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PAPA FRANCISCO

La victoria del cristiano

Misas matutinas en la capilla de la Domus Sanctae Marthae
 del 23 de mayo al 28 de mayo de 2013

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 22, viernes 31 de mayo de 2013

El cristiano, según la metáfora evangélica, está llamado a ser la sal de la tierra. Pero si no transmite el sabor que el Señor le ha dado, se transforma en «sal insípida» y se convierte en «un cristiano de museo». De ello habló el Papa Francisco en la misa celebrada el 23 de mayo en la capilla de la Domus Sanctae Marthae, donde reside, en el Vaticano.

¿Cómo hacer para que la sal no se vuelva insípida? Es la cuestión que planteó el Santo Padre, como suele hacer en las homilías de la misa diaria. El sabor de la sal cristiana, explicó, nace de la certeza de la fe, de la esperanza y de la caridad que brota de la consciencia de «que Jesús resucitó por nosotros» y nos ha salvado. Pero esta certeza no se nos dio simplemente para conservarla. La sal que hemos recibido es para darla; es para dar sabor, para ofrecerla. De otro modo «se vuelve insípida y no sirve». Pero la sal tiene también otra particularidad: cuando «se usa bien —puntualizó el Papa Francisco— no se percibe el sabor de la sal» misma ni altera el sabor de las cosas. «Esta es la originalidad cristiana: cuando nosotros anunciamos la fe, con esta sal», «cada uno la recibe en su peculiaridad, como los alimentos». Y es que la originalidad cristiana no es una uniformidad. Consiste en que cada uno sigue siendo lo que es, con los dones que el Señor le ha dado.

Y «para que la sal no se eche a perder» hay dos métodos a seguir, «que deben ir juntos». «Primero de todo darla»; «se trata de la sal de la fe, de la esperanza y de la caridad: ¡darla, darla, darla!». El otro método implica la trascendencia, es decir la tensión «hacia el autor de la sal, el Creador»: «con la adoración al Señor, trasciendo de mí mismo al Señor; y con el anuncio evangélico salgo fuera de mí mismo para dar el mensaje».

Fiesta de María Auxiliadora, el 24 de mayo el Papa Francisco inició la celebración recordando la jornada de oración: «Toda la Iglesia reza por China, por los cristianos chinos. Esta mañana ofrecemos la misa por este noble y gran pueblo chino, por los cristianos, para que la Virgen les ayude y custodie».

«En la oración que está en el misal latino» «pedimos dos gracias —leyó—: soportar con paciencia y vencer con amor las opresiones, exteriores e interiores».

«Soportar —explicó— es tomar la dificultad y llevarla sobre sí, con fuerza, para que la dificultad no nos abata. Esta es una virtud cristiana». En segundo lugar, «se puede vencer de muchos modos —precisó—, pero la gracia que nosotros pedimos hoy es la gracia de la victoria por medio del amor. No es fácil. El amor consiste en la mansedumbre que nos enseñó Jesús. Esa es la victoria». El apóstol Juan —dijo al respecto el Papa— «nos dice en la primera carta: esta es nuestra victoria, nuestra fe. Nuestra fe es precisamente esto: creer en Jesús que nos enseñó el amor y nos enseñó a amar a todos. Y la prueba de que nosotros estamos en el amor es cuando rezamos por nuestros enemigos».

La acogida cristiana fue en cambio el tema de la homilía que el Santo Padre pronunció el sábado 25 con una llamada de atención: los cristianos que piden nunca deben encontrar las puertas cerradas. Las iglesias no son oficinas donde presentar documentos y papeles cuando se pide entrar en la gracia de Dios. El Pontífice recordó el pasaje evangélico con la reprensión que Jesús dirigió a sus discípulos cuando querían alejar de Él a los niños que la gente le llevaba. El Papa ejemplificó enseguida con situaciones de la vida cotidiana. Como cuando los novios que quieren casarse se presentan en la secretaría de una parroquia y, en lugar de apoyo y felicitación, oyen enumerar los costes de la ceremonia o la pregunta de si todos sus documentos están en regla. De este modo, a veces —advirtió el Papa— «encuentran la puerta cerrada». Así, quien tendría la posibilidad «de abrir la puerta dando gracias a Dios por este nuevo matrimonio», no lo hace, es más, la cierra. Muchas veces «somos controladores de la fe en lugar de ser facilitadores de la fe de la gente», lamentó. Y es algo que «comenzó en los tiempos de Jesús, con los Apóstoles». Se trata de «una tentación que tenemos nosotros; la de adueñarnos, apropiarnos del Señor». El Papa recurrió a otro ejemplo: cuando una madre soltera va a una iglesia, pide bautizar al niño y encuentra como respuesta «por parte de un cristiano o de una cristiana»: «no puedes, tú no estás casada». Continuó: «Mirad a esta joven que tuvo la valentía de llevar adelante el embarazo» y no abortar: «¿Qué encuentra? Una puerta cerrada. Esto le sucede a muchas. Esto no es un buen celo pastoral. Aleja del Señor, no abre las puertas. Y así, cuando vamos por este camino, con esta actitud, no hacemos bien a la gente, al pueblo de Dios. Jesús instituyó siete sacramentos y nosotros con esta actitud instituimos el octavo, el sacramento de la aduana pastoral».

