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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A UNA DELEGACIÓN DE BAVIERA EN EL DÍA DE SU 85º CUMPLEAÑOS

Sala Clementina
Lunes 16 de abril de 2012

 

Querido señor ministro presidente,
eminencia,
queridos hermanos del episcopado,
queridos amigos:

Dispensadme de recordar todos los nombres y títulos uno por uno; sería demasiado largo... Pero os aseguro que he leído dos veces la lista de los invitados, de los que han venido, y la he leído con el corazón. Al hacerlo os he saludado, para mis adentros, a cada uno personalmente: ninguno está presente de forma anónima. En mi interior os he visto a todos y me siento feliz de poder saludaros aquí. He tenido una conversación con cada uno de vosotros. Os doy la bienvenida a todos.

¿Qué decir en esta ocasión? Mi sentimiento va más allá de las palabras y, por tanto, debo proponer, a modo de agradecimiento, aquello que no puedo expresar plenamente. Pero quiero darle las gracias de todo corazón a usted, señor ministro presidente, por sus palabras: usted ha hecho hablar al corazón de Baviera, un corazón cristiano, católico, y al hacerlo me ha conmovido y al mismo tiempo me ha hecho recordar todo aquello que ha sido importante en mi vida. Asimismo, quiero agradecerle a usted, señor cardenal, las afectuosas palabras que me ha dirigido como pastor de la diócesis de la que provengo y a la que pertenezco como sacerdote, en la que crecí y a la que interiormente siempre pertenezco, recordando al mismo tiempo el aspecto cristiano, nuestra fe en su belleza y grandeza.

Querido señor ministro presidente, usted ha recogido aquí una especie de imagen especular de la geografía interior y exterior de mi vida; de la geografía exterior, que no obstante es también siempre interior, y que parte de Marktl am Inn, pasa por Tittmoning y Aschau, después por Hufschlag, Traunstein y Pentling, hasta Ratisbona… En todas estas etapas, que aquí están presentes, hay siempre un trozo de mi vida, una parte en la que he vivido, he luchado, y que ha contribuido a que llegara a ser como soy y como ahora me encuentro frente a vosotros, y como un día deberé presentarme al Señor. Después, todos los ámbitos de la vida de Baviera: la Iglesia viva de nuestro país está presente; se lo agradezco a los obispos bávaros. También está, gracias a Dios, la dimensión ecuménica, con el obispo de la Iglesia evangélica de Munich... Esto me recuerda la gran amistad que me había unido al obispo Hansemann, que es uno de los tesoros de mis recuerdos y que me testimonian cómo se va adelante. Del mismo modo, recuerdo la comunidad judía con el doctor Lamm y el doctor Snopkowski: también con ellos habían nacido amistades cordiales, que me habían acercado interiormente a la parte judía de nuestro pueblo y al pueblo judío como tal, y que están presentes en mí en virtud del recuerdo. Luego están los medios de comunicación, que llevan al mundo lo que hacemos y lo que decimos… A veces debemos precisarlo un poco, pero ¿qué seríamos sin su servicio? Y después, usted ha presentado la Baviera viva, querido señor ministro presidente, en los niños, en los cuales reconocemos que Baviera sigue siendo fiel a sí misma y que precisamente porque continúa siendo fiel a sí misma permanece joven y progresa. Y a esto se añade la música que he podido escuchar, que me recuerda a mi padre cuando tocaba con la cítara «Gott grüße Dich». Así han vuelto los sonidos de mi infancia, pero que son también sonidos del presente y del futuro. «Gott grüße Dich»…

El corazón colmado requeriría numerosas palabras, pero al mismo tiempo me limita porque sería demasiado grande lo que tendría que decir. Sin embargo, al final todo se resume en la única palabra con la cual quiero concluir: «Vergelt’s Gott!», «Que Dios os recompense por ello».


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