el peligro de perder la paciencia, de decir «¡ya basta!», de no querer ya buscar la paz. Y aquí me viene a la mente, en este Año sacerdotal, una hermosa anécdota del párroco de Ars. A las personas que le decían: «No tiene sentido que yo ahora vaya a la confesión y a la absolución, porque estoy seguro de que pasado mañana volveré a caer en los mismos pecados», el cura de Ars respondía: «No importa. El Señor voluntariamente olvida que tú, pasado mañana, cometerás los mismos pecados; te perdona ahora completamente. Será magnánimo y seguirá ayudándote, viniendo hacia ti». Así debemos imitar a Dios, su paciencia. Después de todos los casos de violencia, no perder la paciencia, no perder el valor, no perder la magnanimidad de volver a empezar; crear estas disposiciones del corazón para empezar siempre de nuevo, con la certeza de que podemos ir adelante, que podemos llegar a la paz, que la violencia no es la solución, sino la paciencia del bien. Crear esta disposición me parece el principal trabajo que el Vaticano, sus organismos y el Papa pueden hacer.

P.: Santidad, el diálogo con los ortodoxos ha dado muchos pasos adelante desde el punto de vista cultural, espiritual y de la vida. Con ocasión del reciente concierto que le ofreció el Patriarca de Moscú se notó una profunda sintonía entre ortodoxos y católicos frente a los desafíos planteados al cristianismo en Europa por la secularización. Pero ¿cuál es su valoración sobre el diálogo, también desde el punto de vista más propiamente teológico?

R:. Ante todo quiero subrayar los grandes avances que hemos hecho en el testimonio común de los valores cristianos en el mundo secularizado. Esta no es sólo una coalición —digamos— moral, política; es, en realidad, una cuestión profundamente de fe, porque los valores fundamentales por los que vivimos en este mundo secularizado no son moralismos, sino que son la fisonomía fundamental de la fe cristiana. Cuando somos capaces de testimoniar juntos estos valores, de comprometernos en el diálogo, en el debate de este mundo, en el testimonio para vivir estos valores, ya hemos dado un testimonio fundamental de una unidad muy profunda en la fe. Naturalmente, hay muchos problemas teológicos, pero también aquí los elementos de unidad son fuertes. Quiero señalar tres elementos que nos unen, que nos ven cada vez más cercanos, que nos hacen cada vez más próximos. Primero: la Escritura; la Biblia no es un libro caído del cielo, que tenemos ahora y cada uno lo toma, sino que es un libro crecido en el pueblo de Dios y vive en este sujeto común del pueblo de Dios y sólo aquí permanece siempre presente y real; es decir, no se puede aislar la Biblia; la Biblia está en el nexo entre tradición e Iglesia. Esta conciencia es fundamental y pertenece al fundamento de la Ortodoxia y del Catolicismo, y nos indica un camino común. Como segundo elemento, decimos: la tradición, que nos interpreta, que nos abre la puerta de la Escritura, tiene también una forma institucional, sagrada, sacramental, querida por el Señor, es decir, el episcopado; tiene una forma personal, o sea, el colegio de los obispos en su conjunto es testigo y presencia de esta tradición. Y el tercer punto: la llamada regula fidei, es decir, la confesión de la fe elaborada en los antiguos Concilios es la suma de cuanto está en la Escritura y abre la «puerta» de interpretación. Después, otros elementos —la liturgia, el amor común a la Virgen— nos unen profundamente y nos parece cada vez más claro que son los fundamentos de la vida cristiana. Debemos ser cada vez más conscientes y profundizar también en los detalles, pero me parece que, aunque las culturas diversas, las situaciones diferentes hayan creado malentendidos y dificultades, crecemos en la conciencia de lo esencial y de la unidad de lo esencial. Quiero añadir que, naturalmente, no es el debate teológico lo que crea de por sí la unidad; es una dimensión importante, pero toda la vida cristiana, el conocerse, la experiencia de la fraternidad, aprender, a pesar de la experiencia del pasado, esta fraternidad común, son procesos que exigen también gran paciencia. Pero me parece que precisamente estamos aprendiendo la paciencia, así como el amor, y con todas las dimensiones del diálogo teológico seguimos adelante, dejando que el Señor decida cuándo nos dará la unidad perfecta.

P.: Uno de los objetivos de este viaje es la entrega del documento de trabajo del Sínodo de los obispos para Oriente Medio. ¿Cuáles son sus principales expectativas y esperanzas para este Sínodo, para las comunidades cristianas y también para los creyentes de otras religiones en esta región?

R.: El primer punto importante es que aquí se ven diversos obispos, jefes de Iglesias, porque tenemos muchas Iglesias —varios ritos están esparcidos en diversos países, en situaciones diversas— y a menudo parecen aislados, con frecuencia tienen también pocas informaciones de los demás; verse juntos, encontrarse y conocerse uno a otro, los problemas, las diferencias y las situaciones comunes, formar juntos un juicio sobre la situación, sobre el camino a tomar. Esta comunión concreta de diálogo y de vida es un primer punto. El segundo es también la visibilidad de estas Iglesias, es decir, que se vea en el mundo que hay una gran y antigua cristiandad en Oriente Medio, que a menudo no está ante nuestros ojos, y que esta visibilidad nos ayuda también a estar cerca de ellos, a profundizar nuestro conocimiento recíproco, a aprender unos de otros, a ayudarnos, y ayudar así también a los cristianos de Oriente Medio a no perder la esperanza, a permanecer, aunque las situaciones puedan ser difíciles. Así —tercer punto— en el diálogo entre ellos se abren también al diálogo con los demás cristianos ortodoxos, armenios, etcétera. Y crece una conciencia común de la responsabilidad cristiana y también una capacidad común de diálogo con los hermanos musulmanes, que son hermanos, a pesar de las diferencias; y me parece que se alienta también, a pesar de todos los problemas, a continuar, con una visión común, el diálogo con ellos. Todos los intentos de promover una convivencia cada vez más fructífera y fraterna son muy importantes. Este es, por tanto, un encuentro interno de la cristiandad católica de Oriente Medio en sus diversos ritos, pero es un encuentro también de apertura, de capacidad renovada de diálogo, de valentía y de esperanza para el futuro.



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