«Jesús se indigna cuando ve estas cosas. ¿Quién sufre por esto? Su pueblo fiel, la gente que Él tanto ama», subrayó el Santo Padre. «Pensemos en el santo pueblo de Dios, pueblo sencillo, que quiere acercarse a Jesús. Y pensemos en todos los cristianos de buena voluntad que se equivocan y en lugar de abrir una puerta la cierran. Pidamos al Señor —exhortó— que todos aquellos que se acercan a la Iglesia encuentren las puertas abiertas para encontrar este amor de Jesús».

De más riesgos que impiden seguir a Jesús alertó el Papa Francisco el 27 de mayo: el encanto de lo provisional, la sensación de ser dueños del tiempo, la cultura del bienestar a toda costa. En su homilía se refirió al pasaje evangélico del hombre rico que se acerca a Jesús para preguntarle cómo alcanzar la vida eterna. Asegura a Jesús que cumple los mandamientos y le pregunta cómo ir más allá. Pero a la petición de Jesús, «que le ama», de vender todas sus posesiones antes de seguirle, «este hombre bueno, hombre justo —un hombre impulsado por el Espíritu Santo para ir más lejos, más cerca de Jesús— se desanima: ante estas palabras, frunció el ceño y se marchó triste. Y Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: qué difícil es para quienes poseen riquezas entrar en el reino de Dios», recordó el Santo Padre.

«Todos —exhortó— debemos hacer un examen de conciencia sobre cuáles son nuestras riquezas que nos impiden acercarnos a Jesús en el camino de la vida». La primera riqueza «es la cultura del bienestar, que nos hace poco valerosos, flojos y también egoístas». A veces «el bienestar nos anestesia». Incluso la elección de tener un hijo depende del bienestar. Otra «riqueza» que «nos impide ir cerca de Jesús es el encanto de lo provisional. Estamos enamorados de lo provisional», mientras que las propuestas de Jesús son definitivas. Nos gusta lo provisional «porque tenemos miedo del tiempo de Dios», que es un tiempo definitivo. «El encanto de lo provisional» cautiva a los hombres de hoy; y les impulsa, en particular, a «convertirse en dueños del tiempo: hacemos pequeño el tiempo en el momento». En contraposición, el Pontífice recordó a «los numerosos hombres y mujeres que dejaron su tierra y marcharon como misioneros, para toda la vida»; y a «los numerosos hombres y mujeres que dejaron su casa para formar un matrimonio, para toda la vida y llegaron hasta el final». Esto —afirmó el Pontífice— «es seguir a Jesús de cerca, es lo definitivo».

El Pontífice retomó el 28 de mayo la reflexión sobre el diálogo de Jesús con el joven rico. Recordó que Pedro había oído las advertencias de Jesús respecto a las riquezas, que hacen «tan difícil entrar en el reino de Dios». Tras las palabras del Señor, Pedro le pregunta: «Está bien, ¿y nosotros? Nosotros hemos dejado todo por Ti. ¿Cuál será el salario? ¿Cómo será el premio?». La respuesta de Jesús, tal vez, «es un poco irónica: pero sí, también tú y todos vosotros que habéis dejado casa, hermanos, hermanas, madre, hijo, campos, tendréis el ciento por uno de esto». Sin embargo les advierte que deberán afrontar «la persecución», descrita como el salario o «la paga del discípulo».

«El cristiano sigue a Jesús por amor, y cuando se sigue a Jesús con amor, la envidia del diablo hace muchas cosas —alertó—. El espíritu del mundo no tolera esto, no tolera el testimonio. Pensad en la Madre Teresa, considerada como una figura positiva que hizo tantas cosas hermosas por los demás... El espíritu del mundo nunca dice que la beata Teresa todos los días, muchas horas, estaba en adoración; nunca. Reduce la actividad cristiana al hacer un bien social. Como si la existencia cristiana fuese una pintura, un barniz de cristianismo. Pero el anuncio de Jesús no es un barniz», penetra en los huesos, va directo «al corazón; va al interior y nos cambia —constató el Papa—. Y esto, el espíritu del mundo no lo tolera; y por ello vienen las persecuciones».

De ahí la invitación a pensar en la respuesta de Jesús: «Nadie que haya dejado casa o hermanos, hermanas o madre o padre o hijos o campos por causa mía o por causa del Evangelio, que no reciba ya ahora, en este mundo, cien veces más, en casas, hermanos... junto a las persecuciones. No lo olvidemos», insistió el Santo Padre. Seguir a Jesús con amor paso a paso: éste es el seguimiento de Cristo. Pero el espíritu del mundo seguirá sin tolerarlo y hará sufrir a los cristianos. Se trata, sin embargo, de un sufrimiento como el que soportó Jesús: «Pidamos esta gracia: seguir a Jesús por el camino que Él nos mostró, que Él nos enseñó. Esto es hermoso: Él no nos deja nunca solos, nunca —afirmó—. Él está siempre con nosotros».

 


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